Tras el nombre descarnadamente ingoogleable de Lee, se esconde Asano Ryuhei, un rapero, beatmaker y dibujante japonés afincado en Tailandia de quien poco sabíamos hasta hace unos meses. Los insondables misterios de la red y el permanente status wide to receive de unos pocos tienen estas cosas: aquí estamos, tú y yo, hablando de lo de Lee: un disco tan under the radar que estrictamente ni siquiera se trata de un disco (físico) y probablemente tampoco haya radar.
Lo que Lee plantea en “noname” (2013), que así se ha dado por llamar esta beat tape, este proyecto, es un collage de música negra (soul, jazz y r&b) que se erige finalmente en una reconstrucción de hip hop impresionista en sensu stricto pictórico: Lee da forma a la luz que se proyecta sobre los cuerpos (las canciones originales) más que a los cuerpos en sí.
Veintidós minúsculas (su duración media apenas excede los dos minutos) partículas elementales conforman esta obra, este estudio de campo de vocación casi arqueológica, en el que Lee establece un diálogo con el oyente desde un punto de vista absolutamente lúdico a partir de la colección de beats y samples reunidas aquí, que cobran su verdadero sentido cuando se considerar desde una visión holística. Nos referimos entonces al sentido lúdico de “noname” porque uno puede entender ese diálogo como un reto en busca de las referencias que Ryuhei ha ido colocando para formar este increíble puzzle, pero también puede desentenderse de estas argucias y simplemente, y no es cosa baladí, dejarse emocionar ante él.
Desde el brillante inicio con un “zensai” de estirpe duramente haunt hasta el cierre con el bucle de un piano trastocado por una miríada de glitches en “mo ichi do”, “noname” se erige probablemente como un heredero al trono con el que refundar el hip hop abstracto desde lo más under del underground. La obra del nipón llega a sonar casi como un hijo espiritual bastardo nacido de entre algunas propuestas de Leyland Kirby y el modus iocandi que germinaba hace ya más de una década con The Avalanches. El resultado, por más que yo se lo intente explicar, requiere ser conocido a través de la experiencia propia. De calado duradero y contagioso, al hacer sonar los micro-cortes de “noname” uno tiene la impresión, por desgracia no tan habitual, de estar ante algo bastante enorme. Se trata de una obra viva, que parece respirar por si misma, capaz de atomizar la consciencia del oyente a partir de casi una transformación del espacio. Así, mientras que por ejemplo la reconstrucción enfática del “If I Ever Lose This Heaven” de Quincy Jones y Leon Ware se convierte en un himno urbano en “soy sauce”, la remodelación sudorosa y casi claustrofóbica del “Sunny” de Bobby Hebb en “my sunny” causa el efecto antagónico a través de la inserción de efectos disonantes.
Entiendo que la perífrasis filosófica puede no ser la forma ideal de acercarse a un disco, pero imagino que es igualmente válida. Sin embargo, yo también puedo cambiar el beat; como Lee, también yo puedo apuntalar silencios abruptos para acometer un U-turn cualitativo. Por ello, me gustaría terminar con las palabras que cierto traductor utilizó para cierta canción de cierto éxito de cierto cantante italiano hace ciertas décadas. Palabras que involuntariamente me valen para dar con la imagen (lo decía: U-turn, de lo analítico a lo representativo) que en mi se erige a partir de este inclasificable e inabarcable “noname” de Lee:
Campo de sonrisas, agua en el desierto, corazón abierto: aventura de mi mente, de mi mesa y de mi lecho. O sea, glo-ri-a.