Hay artistas más aficionados a las máscaras que otros: hay quien hace de la composición una forma de abrir el estómago en canal y dejar las entrañas al descubierto, mientras que otros prefieren utilizar este proceso como un subterfugio que les permita vestir diferentes disfraces… En el caso de estos últimos, sin embargo, no hay escapismo alguno: cada máscara debe proporcionarte algún tipo de enseñanza sobre tí mismo, sobre la cara real (artística o no) que se esconde debajo. En el caso de Matt Elliott, parecía que las enseñanzas que le había proporcionado su proyecto The Third Eye Foundation (una banda en la que él era miembro único la mayor parte del tiempo) quedaron aprendidas y bien cerradas hace diez años tras la publicación de su última referencia: «Little Lost Soul» (Merge, 2010). Después de aquello, y ya bajo su propio nombre, Matt Elliott parecía explorar la antítesis del terrorismo ruidista de su anterior formación: los tres discos que ha firmado durante esta pasada década exploraban el acto de despojarse de la armadura electrónica para meterse en las fauces del lobo totalmente desnudo con la instrumentación tradicional (particularmente folkie) como único arma.
Cualquiera que haya disfrutado a Elliott en directo en los últimos años, sin embargo, habrá podido comprobar cómo las fronteras entre las atmósferas de electricidad opaca y sólida de Third Eye Foundation y su nueva oscuridad folkie y espesa quedaban particularmente desdibujadas: en sus últimos conciertos, el artista utilizaba el loop a través de pedales (y de múltiples músicos tocando con él en el escenario) para crear unas atmósferas diabólicamente infernales, dolorosas, casi sangrantes. Lo más parecido a una versión sonora del Infierno de Dante, con sus múltiples círculos concéntricos bailando al ritmo fantasmagórico de un trompo poseído por un maleficio vudú a cámara lenta. Esos conciertos vieron cómo la segunda máscara de Matt Elliott se resquebrajaba con un sonoro catacrac que dividía aquel semblante de cerámica en dos trozos iguales. Uno de ellos, inevitablemente, cayó al suelo. Y en su lugar, el artista se ha quedado con un nuevo y peculiar rostro en el que sobre la antigua máscara de The Third Eye Foundation aún queda una pieza de la careta de Elliott… Un Fantasma de la Ópera que pasa de los musicales y más bien prefiere reptar por el subsuelo húmedo de locales de mala muerte en los que la electrónica choca contra paredes de madera que retumban en puertos atestado de marineros a la deriva.
Así suenan los nuevos The Third Eye Foundation,con una nueva formacion en la que Louis Warynski (Chapelier Fou) y Chris Cole (Manyfingers) militan al lado de Elliott a la hora de domar este antiguo y renqueante barco que intenta sobrevivir en un bravío mar de oscuridad. No en vano, la primera referencia de la banda en diez años (que sólo pillará por sorpresa a aquellos que el año pasado pasaran por alto las remezclas con las que Elliott recuperó su antiguo alias) se titula «The Dark» (Ici D’Ailleurs, 2010) en un intento de remarcar la naturaleza de un álbum con vocación de viaje hacia un corazón de las tinieblas desliteraturizado y hecho música. Más que un álbum, sin embargo, bien puede afirmarse que «The Dark» es una suite en cuatro movimientos a la que se le suma una coda final. Los temas que forman la suite principal se entrelazan entre ellos como cuatro retorcidas serpientes que se muerden las colas las unas a las otras para formar un círculo chamánico dentre del cual se realizan ceremonias de resurrección en el que el cadáver del drum’n’bass no sólo vuelve a la vida, sino que además se ve engalanado por unos ropajes nuevos en forma de instrumentación entre clásica y tabernaria (aquí es donde brilla con especial fulgor la máscara de los discos que Matt Elliott publicó bajo su propio nombre). La suite arranca con «Anhedonia» estableciendo las líneas melódicas sobre las que se asienta el conjunto, mientras que «Standard Deviation» juega a la deconstrucción y a la desviación en su acepción más invertida. «Parcidolia» juega a la cámara lenta y la cámara rápida para arropar primero los corazones con un manto negro (ya aprehendido en las anteriores canciones) y estrujarlo a continuación sin ningún tipo de tregua… Y, finalmente, «Closure» cambia por completo las melodías para llegar al mismo clímax que parece cantado por un coro de fantasmas de voces sintetizadas.
La coda de la que hablábamos, «If You Treat Us Like Terrorists We Will Become Terrorist«, bien puede tomarse como un arrancarse de la cara los restos de máscara de Matt Elliott para hacer que prevalezcan las constantes vitales de los The Third Eye Foundation más conocidos… O como una especie de guilty pleasure de artista que, después de dejarnos degustar su nuevo-viejo sonido, se permite un pequeño gran delirio del drum’n’bass más recalcitrantemente clásico. Sea una opción o la otra, nada empaña la sensación de que «The Dark» es la primera línea de un nuevo parágrafo en la carrera de Elliott después de su segundo punto y aparte. Qué ocurrirá ahora, si seguirá jugando con las dos máscaras o decidirá destaparse con una nueva careta, sólo él lo sabe. Lo que está claro es que, con un inicio de párrafo preñado de una oscuridad tan majestuosa y arrebatadora, sólo podemos esperar seguir hipnotizados con este baile de máscaras. Pero que nadie espere aquí la bipolaridad entre drama y comedia de la tradición greco-latina: estas son dos caretas tristes que danzan en la oscuridad esperando el momento de ser engullidas.