En apariencia, Yuck lo tienen todo para haber sido la banda con la que te obsesionaste hasta la locura cuando tenías 17 años y pululabas por los pasillos del instituto con las manos metidas en los bolsillo oliendo a derrota vital: un gordo simpático con el pelo afro y camisa de cuadros de franela; una bajista oriental buenorra con mirada perdida y morritos seductores; un guitarra con pinta de nerd y cara de estar haciendo cálculo mental a todas horas y algún componente barbudo… Sus canciones suenan todas a track perdido de la banda sonora de «Brick«, deliciosa y pretenciosamente 90s, y su sonido es calculadamente post-Seattle, muy americano y, sobre todo, muy old school. Escucharlos te puede hacer sentir viejo. La cosa se acentúa porque los cinco componentes de esta banda que no son de la capital del grunge, sino mayoritariamente londinenses, no supera la veintena. Mucho peor: dos de ellos, Max Bloom y Danny Blumberg, con diecisiete años ya la estaban liando parda por blogs y webs especializadas con su primer grupo, Cajun Dance Party, que en su día fue hype glorificado en tierras británicas y que, como buen ídem, desapareció sin más, como lágrimas en la lluvia. Para sus creadores,»Yuck» (Fat Possum 2011) sería como la carta de libertad a territorios más deseados y, dejando de lado el pop saltarín con el que despidieron la adolescencia, quisieron abordar con profundidad la música que realmente les gustaba: el noise rock que reinaba en el mundo cuando ellos tan sólo gateaban.
Me sorprendía no hace mucho de que una banda como The Joy Formidable encontraran un hueco en la apretadísima agenda musical repleta de géneros bicéfalos, electrónica chilly y revivals setenteros, pero la simple existencia de Yuck y todo lo que traen consigo (son otra de las bandas tocadas por el dedo mágico de la lista de la BBC de grupos a tener en cuenta en 2011) sirve para demostrarnos que, lejos de ser un revival pasajero que lleva años intentando cuajar pero sin encontrar su sitio definitivo, el rock noventero de distorsión, guitarras pesadas, producción sucia y espíritu de teen movie de terror también tiene su público… Y sé de buena mano que es un público fiel que respira con la nostalgia y que agradece dejarse achuchar por sonidos que evoquen la rebeldía sonora de la adolescencia. Y es que no es extraño que, un año después de que Sonic Youth sacaran uno de sus mejores discos, con el comeback por todo lo alto de My Bloody Valentine y Pavement a los escenarios y nuevo disco en la cartera del incombustible J. Mascis de Dinosaur Jr., las juventudes musicales se queden ojipláticas con unos géneros que para muchos medios han estado en proceso de defunción durante los últimos años. Pero como buen asesino de peli de terror que se precie, a este hay que rematarlo; de otra manera, no tarda mucho en levantarse con fuerzas renovadas. Y eso es lo que está pasando con el rock que nos vio crecer.
Lo que más sorprende del debut de Yuck es la sinceridad y habilidad con la que copian / homenajean esas bandas que dicen les sirven de referencia: Pavement, Red House Painters y Sparklehorse, aunque no cuesta encontrar en ellos mucho de The Lemonheads, Dinosaur Jr. o los Wilco de «Yankee Hotel Foxtrot» (Nonesuch, 2002). Todo en este disco es vitalidad y, excepto cuando les da por asaltar baladas -que no les salen nada mal- todo en él es energía, optimismo y joie de vivre. Su producción es impecablemente sucia (en algún sitio lo llaman equivocadamente lo-fi rock; pero ya les digo yo que este disco de lo-fi no tiene nada), las guitarras se superponen en capas y texturas tan densas que uno siente que puede tocarlas, saben manejar perfectamente las melodías, los crescendos y las distancias cortas. Si se ponen saltarines firman hits perfectos, como «Getting Away«, «Holding Out» (con imprescindible vídeo a lo «Scream» meets «Thriller» con algún pezoncillo rebelde) o «Georgia» (perfecta con las voces de Ilana, la hermana de Bloomberg, y su melodía imperecedera y juvenil que roza el twee pop). Si atacan el baladismo teen lo hacen sin artificios, desnudos y con el corazón en la mano: «Shook Down» pasará por ser una de las canciones más bonitas que tendremos la suerte de escuchar este año. Y luego tienen los momentos que hacen que valga la pena ponerse el disco. No es sólo cuando imitan sonidos de tiempos pretéritos, sino cuando los conjugan y consiguen crear temas en los que se aprecia su inminente futuro, más allá de la fotocopia, por la vía de la distorsión, los pedales eufóricos y las guitarras elocuentes: «Operation» y «Rubber» y sus siete minutos de contención ruidista con la sombra de Yo La Tengo acechando.
Lo dicho, «Yuck» son un agradable paseo de casi una hora por tu adolescencia, escucharlo es sentir la ingenuidad de la juventud por la vía de unas letras simples que hablan de soledad y de conseguir cosas súper súper importantes osea, y de lo durísimo que es tener veinte años y que nadie te comprenda y de un sonido muy afectado con tendencia a tomarse demasiado en serio. Pero lo mejor que tiene este álbum es el darte cuenta de que ese paseo es finito, que en un momento determinado se acaba y luego lo que te queda es tu vida de persona mayor, en la que las cosas ya ni son tan trascendentales ni tan súper súper importantes; y que está bien poder mirar atrás a través del entusiasmo y el respeto con el que estos cinco chicos homenajean una música que no conocieron de primera mano pero que, a la vista está, les fascina para (muy) bien.