«Puede parecer paradójico, pero he buscado siempre mi originalidad de escritor en la asimilación de otras voces. Las ideas o frases adquieren otro sentido al ser glosadas, levemente retocadas, situadas en un contexto insólito […]. Escribimos siempre después de otros. Y a mi no me causa problema recordar frecuentemente esa evidencia. Es más, me gusta hacerlo, porque en mí anida un declarado deseo de no ser Nadie, lo que me lleva a procurar no ser nunca únicamente yo mismo, sino también ‘ser descaradamente los otros’«. Supongo que estas palabras de Enrique Vila-Matas (extraídas de la conversación epistolar que el escritor mantuvo con Jean Echenoz y que queda reproducida en las páginas del libro «El Juego del Otro«) han venido a mi mente por múltiples motivos, empezando porque no hace demasiado que leí el tomo publicado por Errata Naturae y, sobre todo, porque si me paro a pensar en algún maestro de la impostura, es este autor el que primero viene se planta ante mí como una aparición mariana en versión esnobista. ¡Ah, claro! Y el principal motivo de todos: he acabado pensando en este mestro del disfraz abstracto al saber que el nuevo disco de Junior Boys estaba ampliamente inspirado en la visita de Jeremy Greenspan a Shanghai (ya que su hermana artista expuso en la exposición internacional), en Howard Huges (de hecho, el Banana Ripple era el helado preferido del magnate) y, aquí vamos a lo que importa, Orson Welles. Múltiples interconexiones: todo suena a vintage (tan vintage como la etiqueta de crooner que se le suele colgar al cantante y frontman de Junior Boys), la mención de Welles lleva a «La Dama de Shanghai» y, sobre todo, también conduce a la amplia afición de este director por el simulacro (la biografía encubierta del mismo Huges en «Ciudadano Kane» o la polémica «La Guerra de los Mundos» en la radio) y, sobre todo, a «F for Fake«. Agárrense que vienen curvas: «F for Fake» es el documental sobre la impostura de Welles en el que se retrata ampliamente a Clifford Irving, célebre autor de la autobiografía fraudulenta de Howard Huges. La cuadratura del círculo.
Pero, ¿es realmente necesario semejante galimatías sobre la impostura a la hora de hablar de «It’s All True» (Domino / PIAS Spain, 2011)? Depende del nivel de profundidad que pretendas alcanzar cuando te acerques al nuevo trabajo de Jeremy Greenspan y Matt Didemus. Porque, como toda gran obra popera, «It’s All True» ostenta diferentes niveles de lectura que hacen posible quedarse en la superficie chicletera sembrada de imparables jitazos pegadizos a más no poder o, por el contrario, bucear por las profundidades más peligrosas donde los peces abisales preparan trampas mortales entre las algas en forma de enredadera, pero también donde residen los corales más bellos y las especies marinas más fascinantes. Si eres de los que prefieren la primera opción, la del chicle cosmos, aquí tienes una ración incólume de hits que te ayudarán a pasar el verano (y el invierno y tu vida de aquí al geriátrico): desde la apertura de aceleración electro-emo en «Itchy Fingers» hasta las aventuras de sensual synth-pop en «You’ll Improve Me«, pasando por el himno coreable de «A Truly Happy Ending«, la dancera iteración de «Kick The Can» (que los más aventureros dicen que les recuerda a Carl Craig, una de las influencias confesas de Junior Boys en su nuevo álbum) y, sobre todo, la colosal y luminosa «Banana Ripple«, con la que podrían deshacerme en mil halagaos babosos que me guardo para más adelante en esta crítica.
