Hubo un tiempo en el que ser gótico era sinónimo de algo. Los góticos primigenios y las hordas de subgéneros que nacerían con los estertores del pasado siglo eran gente que, por lo menos, se lo curraba. Ser gótico implicaba una importante preocupación por la estética y la imagen; ser gótico implicaba conocer y asimilar una ingente cantidad de información inútil pero no por ello menos reseñable, por no hablar de la inevitable necesidad de desarrollar un discurso hablado y escrito, no por más característico, menos elaborado. Hubo un tiempo en el que, con los ojos cerrados, uno sabía quién era un gótico por su forma de hablar y la cantidad de sandeces que podía llegar a decir en escasas fracciones de tiempo. Eran tiempos mejores, en los que el modus vivendi de una persona podía quedar totalmente subyugado por un género musical y por una tontuna general. Hoy ya no quedan góticos, y los que quedan deberían quedarse en su casa viendo «Bob Esponja» con sus hijos o sobrinos, porque, no nos engañemos, ya tienen una edad. En su lugar, el relevo generacional lo han cogido emos, numetaleros, jevis despistados y aberraciones intermedias que no entendemos porque nos hacemos viejos y porque no hay por dónde cogerlas. Ni siquiera los intentos elegantes de resucitar alguna faceta del gotiquismo (el nugrave, The Horrors como género en sí mismos, The xx entre otros) consiguen recuperar la esencia de aquello que nos agitaba en los 80. Si bien también es cierto que en estos tiempos que corren de apremio, prisas, velocidades y chorradas varias, un género tan marcadamente naïve como el gótico tiene escasa cabida. Y, claro, también han influido en su actual exclusión social cosas como esta.
Sin embargo, parece que como si hubiera cierta intención de recuperar el Elo, a Edgar Allan Poe y el Campo Santo a medianoche. En moda ya llevan tiempo avisando de que el gothic chic viene como una bandada de cuervos: es momento de recuperar las blondas y los encajes, el eyeliner y la laca. Y ahora que caigo, ni siquiera es casualidad que hablemos de este disco a escasos día de la Festividad de los Difuntos (mucho más castiza, autóctona y reivindicable que esa chorrada de Halloween). Por supuesto, siempre que se recupera algo (un género musical, una tendencia, etc) conviene o que haya una buena excusa (y creedme, no es el caso) o que se haga retorciéndolo un poco, aportando algo diferente, simplemente haciendo que valga la pena quitar el polvo. En moda reivindican el White Gothic (que no es vestir en plan Sadako, sino aplicar el positivo fotográfico a la paleta de colores –ya sabéis: negro con negro, gris con negro, negro terciopelo con negro algodón) y en música tenemos a Zola Jesus.
Nika Roza Danilova de pequeña era lo que comúnmente denominamos “una niña rarita”, que digo yo que tener semejante nombre y ser del norte rural de Wisconsin le condiciona a una de alguna manera. Cuenta que ya desde pequeña tomó clases de ópera y que bastaba que le dijeran que no debía forzar la voz para que ella se encerrara en su habitación a gritar como una posesa. Sí, este es el nivel. El punto de inflexión vendría cuando, por culpa de su hermano mayor, descubrió a Throbbing Gristle. Acuñó el alias de Zola Jesus el primer día de instituto, donde optó por pasar de socializar y alienarse obligando a la gente a que la llamara por ese sobrenombre -y, con este material, Ryan Murphy podría hacer un especial de «Glee«-. Empezó a componer joven, en el piano de su padre y a juguetear con la producción low cost. Y de ahí salió el EP «Stridulum» (Sacred Bones, 2010), en el que la Danilova, además de guarrearse la cara con chocolate para la portada emulando la escena final de «Sweet Movie«, plantaba sus cartas sobre la mesa: su voz operística, de timbre perfecto y moldeable hasta el infinito, arreglos electrónicos que podían pasar de la grandilocuencia al intimismo sepulcral y una lírica tenebrosa pero perfectamente desarrollada. Zola Jesus adora a Kierkegaard, a Schopenhauer y a Dostoievsky; pero también a Marvin Gaye, Mariah Carey, Aretha Franklin y Tina Turner. Por su peculiar forma de llevar a escena su ínterin particular se la podría comparar con Fever Ray (no en vano la ha estado teloneando en su reciente gira europea), y por su paleta estilística no esconde parecidos con Bat For Lashes, Florence + the Machine o Marina and the Diamonds (en parte por el estilo churrigueresco y en parte por lo de artista total femenina y joven because she´s worth it). Pero mientras a estas les gusta pasearse de día por campiñas británicas y cañones arapahoes, a Zola Jesus le molan más la noche y las carreteras secundarias. Ella es amiga de la niña del chubasquero amarillo. Es la Diva Gótica 2.0. Y lo que hace, lo hace bien.
Después de llamar increíblemente la atención, saca «Stridilum II» (Souterrain Trasnmissions, 2010), una versión extendida de aquel EP donde permanecen los highlights y se le añaden nuevos temas con mejor producción y una línea más definida. Por este álbum pulula muy insistentemente el fantasma de Siouxsie Sioux, quizá por la gran similitud que tiene el timbre de la Danilova con la de los Banshees. Pero también por el gusto por los paisajes abiertos y oscuros, espacios grandes y desolados en los que la alienación de nuestros tiempos se da la mano con el intimismo del pop de cámara. Lo que mejor sabe esta muchacha (veintiún añitos tiene la criatura) es alternar la grandilocuencia con la introspección de forma astuta y sin que quede petulante, recargado o impostado. Lo que acojona de Zola Jesus es que es de verdad, que bajo su elaborada estética nunew romantic, barroca, harlquinesca, Lady Gaga en versión «Halloween Resurrection» cabaretera burlesque, hay más profundidad que en ningún producto parecido o similar que hayamos visto hasta el momento. No es que la chica se vista de hada o le de por hacer gorgoritos y pasearse en body por los pasillos, es que ella es así, y sabe transmitir esa autenticidad a su música y, por ende, a sus vídeos, actuaciones y todo lo que le rodea.
Por eso «Stridilumu II» es tan grande. Por eso canciones como «Night«, «I Can´t Stand» o «Sea Talk» (que se incluye en su próximo EP, «Valusia«) parecen no acabarse nunca. Se extienden por el reproductor como un virus infeccioso, como una recaída en la oscuridad sin redención ni remedio. Entre la penumbra y la luz de la mañana, mucho más cercana a los páramos de «Cumbres Borrascosas» que a cualquier canal de tendencias. Más allá de modas o reinvenciones, Zola Jesus es el neogótico musical del nuevo milenio. Hagamos una recogida de firmas y que le diseñen una gárgola en su honor o algo.