No sé, a mí me da cosa oír una guitarra con un sonido tan limpio tocada a toda hostia y que me guste tanto. Resulta raro. Lo más probable es lo que nos suponíamos que pasaría: el rock de guitarras de corte lo-fi está llegando a su punto álgido (y, por tanto, a su fin en lo que a términos de hype y popularidad requerida se refiere todo ese entramado dialéctico de difusión expansiva), generando el inicio de una maquinaria de transición que encuentra en el primer LP y álbum homónimo de Veronica Falls la convergencia y unión (Artur Mas debe estar muy contento conmigo) del paso del tiempo, la recuperación del C86 a modo de power pop oscuro (y estribillero) y la decisión de dejar de sonar como el ojete y, en su defecto, tocar y sonar bien, algo no muy valorado en los tiempos que corren, pero que, en definitiva, algunos agradecemos. Una bomba limpia, bien aseada y vacía de rellenos que complementa a la perfección la nostalgia del indie bohemio con la energía revitalista del bestiario rocker de nuevo cuño. Bombitas para desayunar, que dirán en Asturias.
Sea o no el principio del fin de un aluvión que, esperemos, no descanse lo suficientemente en paz nunca, «Veronica Falls» (Slumberland / Music as Usual, 2011) acude en sus labores de reserva a proyectos exiguos y antiguos de sus ex miembros que han decidió pasar a mejor vida como han sido, lamentablemente, Sexy Kids (si podéis, haceros con aquel single de sólo dos canciones –todo el legado de la banda- llamado «Sisters are Forever» (Slumberland, 2008) que es gloria pura) y The Royal We para acordonarse en una labor de auto-revisión de sus propios exámenes y complementarlo con cierta influencia del pop-soul de pseudo-divas de la canción de fonola americana de la década de los 50s y 60s e, incluso, con escarceos limitados a la Motown (algo así deja entrever la canción que da nombre al grupo, mientras que «The Box» parece la versión 2.0 de algún hit nunca compuesto por Bethany Cosentino) pero, sobre todo, alimentado a base de los ya mencionados C86, lo-fi y pop de guitarras parido de sellos como Sarah Records, K Records o el sello que les hace sitio en los states, Slumberland.
Raro sería no asociar y entender que Veronica Falls son el resultado óptimo que grupos como The Aislers Set, Comet Gain, Mazzy Star o The Field Mice insuflaron con buen hacer pero no tan excelentes resultados en Liechtenstein o Brilliant Colors y la asociación cuasi instantánea, a unos pasitos de nuestros días, a una militancia de búsqueda de la torpeza propia de bandas del perfil de Summer Cats, Las Robertas, Eternal Summers o Dum Dum Girls, entre otros. Pero precisamente lo que diferencia al cuarteto británico de los antes mencionados no sea una superioridad súper solvente en lo que a especialidad en lo sonoro, sino al contenido y continente de unas canciones que brillan con luz propia, imparten violencia medicada a raudales con instantes de precisión casi mecánica y otros de bellísimos errores perfectamente calculados. Ahí es donde canciones como «Come On Over» y «Right Side of My Brain» plantean dicotomías de peculiares juegos donde las pequeñas disonancias forman parte de un entramado físico-químico superior; el mismo que hace hueco a hits anteriormente conocidos, como las excelentes «Bad Feeling» y «Beachy Head» (esas voces guturales tan paródicas como bien relacionadas son, sencillamente, un canto a Captured Tracks), en un alarde de virulencia pasiva y compartiendo espacio, riffs y timbaladas (el timbal base debe acabar destrozado el pobrecico) en auténticos relatos armónicos a dos voces como «All Eyes On You» o «The Fountain«. Aún así, probablemente sea en canciones como «Found Love in a Graveyard«, «Wedding Day» o «Stephen» donde muestren un semblante bastante más técnico, menos de andar por casa y que nos permita vislumbrar un futuro tan abrumador que no escatima ni en melancolías post-traumáticas ni en buenas formas y querencias positivas a la hora de valorar las canciones pop como monedas de cambio de un historial tan manierista y sofisticado como esas guturales voces que arrancan de su garganta al volverse mentirosamente tenebrosos.
La chavalada, que sólo quiere divertirse…
[Alan Queipo]