La (reciente) historia de Hurts y sus futuras ambiciones tienen un punto de inflexión en el momento en el que se convirtieron en la gran promesa de Sony y, con ello, decidieron rehacer «Wonderful Life» (tanto la canción como su sugerente y enigmático vídeo): aquella maravilla que de ninguna forma podía ser mejorada porque era la canción de pop perfecta y la que tendría que convertirse en el buque insignia de su cancionero mancuniano.
Sí, es verdad que hace tres años Theo Hutchcraft y Adam Anderson nos dejaron a todos picuetos con aquella preciosidad que lo mismo emulaba a los Pet Shop Boys más emocionales que recuperaba con acierto el neo-romanticismo de bandas como Spandau Ballet y a Flock of Seagulls pero separando muy hábilmente el grano emo de la paja kitsch. Puede que el duo de Manchester no vuelva a hacer una canción semejante -difícilmente cualquier otra banda pueda sacarse del moñete un hit así-: no repitieron el tiro en ninguna de las canciones de aquél esperadísimo debut que fue «Happiness» (Sony, 2010) -que se convirtió en un grower indiscutible cuando aprendimos a valorar su fuerte carácter de disco reivindicativo del baladismo teen de los 90-, ni lo han intentado en su continuación, «Exile» (Sony, 2013), un segundo disco al que el término «superproducido» se le queda tan pequeño como una toga de monaguillo al Papa.
Es verdad: muchos no les perdonamos en su momento que tiraran más por el rollo Take That que por el de Ultravox, pero antes de plantar delante del patíbulo a una banda por no hacer lo que nos gustaría, no estaría de más entender el por qué de determinadas huídas hacia adelante… Hurts nunca ha sido una banda humilde. No lo disimularon en ninguna entrevista, no lo han hecho en ninguno de los muchísimos y en ocasiones multitudinarios conciertos que han hecho en los tres últimos años y, por supuesto, es algo que dejan bastante claro desde su propia puesta en escena. No es de extrañar que una banda tenga ínfulas de grandeza cuando se presenta con un look tan cuidado, rebuscado y con ansias de perfección estética y de dramaturgia escénica (en los directos, Theo llevaba incluso un peine con el que ponía orden en su gomina cuando esta lo requería). Con semejante discurso estético, dando el paso de fichar para una major como Sony y con unas campañas promocionales detrás que ni One Direction, Hurts han sido, son y serán una banda pensada a lo y para ser grande. En «Happiness» apuntalaban con disimulo y como quien no quiere la cosa un sonido de llenaestadios y rompebragas, y ya con el segundo álbum en nuestras manos es fácil ver que de aquellos barros vienen estos lodos, porque el «exilio» pop de Hurts aparca el baladismo de adolescente y abraza sin sonrojo ninguno la grandilocuencia emoelectro de los últimos Depeche Mode («Mercy«), el brío industrialoide de Nine Inch Nails («Cupid«) e incluso el desbordamiento superlativo en versión dubstep de chichinabo de Muse («Exile«).
Pero no sólo hay que pensar en nombres grandes cuando escuchamos las nuevas canciones del dúo: con «The Road» sorprendieron porque hacían suya la épica caballística de otro que también ha nacido para liarla gorda, el francés Woodkid, e igual que él recogen la épica fantasmagórica y rotunda de These New Puritans… Y es que todas las canciones de este disco comparten una rotundidad monolítica y una intensidad que a ratos pueden dejar al oyente un poco exhausto. Aún así, y siguiendo con el refranero español, donde hubo fuego siempre quedan brasas, y aunque Theo y Adam le han apretado las tuercas al rollito oscuro, siguen teniendo mucha querencia por la melodía y la balada de mechero alzado: en el primer tramo consiguen cegar con «Miracle«, tremendo baladón que puede mirar perfectamente a los ojos cualquier momento brillante de su debut (pensemos en «Silver Linning«, «Stay» o «Unspoken«) y, más tarde, en el tramo final del tracklist encadenan «The Crow«, «Somebody to Die For«, «The Rope» y la preciosísima «Help«, por si a alguien le quedaba alguna de que ellos aquí han venido a hablar de su libro y a morder la gomilla de algunas bragas.
Mirando atrás sin ira, recordamos que el alma de Hurts surgió en Verona, cuando Theo y Adam descubrieron el disco lento, los rescoldos del italo que mutaron en un género de electropop para bailar pegados, que ya sabemos que es bailar, igual que baila el mar. Ya no queda rastro de esta revelación musical en sus nuevas canciones. Y parece que, en estos tres años, los dos de Manchester han dejado atrás cómodamente y sin arrepentimiento sus tímidos inicios como imitadores de Gary Numan para convertirse en auténticas estrellas del pop mainstream. Este disco, con sus subidas, sus bajadas, sus trotes y su producción superlativa, puede ser la llave que les abra definitivamente la puerta del éxito… Y es que Hurts nacieron para ser grandes. Son demasiado guapos para no serlo.