Que conste en acta: mi modelo para «hacerme mayor» es el de Guille Milkyway. Y lo digo muy sinceramente después de observar (y escuchar) cómo el para nada enfant terrible del pop español se aleja de esa imagen de niño que muchos siguen conservando a través de un ejercicio de escapismo malabarista realmente espectacular: a los menos observadores, «La Polinesia Meridional» (Elefant, 2011) les sonará a otro disco más de La Casa Azul, repleto de tonadillas hiperactivas rozando lo desquiciado y lo desquiciante, a rebosar de letras con vocación generacional y coreable, preñadísimo de esa ambigua emoción aparentemente optimista aunque jodidamente pesimista cuando la miras de cerca… Sea como sea, lo cierto es que este es un álbum en el que las arrugas están ahí, a la vista de todos. Y, por si alguien lo dudaba, esa es la forma más interesante de hacer que algo se vuelva invisible: luciéndolo a pleno orgullo. Dejando a la vista de todos una desnudez que muchos se empeñarán en hacer pasar por el traje nuevo del Emperador. Donde se ponga una buena carga de autosugestión, que se quiten de en medio las sutilidades. (Nótese la ironía.)
Gran parte de la fuerza de este ejercicio de prestidigitación recae en el pack inicial de canciones de «La Polinesia Meridional«. Y es que no puede ser azaroso que el álbum se abra con la sublime «Los Chicos Hoy Saltarán a la Pista«, un ejercicio capaz de hacer enloquecer a cualquiera al aunar la dulce tradición del soul multiorquestal y exaltadísimo de Curtis Mayfield con la locura plástica y sintética tan habitual en el j-pop (y ojo, porque estas dos coordenadas serán la moneda de cambio habitual en lo que queda por delante). Lo más importante, sin embargo, vuelve a ser una letra que busca la epifanía en su estribillo: una especie de llamada al 15-M para indies (por mucho que Milkyway deteste este término) en el que el Mago de Oz detrás de La Casa Azul da en el clavo a la hora de retratar una generación aletargada en la que, siendo muy optimista, todavía queda alguien «con corazón» capaz de hacer caer los tabiques. Esta vitalidad hipervitaminada y súpermusculada en lo externo y en lo interno sigue intacta en las siguientes canciones: «La Fiesta Universal» retoma las tonadillas del pop más setentero a lo Peppermint Rainbow para contraponerlo a una letra rabiosa en la que Guille se cansa de «tanto imbécil» y se entrega de lleno al amor, «contundente e irrefutable ganador«; «Sucumbir» parte de unas campanas muy Dinarama pero las eleva muchos metros en el aire en una espiral de power pop in crescendo; «Terry, Peter y Yo» oposita para ser el reverso luminoso de «Esta Noche Cantan Para Mí» (por eso de la referencialidad a astros ocultos de la historia de la música) con una línea de teclados que acaba estallando en un estribillo en el que la guitarra se debate entre lo dulce y lo duro (hasta acabar en un homenaje al «Johnny and Mary» de Robert Palmer)… Y, sobre todo, es una sensación que campa a sus anchas en esa «¿Qué Se Siente Al Ser Tan Joven?» en la que se introducen las arrugas a través de la psicología inversa, tal y como puede apreciarse desde el mismo título de la canción.
Hasta aquí, todo normal… Si consideramos «normal» el nivel de calidad que suelen ostentar todas las canciones de La Casa Azul. Pero es que, llegados a la mitad de «La Polinesia Meridional«, algo hace crack. Un crack sordo, casi mudo, casi inexistente, sólo perceptible para quien esté lo suficientemente atento. Y es entonces cuando las arrugas aparecen en la frente de Milkyway. El quiebro aparece en esa «La Polinesia Meridional» (la canción) que se cuela en la primera mitad del disco remitiendo a los devaneos con la bossa nova que Guille ya se marcó en los remixes de «La Revolución Sexual» (Elefant, 2009), pero se hace del todo evidente en la sublime «Colisión Inminente (Red Lights, Red Lights)«, o cómo encularte con el mayor de los estilos utilizando una vaselina tan clasicorra como un suave «nooooo noooooo«. A partir de aquí, tres temas marcan la génesis del nuevo Guille Milkyway: «Todas Tus Amigas» crece sobre un zumbido electrónico muy French Touch para hablar de un tema tan manido en La Casa Azul como la absurdidez del postureo de los modernos; aunque la novedad es que parece que, más que ser Guille el que ha de aguantar a estas amigas que «sufren mucho más que tu te engañas«, a quien decepcionan es a la pareja de este, a quien él da consuelo. Es decir: aquí entra la pareja, el «otro» eterno, el contrapunto amoroso necesario. Y a la pareja de Guille parece ir dirigida también «La NIña Más Hermosa«, posiblemente la canción más «desnuda» que nunca haya escrito Milkyway (pese a incorporar un homenajo por todo lo alto al «Be My Baby» de las Ronettes). Esto es pura paradoja: ¿ha quedado totalmente expuesto el artista cuando ha dejado de hablar de él y ha escrito la canción de amor definitiva dirigida a esa «niña»? Va a ser que sí.
Pero si hay un tema en el que Guille luce especialmente orgulloso sus nuevas arrugas es precisamente en el acto más elevado de «La Polinesia Meridional«: «La Vida Tranquila«. No es sólo que en esta canción Milkyway se atreva con un fraseado estilizadísimo, sino que la composición pasa por diferentes estados que acaban estallando en un grand finale espectacular en el que ese «otro» eterno al que ya hemos hecho referencia se materializa por completo y se marca un pimpinelesco diálogo con un Guille al que no duda de increpar con un delicioso «Sólo piensas en tí mismo / Siempre fiel al dramatismo«. Definitivamente: sí, por mucho que pensáramos lo contrario, Guille Milkyway saca lo mejor de su persona artística cuando, como en un ejercicio de psicoanalismo, consigue separarse de sí mismo y compartir el protagonismo con «otro». La Casa Azul ha llegado a ese punto al que todo niño tiene que llegar: cuando dejas de mirar hacia adentro y no sólo tienes que aceptar que existen otras personas, otras personas a las que quieres, sino que también tienes que asimilar que tienes que ser consecuente con ellas. Cuidarlas y amarlas. Y es que, pese a las concesiones necesarias al pasado de La Casa Azul, de eso va «La Polinesia Meridional«: de tener pareja (y un proyecto de vida) y de mirarse las arrugas (con lo que siempre tiene esto de fatalismo mortalista). Pero, ¿no es eso lo que más nos preocupa a los que acabamos de entrar en la treintena?