Que cada uno imagine a su Profeta del Apocalipsis como le dé la real gana (o como se lo permitan las ficciones fin-mundistas que se haya tragado a lo largo de su vida): habrá quien piense en versiones postmodernas de los barbudos andrajosos bíblicos; otros optarán por recordar la vieja sintoísta y loca del coño de «Akira«; seguro que hay alguien que fantasea con los cuatro jinetes comandados por Sandro Rey melena al viento… Eso. Que cada uno imagine a su Profeta del Apocalipsis como le dé la real gana, porque yo al mío me lo imagina igualito a Jesús Fernández. En resumidas cuentas: un tipo de porte y elegancia decimonónica encorsetado en anacrónicos trajes de ejecutivo para nada agresivo, con el pelo engominado con ecos de galán de película en blanco y negro y con un bigote para nada irónico, sino eufóricamente asertivo (y, permítanme aquí una apreciación personal, también infinitamente sexy).
Cojan a este Profeta del Apocalipsis y pónganlo en las ruinas de una ciudad arrasada por siete plagas además de por el implacable tsunami de la estulticia humana que ha sido el verdadero culpable de abrir los siete sellos antes del grand finale a lo Roland Emmerich. Una vez ahí, ahora viene lo verdaderamente interesante: Jesús no se pone a gritar como un energúmeno intentando salvar almas de la quema eterna ni recurre a gestualizaciones exageradas que enfaticen el sentido de sus palabras. Ni mucho menos. Este Jesús es como aquel otro Jesús, de semblante apacible y movimientos tranquilos, de voz comprensiva y discurso reflexivo pero acogedor. Pero, a diferencia de aquel otro Jesús que era poco más que un homeless con una Lonely Planet en el bolsillo trasero de la túnica, este Jesús es cantante pop. El signo de los tiempos.
Y, también a diferencia de aquel Jesús, este otro de apellido Fernández pero de nombre artístico Sagrado Corazón de Jesús ha preferido no dejar su historia en manos ajenas (que ya sabes, luego distorsionan tus palabras y donde dijiste digo dicen Diego y, donde afirmaste a saber qué, dicen que muerte para todos los maricas) y escribir su propia historia. Primero la publicó en forma de EPs que más tarde se verían recopilados (y regrabados con nuevos arreglos y un acabado mucho más profesional) en su imprescindible «Opera Omnia» (Discos de Kirlian, 2014)… Y ahora llega el momento de su primer Evangelio, al que ha titulado «Locus Amœnus» (Elefant, 2015) para que los menos latinistas (es decir: los condenados a la quema por ignorantes) lo confundan con algo relacionado con el amor.
Nota aclaratoria: el locus amœnus es realmente un lugar mitológico e idealizado de paz, seguridad y confort. Una especie de icono de naturaleza exuberante colindante (en un plano abstracto) al Edén o a los Campos Elíseos y donde el amor es tan sólo uno de los elementos imperantes… El «Locus Amœnus» de Sagrado Corazón de Jesús, sin embargo, queda lejos de los cantares alegóricos y místicos y más cerca de la ironía que más duele: la que se recita con cara de póquer. Las letras de todas las canciones aquí compactadas están suspendidas en ese magistral estado de gracia en el que las múltiples capas de sentido se acumulan sobre tu cabeza y no eres capaz de saber (ni querer saberlo) si las palabras van en sentido literal, en sentido figurado o en una dulcísima polisemia en la que los significados antitéticos dejan al descubierto el absurdo de la vida moderna.
Ahí está el árbol caído del que Jesús hace leña: la vida moderna. En «Locus Amœnus«, por ejemplo, hay canciones que ponen sobre la mesa la dinámica absurda de la industria musical y sus fans: «Etapa Imperial» abre el disco con una fabulación de lo que debía pasar por la cabeza de Pet Shop Boys en el año 1989, mientras que «Lugares Comunes» lo cierra hablando de la tensa relación entre fans y objeto de fanatismo, esa relación en la que cualquier cambio siempre es para peor. En canciones como «Las Revistas Científicas Mienten» se invocan múltiples referencias de La Ciencia con mayúsculas como mito caído que nos ha fallado, como ídolo falible del que ya no podemos fiarnos. Lo socio-político es una erupción cutánea que pica sin posibilidad de rascarse en cortes como «El Fin de la Era» o «Manifiesto«. Y ahí está «La Balada del Último Neandertal«, que es para darle de comer a parte: su letra es un sublime trabajo de patchwork en el que Jesús se dedica a coser retazos de frases sacadas del imaginario tradicional para hilvanar una historia a la que cada persona le otorgará un significado diferente.
Otra diferencia más con aquel otro Jesús: a este le va la música, evidentemente, y por eso su primer Evangelio incluye algunas de las melodías más memorables de la historia reciente del pop español. En ellas se nota la mano falsamente destartalada de unos Hidrogenesse cuya producción siempre juega al menos (instrumental) es más (emocional). Las referencias, sin embargo, compiten en otras ligas diferentes pero no ajenas a las de Carlos Ballesteros y Genís Segarra: prepárate a que en tu cabeza se acumulen homenajes (conscientes o no) a los Astrud más juguetones, a los Fangoria de sus inicios o a los Ellos de su primer disco. De hecho, lo mejor que podría decirse de «Locus Amœnus» es que sería lo más parecido a Manolo Martínez de Astrud escribiendo y componiendo un disco para Guille Mostaza de Ellos. Ahí queda eso.
Y acabo donde empezaba: mi Profeta del Apocalipsis. Habrá quien haya pensado inmediatamente que, ante semejante afirmación, nos encontramos ante un disco pesimista, ante un ejercicio mamarrachil que intentara asimilar el rollo gloom y doom del metal en la coyuntura del pop español. Nada más lejos de la realidad: «Locus Amœnus» es un disco de emociones pletóricas y optimistas, uno de esos álbums que levantan los corazones (ehem). Pero mi imagen del Profeta del Apocalipsis no iba por ahí, no iba por eso de que este Jesús le canta al fin del mundo. Ni hablar. El fin del mundo ya está aquí… Así que lo que yo quería decir desde el principio es que, ya que el mundo está hecho una mierda, con las ruinas de la humanidad a nuestros pies, la única persona que quiero que siga retransmitiendo la realidad a mi oído es Sagrado Corazón de Jesús. Y no lo digo (sólo) porque quiera que su bigote me haga cosquillas en las orejas. Lo prometo.