Ametrallando. Así comienza el homónimo debut (Kemado / Mexican Summer, 2012) en versión larga de Light Asylum, esa suerte de experimento ambiguo de falso bollerismo que Sharon Funchess y Brother Bruno practican a horcajadas entre el bacalao moderno, el post-punk menos gótico y la música de baile de los 80 en plan diva de un extrarradio masivo en un perfil cercano al de Grace Jones pero con una energía que aprovecha para rellenar los huecos vacíos a lo Michael Jackson (“Pope Will Roll” es lo que Jacko hubiese grabado de haber colaborado alguna vez con Suicide), con sus “ahs” y “ohs” secos y contenidos, directos a la encía y como herramienta de deformación gravitatoria. Y en esa misma virulencia es donde encuentran un sostén apocalíptico, jugando a ser portadores de enfermedades congénitas de una robótica tensa, de una mística oscura, de una estética andrógina, de una militancia bestialista, de la energía misma parida del paroxismo. De una síntesis global que recoloca el concepto de la transexualización (vocal y no) anónima hacia un espacio en el que el mismo arsenal es la robótica industrial, el gesto deformado, la expresión que deja entrever Funchess al final de cada una de las palabras que menciona y por las que, a la postre, acaban siendo identificados como un ejercicio que visita, a la vez, las centrales de pasta base de cocaína de la Detroit de Aux 88, Surgeon o Dopplereffekt y el romanticismo poético de Wise Blood, el ejercicio de karaoke maricón de Jef Barbara, el oscurantismo sincrónico de Zola Jesus, el funk eléctrico de Prince, la actitud de machorra punk de Siouxie o Brody Dalle o el ambigüismo inherente de Planningtorock.
La conversión de Funchess en mujer-lobo y macho-alfa a la vez hacen de la vocalista una especie de ejercicio de sodomía andrógina darky que lo mismo vale para ponerse un cinturón-pene de esos que venden en los sex shops (o de los que te puedes hacer tú mismo con una banda elástica y un bote de desodorante) que como portadora vocal de los vicios excesivos más urbanitas de la generación pre-heroinómana. Y en esa misma escena de misiva dominación y reformulación de la androginia pop agigantada aparecen Ian Curtis, Dave Gahan, Michael Jackson, Grace Jones y Gloria Gaynor compartiendo escena con elementos de perversión religiosa (Broadcast, Master Musicians of Bukkake, Barn Owl), misivas basuristas de beats duros y golpes firmes de bombos que responden a una estética estática (o F F Love, Hype Williams, Suicide) o recientes toda la escena de revival sintético ochentero, lujuriosamente tentativo de pista de baile como de festivales modernos (Trust, Desire, Autre Ne Veut, Humans, Warm Ghost). Y así es que despliega un torrente de maniqueísmos brutales que colindan con el terrorismo synth-pop (“Hour Fortress” o “End of Days”), pop negroide de los 80 en una línea tan urbanita como ñu raver (“Pope Will Roll”: pura respuesta a la white trash que parece loopear melodías de teclado de anuncios de coches), canciones que parecen querer evocar la new wave más firme y homogénea que se oía en el RockOla (“IPC” o “A Certain Person”), maniobras mediotiempistas que pasean las atmósferas por una imposición vocal tan teatral (“Shallow Tears”) como estéticamente gestual y casi como versión hardcore de James Brown (“At Will”). Dan ganas de quemar cosas. No me esperen a cenar.
[Alan Queipo]