Voy a permitirme un pajote esnobista y metafórico a la hora de abordar el debut en largo de The Crystal Ark… Antes de nada, eso sí, hay que partir del hecho de que esta banda que en directo puede llegar a sumar más de diez miembros (entre músicos, coristas y performancers de diversa calaña) es, realmente, el hijo algo bastardo de la unión psicosensual de Gavin Russom y Viva Ruiz. Ellos dos son el núcleo duro de The Crystal Ark y, por lo tanto, es inevitable ponderar sus composiciones como un choque de dos astros de iguales dimensiones y grandes similitudes, pero también con tremendas diferencias: ambos cuerpos espaciales ostentan una atmósfera que permite la vida en su superficie (que te invita a vivir sobre su superficie), pero los organismos que crecen en uno y otro paraje son de especies diferentes. Este choque, sin embargo, no acaba como el rosario de la aurora de la «Melancolía» de Von Trier, sino que Russom y Ruiz consiguen que ambos planetas (con)vivan en una harmonía puramente musical. No es gratuita toda esta tontada de los astros y los planetas, porque aquí llega la paja a la que me refería: la portada de «The Crystal Ark» (DFA, 2012) muestra un poderoso y flamígero león alejándose de un paisaje urbano sobre el que flotan lo que muchos verán como dos círculos, uno blanco y otro amarillo, pero que a mi me sale de la huevera ver como una luna (blanca) y un sol (amarillo). ¿Preparados para el onanismo? Porque, a partir de aquí, esta reseña se va a basar en el hecho de que la luna es Gavin Russom y que el sol es Viva Ruiz. Es una metáfora tan de parvulario que me duele… Pero así son las cosas. Y así se las vamos a contar.
LA PARTE DE VIVA. Lo más sencillo es afirmar que Viva aporta el toque latino a The Crystal Ark, pero lo cierto es que eso sería absurdamente reduccionista y corto de miras, ya que su aportación en este proyecto va mucho más allá del hecho de que sus ardientes genes prendan fuego a (casi) todas las composiciones de esta álbum con la misma intensidad con la que un pirómano visita una tienda de fuegos artificiales. Está claro que la sensualidad extrema de Ruiz aflora en tomas como «Crossing» (en la que sus curvas vocales tienden flotadores salvavidas para no perder la vida en el torbellino de agua cálida por el que los sintetizadores se escurren hasta el infinito), «Rain» (donde la artista consigue que su voz y sus palabras sean la lluvia del título cayendo sobre tu cuerpo desnudo) o ese grand finale tremendo que es «Silver Cords» (en un crescendo copulativo que te lleva desde las caricias iniciales hasta la locura final de sube / baja / mete / saca en la que Viva te jala con un imperativo «Rise up, stand up, I want you to come through«). Pero esto es tan sólo una parte de todo lo que Ruiz aporta a The Crystal Ark, un proyecto que nunca hubiera encontrado su gestalt definitivo sin su concepto de performance: las canciones de «The Crystal Ark» no son sólo canciones, sino que son un espacio físico y mental en el que pueden ocurrir muchas cosas. Lo que suceda en este lugar nunca escapará más allá de sus murallas… Y aunque Viva se ocupa de sugerir con sus palabras, de guiar con sus frases, de cogerte de la mano y revelarte ciertas formas en la oscuridad como tests de Rorschach en negativo, es quien escucha el que debe decidir qué son esas formas. ¿Son dos cuerpos follando o una única figura enroscándose sobre su propio ombligo? ¿Es una espiral en la que perderte o una cuadrícula sobre la que expandirte? ¿Ambas cosas a la vez?
LA PARTE DE GAVIN. De la misma forma, afirmar que el rollo latino de The Crystal Ark es algo exclusivo de Viva es preeminentemente erróneo porque este rollo le viene de lejos a Gavin Russom. Más allá de sus aventuras solitarias en Black Meteoric Star o como pieza vital en la compleja maquinaria de LCD Soundsystem, Russom ya había untado una buena cantidad de mieles latinas sobre la superficie de Escandalo, su dúo junto al artista Desi Santiago. Ahora bien, tampoco debe extrañar a nadie esta referencia en alguien como Gavin, artista que siempre se ha mostrado más que casquivano a la hora de abordar los géneros musicales. En el caso de «The Crystal Ark«, esa promiscuidad se traduce en una tendencia a la digresión que contrarresta la contundencia concreta de Viva: aquí hay synth ochentero a lo The Human League chocando contra percusiones tribalistas («Ascension«); escapismos psych sobrevolando terruños de calidez sudamericana como una serpiente alada y multicolor («Morir Soñando«); espirales de techno cálido rotas por un lúbrico saxo que brilla bajo la luz de una bola de espejos («Crossing«); disco clásico entrelazado con p-funk urbano (en esa genial «Paradise» que desde el mismo título parece reverenciar al mítico Paradise Garage); tribal post-noventero que, en vez de caer en un ponche de ácido lisérgico, prefiere dejarse bañar por los sabores múltiples de un cóctel tiki («Rain«)… Si Viva es un oráculo guía, Gavin es más bien un sacerdote pagano que pone en los lábios de sus acólitos una copa repleta de un brebaje pensado para hacer perder la cabeza: sus ritmos cuadrados, con patrones casi kraut, son capaces de doblegarse hasta convertirse en una espiral maleable e hipnótica que acaba envolviéndote como el abrazo de una lengua bífida. ¿Magia? ¿Santería? ¿O directamente ciencia?
EL CHOQUE. Recapitulando la metáfora chusca: Viva es la calidez sexual del sol y Gavin la sensualidad ciega de la noche, los dos astros que coronan la portada de «The Crystal Ark«. Pero, ¿qué ocurre cuando ambos colisionan? Depende de la canción. A veces todo parece explotar en un magma de sensaciones que te sobrepasa y te quema por debajo de la piel, pero también es cierto que en la mayor parte de composiciones ambas figuras convergen en un semi-eclipse místico, en una experiencia extrasensorial en la que las progresiones rítmicas repetitivas y largas (varios temas se acercan a los diez minutos de duración) buscan un trance mental y se encuentran con una chorreo vaginal. Como sucedía con los trabajos de LCD Soundsystem, «The Crystal Ark» es un disco que no se puede escuchar a la ligera: los auriculares son el equipamiento obligado para seguir con un cien por cien de atención la hoja de ruta que Gavin y Viva han dibujado sobre un pergamino de piel humana. A la vez, sin embargo, estremece pensar en la vivencia atávica que puede resultar de la puesta en escena de todas estas canciones. Conociendo de primera mano el directo de The Crystal Ark, es fácil intuir que, sobre el escenario, este álbum volará a una altura difícilmente descriptible: un ritual pagano de iniciación que servirá para abrir las puertas de la percepción. Tras la experiencia del directo, volver a escuchar a «The Crystal Ark» seguro que será como un flashback de LSD que te viene varias noches después de un sábado drogota para pintar tu mundo de colores insospechados. O un revival de MDMA que hace que tu cabeza vuele feliz y tu cuerpo vague deshinibido buscando otros náufragos con los que danzar en slow motion. O un espejismo de popper que hace que tu entrepierna se moje con sudores pre-seminales… Feliz viaje.