1. «Pantagonie printed crepe playsuit» de Sandro.
2. Romper de seda con estampado de rosas de Alice+Olivia, disponible en My Theresa.
3. Playsuit de algodón de Mara Hoffman, disponible en Net-a-Porter.
4. Playsuit de AX Paris, disponible en House of Frasier.
Decía aquél que «Los hombres son de marte y las mujeres de Venus«. Y no vamos a entrar aquí en debates sociológicos de chichinabo porque no es el sitio, porque hace un calor de morirse y porque da pereza. Pero sí que es cierta -y nunca deja de sorprenderme- la diferente percepción que podemos llegar a tener unas (las mujeres) y otros (los hombres) de una misma cosa.
La moda (y la indumentaria en general) es de esos topics que siempre crean confrontación y separan géneros. Especialmente lo que nos gusta a unas (ponernos) y lo que les gusta a otros (que nos pongamos). (Las mujeres) tendemos a obcecarnos en cosas absurdas para estar más monas y llamativas que luego a ellos se la pelan con mayúsculas: los tacones, la ropa vintage, los estampados de abuela, las camisas de mormona, las faldas por los tobillos, los vestidos burka… Super fashion y súper tendencia en los editos de la Glamour y de Asos, pero que a ellos no les levanta ni la curiosidad. Uno de estos entes ropísticos que despierta pasiones en un lado (el femenino) y arranca bostezos (en el otro) es el playsuit (o mono de toda la vida, aunque el término «playsuit» tiene ese elegantismo absurdo que le confieren a las palabras el decirlas en forma de vocablo extranjero). Para las mujeres, es esa prenda comodísima y fresquísima, que no marca, que no molesta, que favorece, que con unas sandalias de cuña (otro gran error a ojos masculinos) queda de morirseoyes y que puesto parece que vayas directa a la piscina del backstage de Coachella. Para ellos, es ese montón de ropa que tapa más de lo que desearían, que enseña poco y mal y que esconde un misterio tan grande como los de Fátima: «¿por dónde coño mean?«.
Efecivamente, para mear hay que quitárselo enterito, brazos abajo, cintura a los pies y acharrancamiento en una postura que ya de por sí es bastante humillante para el género femenino y que, con la ropa enredada en los tobillos, es una situación que no le deseamos ni a la peor de nuestras enemigas. Es cierto, amigas, el playsuit es de todo menos sexy y cómodo. La prenda oficial de los festivales de verano es el engaño más grande desde lo de Milli Vanilli. Y, sin embargo, seguimos ahí: empecinadas en nuestro capricho, volviéndonos loquers del higo con los prints del Topshop y de Urban Outfitters. Ellos los odian, pero a nosotras nos encanta adorarlos de la forma menos pragmática. Aunque what the hell. Somos mujeres, ¿quién dijo que ser pragmática estuviera en nuestros genes?
[Estela Cebrián]