Si, por el contrario, eres de los de la segunda opción, de esos capaces de buscarle un significado oculto incluso a la canción del Telediario, «It’s All True» es una mina con millones de galerías repletas de joyas en bruto de incalculable valor (emocional, sobre todo). En esa apología de la impostura a la que nos referíamos al principio, Junior Boys han conseguido aunar por fin todas sus influencias, todas sus referencias a diferentes décadas musicales, (todas sus imposturas, al fin y al cabo,) en un único disco: aquí hay menciones ilustres como la depuración minimal de melancolía sinthera a lo Yazoo en la astronómica «The Reservoir» (con esas «escapadas» que semejan calculadísimos errores sonoros y que destensan la tensión ambiental del tema), la aceleración teatral del pop más histérico y teatral de Sparks en «Itchy Fingers«, la depuradísima languidez de esa «Playtime» que deja en bragas a los tan fallidos intentos con los que el R&B de nuevo milenio trata de picotear en lo digital, el cachondo y estimulante juego kraut que remite a cierto grupo alemán ya desde el título de una composición como «Kick The Can«, el punto medio entre el horterismo filo-gay orientalista de grupos ochentosos como Alphaville y el niponismo paisajista de cierta electrónica sintética de finales de los 90 (la mención inicial a Shanghai no era gratuita: allá Greenspan grabó instrumentos como los metales que pueden escucharse en «Itchy Fingers» o las cuerdas a lo harpa de «Playtime«) e incluso esa sublimación de todo lo que intentaron Pet Shop Boys en sus álbumes más desvergonzadamente discotequeros de los 90 y que Junior Boys alcanzan (y superan) en la gigantesca «Banana Ripple«: un pepino de nueve fascinantes minutos en los que Greenspan y Didemus multiplican por mil la capacidad de Neil Tennant y Chris Lowe para facturar singles de soleado dance-pop sin olvidar una personalidad propia que les lleva a rubricar el tema con un outro que sabe a rave gayer en las nubes sobre las que viven los Osos Amorosos y en el que, por fin, tras cuatro discos, podemos escuchar a un Jeremy totalmente desatado en sus coros y contra-coros.
Si en vez de mirar hacia fuera en este juego de espejos impostores miramos hacia adentro, el ejercicio de compactación de la personalidad múltiple es evidente: en «It’s All True» quedan representados desde los devaneos de micro-electrónica de sus dos primeros álbumes hasta la sensualidad nocturna y dulcemente perezosa del sublime «Begone Dull Care» (Domino, 2009). Si el anterior álbum de Greenspan y Didemus podía parecer un acercamiento a sonidos más maduros, aquí Junior Boys suenan al subidón post-crisis de mediana edad. Jeremy sigue hablando de amor y desamor, de corazones rotos y del patetismo que implica que todo esto siga ocurriendo cuando ya tienes cierta edad… Pero ya no habla de estos temas en plan acercamiento sensual en una barra de bar de cocktelería, como lo hacía en «Begone Dull Care«, sino con los subidones y bajones propios de las mejores fiestas en casa de algún amigo que te permite subir la música cuando tienes ganas de bailotear en plan predador sexual y bajar el ritmo cuando quieres un poco de intimidad con tu presa.
Al fin y al cabo, «It’s All True» personifica esa obsesión de los críticos musicales por que cada disco sea un puzzle formado por diferentes piezas provinentes de otros discos y otros artistas. Una vehemencia muy parecida, por otra parte, a esos psicoanalistas empeñados en fragmentar la personalidad como diferentes compartimentes a veces disonantes que, si volvemos a Vila-Matas, también pueden (y deben) estar formados en base a otras personalidades y personas. Lo genial del movimiento del último disco de Junior Boys reside en que, en este ejercicio máximo de impostura, Jeremy Greenspan y Matt Didemus consiguen conformar una personalidad sólida, de mármol blanco. Un rascacielos de materiales nobles que, sin embargo, se mece con el viento para poder mantenerse en pie. Dureza y flexibilidad. Una obra que no tiene miedo de «ser descaradamente otros» porque así deja de ser Nadie y pasa a ser, precisamente, una voz única y original en el que los referentes quedan empequeñecidos. De hecho, con «Begone Dull Care» Junior Boys dejaron de ser Nadie. En «It’s All True» consiguen ser Todo. E incluso Todos.
Junior Boys – Banana Ripple by DominoRecordCo