Justo en el momento de pasar por el aro de las presentaciones en directo de «AMOK«, sin embargo, hubo algo que hizo «crack»: de repente, la gira de Atoms for Peace se convirtió en una bestia bicéfala con dos caras muy diferentes. Por un lado, estaban las actuaciones con formato de banda, que era lo que todo el mundo esperaba (y algo aburridas, todo sea dicho). Pero también hubo una manga de fechas mucho más sorprendente y estimulante: un reguero de actuaciones sublimes en las que sobre el escenario sólo estaban Thom Yorke y Nigel Godrich, dejando al descubierto ese stream of consciousness común sobre el que suelen trabajar y que es, sin lugar a dudas, el soul food del que se alimentan tanto las aventuras del primero, tanto en solitario como en compañía. Toma y daca: «me pongo a hacer en cosas en solitario para luego probar con otra banda que no es la mía y acabar dándome cuenta de que con quien mejor estoy es con este tipo que siempre ha producido todos mis proyectos«.
Y si empiezo la crítica de «Tomorrow’s Modern Boxes» abordando la extraña y reptante biografía de Thom Yorke es precisamente porque me parece que este disco es el resultado directo de aquellas actuaciones al alimón con Nigel Godrich. Puede que en la portada sólo aparezca un nombre, el que todos conocemos, pero el hecho de que ambos publicaran hace unos días la misma foto (una instantánea de un vinilo blanco con un extraño anagrama en la galleta que ha resultado ser el álbum que nos ocupa) hace sospechar que esto es más bien un disco que ambos sienten muy suyo, por mucho que al productor parezca que le mole quedarse siempre en segundo plano. Al fin y al cabo, absolutamente todas las canciones de «Tomorrow’s Modern Boxes» ostentan el mismo sonido que Yorke y Godrich presentaron en las mencionadas actuaciones: una especie de deconstrucción metronímica de las texturas que ya había trabajado Yorke en solitario y en Atoms for Peace, cercanas a las de Radiohead pero también mucho menos orgánicas, menos organizadas en el formato canción y más tendentes a una falsa entropía que, de repente, se ordena en una epifanía sonora que te eriza la rabadilla lo quieras o no.
De hecho, resulta curioso y totalmente elocuente abordar «Tomorrow’s Modern Boxes» como una de aquellas sesiones de directo… El disco se abre con cinco piezas diferenciadas las unas de las otras: «A Brain in a Bottle» recoge el testigo de «The Eraser» para meterlo en un club de techno de formas mucho más limpias, minimalistas, sencillas e incluso cortante y duras; «Guess Again» juega a transgredir las atmósferas analógicas de un piano muy Badalamenti con una rítmica del siglo 22; «Interference» interpreta el papel de interludio pluscuamperfecto (recuerda: es la tercera canción de las cinco sopesadas) con una miniatura de orfebrería ambiental que, sin embargo, acaba ostentando la emoción más a flor de piel de todo el disco; «The Mother Lode» se lanza directa a la pista del baile con un sentir bailable que parece surgido del underground londinense y que se ve lubricado por la faceta vocal más dulce de Yorke; y, finalmente, «Truth Ray» se erige como baladón en slow motion que querrías que durara quince minutos más.
Lo curioso es que, por mucho que estos cinco temas funcionen como cortes heterogéneos, también van construyendo un discurso homogéneo: el uso de las texturas, los ritmos, las voces y las atmósferas son como diferentes piezas de un mismo puzzle que, pese a tener formas diferente, encajan unas con otras a la perfección. Y, entonces, el momento de epifanía en el que la entropía se ordena: el triplete final formado por «There’s No Ice (For My Drink)«, «Pink Section» y «Nose Grows Some» puede aparecer en el álbum en forma de tres canciones separadas, pero su escucha es un continuo, como una micro-sesión, un organismo pluricelular dentro de la biosfera viva y vibrante que es «Tomorrow’s Modern Boxes«. Tres canciones que en verdad son un único tema que arranca con una digresión tecnificada hiper-bailable, continúa con un drone sobre el que flotan voces fantasmáticas y un tétrico piano (¡otra vez el piano!) que da espacio al alma para que respire y acaba, finalmente, con un grand finale que pondrá los pelos de punta a todos los aficionados a las baladas menos emo de Radiohead (es decir: a los fans de la versión menos showy y más rugosa del exhibicionismo emocional de Yorke). En conclusión: un triplete que transporta directamente al torrente musical continuo de las actuaciones de Thom y Nigel, donde las canciones se trenzaban unas con otras para ofrecer un chorreo incesante e imparable de placer sinestésico.
Puede que, al final y al cabo, «Tomorrow’s Modern Boxes» acabe siendo recordado por todo lo que ha acompañado a su lanzamiento: hace unos días que, sin previo aviso, Thom Yorke anunciaba que quien quisiera podía hacerse con su nuevo disco a través de una nueva versión de BitTorrent que ofrece la posibilidad de pagar por lo que te descargas. Es una nueva vuelta de tuerca a la lucha de los artistas por controlar mínimamente ese proceso desbocado de piratería al que van a parar todas sus obras… Y es, más que evidentemente, una apuesta de futuro por un formato que bien podría convertirse en el nuevo estándar (sí, esas «cajas modernas del mañana» a las que hace referencia el título). Pero, por mi parte, no puedo evitar pensar que este «Tomorrow’s Modern Boxes» debería pasar a la historia más bien por ser el disco en el que Thom Yorke se dio cuenta finalmente de que su estado natural es este, junto a Nigel Godrich. Como ese tipo que, después de tener una vida sexual frenética repleta de proyectos orgiásticos, se da cuenta de que el que mejor le comprende y complace es ese colega que siempre ha tenido a su lado. Unión natural.