Que cada lanzamiento de la precocísima Laura Marling se espere por quien esto firma como agua de mayo (florido y hermoso, dicen) no debe causar extrañeza alguna. Sus obras previas (“Alas I Cannot Swim” -Virgin, 2008-, el favorito personal “I Speak Because I Can” -Astralwerks, 2010- y el también destacable “A Creature I Don’t Know” -Virgin, 2011-) ya tenían el atractivo de la simplicidad del mejor folk contemporáneo. Anunciado hace casi tres meses con un tracklist de 16 temas que ya entonces hacía salivar, este “Once I Was An Eagle” (Ribbon Music, 2013), de nuevo producido por Ethan Johns, cumple con creces todas las expectativas depositadas en él.
El álbum se abre con un relato construido en cuatro partes (los cuatro primeros temas del disco), sin solución de continuidad ni planos de clivaje. Su seña de identidad, además de la arquitectura lírica envidiable como siempre en la joven Marling, es el arrebatado acompañamiento de sitares que dota a la composición en cuatro piezas de un ambiente misterioso, casi místico. Destacan aquí especialmente “Breathe” y una emponzoñada “I Was An Eagle”, maravillosamente arreglada con bien de cuerdas y cargada de despecho y reafirmación personal (“When we were in love, if we were / I was an eagle / And you were a dove”). La torrencial “Master Hunter” redunda en la idea de radicalización individual (“I cured my skin / Now nothing gets in”) con regusto a misantropía y a bilis, y demuestra que a Marling no le va nada mal cuando se acompaña de potente percusión.
Desgarrador hasta la entraña, “Once I Was An Eagle”, despojado de su frágil luminosidad capsular casi impresionista, muestra efectivamente trazas de repudio al prójimo y a la urbe; a la sociedad. Sus letra esconden generosamente ansias de acercamiento a la naturaleza y a la oscuridad (“It’s a curse of mine to be sad at night”, canta ensoñadora en “Where Can I Go?”) rehuyendo acaso de los rastros que amores y amantes pretéritos han dejado en el entorno personal de la protagonista de la obra (si son retazos de la vida real o no de la propia Laura Marling, es algo que no me corresponde a mi juzgar, aunque parece razonable encontrar bastante verosimilitud en lo que cuenta y canta la cantautora como para atribuirlo a un carácter puramente ficticio).
La voz de la (ahora) rubísima Laura es, aquí más que nunca, terciopelo de Tennessee. Que en realidad Laura Beatrice Marling haya nacido en Eversley, Hampshire, Inglaterra es mera coyuntura. En este extenso álbum, Marling abraza por igual a Fiona Apple y a Tori Amos, a Aimee Mann y a Gillian Welch, y, como por ejemplo en la maravillosa “Love Be Brave”, llena de intensidad el espacio a través de su fuerza poética, no sólo en lo que canta sino en cómo lo canta. “Devil’s Resting Place” ejerce su poder sobrenatural a modo de hechizo con una voz sutilmente desdoblada, creando un efecto casi de brujería, y unas percusiones desbocadas hacia el final del tema. Contrastan con ella dos joyas que no puedo evitar mencionar: “Little Love Caster”, delicada y quebradiza, y sobre todo “Where Can I Go?”, quizás el momento más optimista y más Van Morrison del disco.
¿Qué te queda por demostrar si con apenas veintitrés años recién cumplidos cuentas ya con cuatro discos en tu haber capaces de echar raíces con tanta fuerza en el corazón de tus oyentes? Porque, efectivamente, “Once I Was An Eagle” no sólo consigue rayar al nivel que las obras que lo precedían, sino que incluso puede disputarle el honor a “I Speak Because I Can” de situarse como el cénit creativo de la joven cantautora británica hasta la fecha. Belleza sin artificio y sin artefactos, ya incluso desde su portada, “Once I Was An Eagle” conforma seguramente gran parte de los minutos más delicados de la música popular publicada en lo que va de año. El álbum ejerce un incuestionable efecto balsámico, diríase sedativo (que no aburrido, no se me confundan). Sí, es verdad que solicita una complicidad y un esfuerzo al oyente que no todo el mundo está dispuesto a ofrecer. Se trata de un disco que, para ser disfrutado en toda su in(m/t)ensidad, seguramente requiera de un contexto particular: espacios abiertos, quietud, pausa, paciencia. Probablemente es un disco concebido para escucharse en la transición de la madrugada al amanecer, con los primeros rojos del albor. Ahí va el reto: ¿quieren ustedes atrapar tanta belleza?