Parece mentira: con lo chusco que nos suena ahora mismo todo eso del ochentismo y que no nos dejen parar de reivindicar la música de la generación pre «Reality Bites«. Blame it on the chillwave resurrecto -en la figura de Chad Valley et al- y ese Nicolas Windin Refn que, chupa choni con escorpión mediante, ha hecho del sintetismo ochentoso el nuevo must y las revoluciones a la altura de los tobillos el modus operandi de la música que merece la pena escuchar. Pero Anthony Gonzalez y su proyecto de banda sonora para atardeceres espumosos ya existía mucho antes de que a Ryan Gosling le tiñeran las puntas de rubio platino y de que Cut/Copy tuvieran a bien meter con calzador el primer sinte de saxo de toda una revolución de sintes de saxo que culminaría en este 2011 convirtiendo el instrumentito de marras en el accesorio it de todo disco que se precie. Ahí teníamos a Destroyer a principios de año desmarcándose con su «Kaputt» (Merge, 2011) que nos dejó noqueados y, desde entonces, hasta la mismísima Eleanor Friedberger se permitía juguetear con uno sin que viniera a cuento -pero sin que por ello le quedara mal-.
Y es que en todo esto de recuperar las pulsaciones somnolientas del pop de cámara Gonzalez podría haber escrito un simposio antes de que a la generación chill wave le diera por sacar los Casios del armario. Ha necesitado plantar sobre la mesa un disco doble (veintidós canciones… que se dice pronto) para, paradójicamente, conseguir un éxito comercial y popular que venía reclamando desde la primera vez que enchufó el M83 que le da nombre a su banda. Su anterior trabajo, «Saturdays = Youth» (Virgin, 2008) ya lo situaba en la avanzadilla de aquellos grupos a los que un día les pusieron droja en el Cola-Cao. Pero con él González había quedado insatisfecho, como de que le faltara algo. Y es cierto que, aunque preciosista y mágico, el quinto disco de M83 se quedaba como embombado a medio camino entre la IDM y la electrónica para Replicantes. Un poco que ni chicha ni limoná. Bonito pero vacío. Por eso, el alma pensante de este proyecto sintético que ha decidido dejar la síntesis para quien la quiera se ha tomado su tiempo, lo ha meditado con calma y ha parido lo que necesitaba salir de ahí: un álbum doble como ya hicieran en su día The Beatles, Pink Floyd, The Smashing Pumpkins y Andrés Calamaro. Con un buen par.
Anthony dejó su Francia natal buscando nuevas sensaciones y se instaló en Los Ángeles. Y, una vez allí, se agenció una cabaña en el desierto de Joshua Tree para vivir su propia revelación. En «Hurry Up, We´re Dreaming!» (Naïve, 2011) no hay dragones triposos ni estelas hippys, pero no hay que tener mucha imaginación para oler el aire nocturno del desierto, la paranoia de la soledad, el calor pegajoso del día y el frío come-huesos de la noche. El sexto disco de M83 es una oda a los sueños, a lo onírico, a los paisajes imaginados, a las fases REM y a las vigilias. Pero, sobre todo, es un homenaje a la infancia y a las ilusiones que esta va dejando tras de sí como migajas de pan para que alguien las siga y le lleve hasta quién sabe dónde. Porque, como no podía ser de otra manera, este disco llega con la dudosa etiqueta de disco conceptual, en el que el artista quiere reflejar todos los procesos emocionales de una persona adulta desde la más temprana infancia, inspirándose en los sueños y representándolo en forma de canciones. Teorías y chapas aparte, es una obra que se debe disfrutar de principio a fin, con una cinemática expresa y latente que por momentos arrulla, adormece y espabila. Una banda sonora para una hora y media vital que igual se inspira en Jean Michelle Jarre -lo de «Klaus I Love You» es de traca-, en Vangelis, en Brian Eno, en Jan Hammer o en Harold Faltermeyer. Todos nombres súper denostados y que no queda nada cool meter en una crítica pretendidamente seria y mega snob, pero que son los abuelos de todos esos grupetos que al moderneo estúpido se la pone bien dura a día de hoy.
Pero lo grande de este disco es lo fiel que se mantiene al sonido original de su creador y lo astutamente que afianza nuevas directrices. Para la «Intro» se alió con esa gran loca del coño que es Zola Jesus, regalándonos una de las mejores intros del año: un buen prolegómeno para ese festival de sensualidad onírica que le sigue a continuación. «Midnight City» era el hit perfecto para llamar la atención -y en la línea también se desmarca con una alegre y dispersa «OK Pal«-, pero el espíritu real del disco está en canciones como «Reunion«, «Claudia Lewis» y «Steve McQueen«, -¿alguien dijo homenaje expreso a Prefab Sprout?- hitos ochenteros de sintes eufóricos y desatados que por separado son momentazos irreptibles, y que en el contexto del disco marcan puntos de inflexión entre el desvelo y la modorra y te dejan tan a gustito como la mejor sesión de retoce en buena compañía. Momentos que vienen apoyados en breves interludios de títulos sugerentes -«Where The Boats Go«, «Train To Pluton…«-. Pero, como buen disco homenaje a aquellos maravillosos años, en «Hurry Up, We’re Dreaming!» también hay baladones de lagrimita y de piel de pana, de esos en los que esperas que Brian May te salte detrás de una puerta y se plante un solo de guitarra en el pasillo de tu casa: el encanto discreto de «Wait«; la emoción contenida de «Soon, My Friend» o la épica de moco tendido y derroche de «Echoes of Mine» o «Tears Are Becoming A Sea«. En medio el hombre también ha tenido tiempo para contarnos fábulas infantiles, como en «Raconteur – An Histoire» o para enamorarnos hasta la locura como la muy aracadefireiana «New Map«.
Lo más fácil al enfrentarse a un disco de esta envergadura es arrugar el morro y buscarle un hueco en la agenda. Pero «Hurry Up, We’re Dreaming!» es una delicia de delicadeza expresionista e hiperbolismo nada disimulado, ambicioso e intrincado. Es tan grande como ese pretexto que le daba origen; inabarcable; gigante. Al cumplir la treintena, González dijo quería hacer algo que recordara toda su vida e, intencionadamente o no, seguramente con este disco haya hecho algo que recordaremos muchos a lo largo de la nuestra.