No sé si a la gente que lee esta web también le pasa, pero tengo que reconocer que, siendo como soy fan hasta las pestañas del Pop en todas sus acepciones, connotaciones y formas, me siento prácticamente feliz cuando se cruza en mi camino un disco que celebre este género desde dentro hacia fuera. Llamadme simple, romántica o friki. Me da igual. Para mí, escuchar el «Yes» (Caroline, 2009) de Pet Shop Boys y que me parezca un gran disco es casi el equivalente a que me toque la pedrea en el sorteo de Navidad (mirad si aspiro a poco). La primera vez que escuché una canción de Oh Land supe que con ella volvería a sentir esa emoción ingenua, ese amor sincero y esa alegría estúpida que solo los buenos discos de pop consiguen darte. Como la primera vez que escuché a James Yuill. En aquél momento, no me equivoqué. Y en esta ocasión, tampoco. Así que vaya por delante que el segundo álbum de la preciosísima Nanna Oland Fabricious es un inacabable guateque de pop blanco, una maravilla nacarada compuesta de once perlitas que conforman una joya sencilla y reluciente y que desde ya adorna con orgullo mi lista personal de mejores discos del 2011.
Conocí a Nanna en las páginas de Nylon Mag. No digo esto para ir de guay, sino para orientar un poco por dónde irán los tiros con esta danesa que parece una extra sacada de «Le Mépris«. Oh Land figuraba en la lista de It girls del 2011 y posaba en una foto en blanco y negro, apenas unas pocas palabras describiendo su música, puro entusiasmo redaccional. Un icono había nacido. Por aquél entonces, sólo pululaban por su Myspace un par de canciones, borradores de «Son of a Gun» y «Woolf and I«, que más tarde incluiría en un EP junto a «White Nights» y «Rainbow«. Todas están en su flamante nuevo disco, «Oh Land» (EMI, 2011). En su día, ya prometían una bonita juerga de canciones esculpidas en sintes elegantes, coros celestiales y purpurina por doquier. Una producción limpia y transparente y un impecable gusto por las melodías sencillas y efectivas dejaban clara muestra del importante background musical de la artista: su padre fue organista de iglesia y su madre cantante de ópera. Algo tiene Nanna de Valkiria comedida… Este EP venía precedido por «Fauna» (2008), un disco auto editado que solo se distribuyó en Dinamarca y que le sirvió para llamar la atención de sus compatriotas, probar las mieles del éxito nacional y quizá ayudarle a tomar la decisión de moverse a Nueva York con la intención de darle empaque a un proyecto que palpitaba de su necesidades creativas. Si Oh Land existe a día de hoy es porque Nanna sufrió una lesión que la alejó de forma permanente del ballet, su auténtica afición, y que la había llevado a formar parte de las compañías danesa y sueca desde los diez años. Su pasado de bailarina está marcado a fuego en su proyecto musical, sobre todo en sus actuaciones (y nos han chivado que la que hizo en el SXWS fue espectacular) y en los videoclips, en los que muestra un cautivador gusto por el kistch ochentero y un toque circense cabaretero que sin saber por qué, recuerda mucho a The Sound of Arrows (¿dónde estáis, caris?)
En Brooklyn se rodeó de buenas compañías, entre ellas sus productores Dan Carey (The Kills, Franz Ferdinand, Hot Chip) y Dave McCracken (Depeche Mode, Beyoncé, AFI). Pero también figura en la agenda de Pharrel Williams y Twin Shadow, que por si no lo sabéis ya, es el epítome del cool neoyorquino. El de «Tyrant Destroyed» le hizo una estupenda remezcla a «White Nights» que la convertía en precioso himno post-party animado y reluciente y que consigue provocar el mismo efecto que levantarse después de una noche jarta y sin resaca. Simply the best.
Por las canciones de Oh Land pulula cierto misticismo folkie (como en «Woolf and I«, que habla de un triángulo de amor de lo más bizarro entre un lobo, el sol y la luna… wtf!), que contrasta en muchas ocasiones con su delicado electropop, como si quisiera aunar el lado más bucólico de su Copenhague natal y la dureza de una ciudad tan inabarcable como Nueva York. Quizá Nanna no ha terminado de adaptarse a un cambio tan notable. Quizá andar en compañías tan sugerentes no ilumina ciertos rincones de su vida. Quizá esos sentimientos justifiquen un tracklist que combina temas luminosos y bailarines con medios tiempos introspectivos que hablan de sus frustraciones y miedos («Perfection«, «Break the Chain«) de una forma tan sutil, preciosista y evocativa que hará reverdecer de pura envidia a la mismísima Natasha Khan de Bat For Lashes. Pero no es la única que deba sentirse amenazada por el irresistible encanto pop y las artes mágicas de estas canciones: Oh Land sabe ponerse divertida en la forma más synth ochentera («Voodoo«) de una forma que ensombrece el hieratismo antipático de La Roux o coquetamente juguetona cuando acelera el ritmo en sus temas más bailables («Human«, el single «Son of a Gun«, «We Turn It Up«). Siempre con arreglos cuidadísimos y exquisitos que en ocasiones emulan juguetes infantiles (¿le irá más «El Cascanueces» que «El Lago de los Cisnes«?), pero con una contención elegantísima que la aleja de las sobradas barrocas y cargantes de Florence + The Machine o Marina and The Diamonds, quizá los referentes más próximos en el tiempo.
Ballet, ópera, electropop, misticismo danés y brujería neoyorquina. Todo en la forma de una guapísima rubia con cuerpo de modelo y voz de sirena Y es que muy posiblemente tengamos nueva hechicera en la oficina. Dejadme hacer la coña, va… Se llama Oh Land y es divina.