Julian Lynch ha conseguido, a través de sus propios estudios e investigaciones sobre etnomusicología, comprender que la concepción moderna de disco debe cambiar. La tematización y especialización deben ponerse a prueba. Hacer de lo diverso pura magia. Convertir en atmósferas, espacios y ruidos una concepción de lo sonoro que viaje entre tiempos, influencias y estilos, uniendo más por intuición y pulsión instantánea un reducto cancionista que sobrevuele estadios y estudios. Una atracción casi imantada hacia un vocabulario sonoro que utilice los sonidos de ayer para concebir las nuevas formas de hoy. Y allí está él, creciendo en la misma escuela que ruidosos como Ariel Pink y compañía, pero autoproclamándose líder de una vertiente neo-hippie, intelectualoide y diferente. Lo ha demostrado hace menos de un año con «Mare» (Olde English Spelling Bee, 2010); y, en los últimos años, sus múltiples CD-R, cintas de cassette, splits y singles colocan a Lynch al borde de un ataque de paz. «Terra» (Underwater Peoples, 2011) encuentra en Lynch el aliado perfecto para procurar acerarse a, quizás, lo que puede llegar a ser un brillo conceptual que recree, desde la baja fidelidad, la herencia del soul brillante de los 70, los guiños horteras de los 80 y la acusmática como género a recuperar: de los cuatro elementos (agua, tierra, viento, fuego), ya cuenta con dos. Y nosotros creemos en él.
En “Terra”, Lynch ha construido (valga la redundancia) un terrario sonoro. Dentro de él cohabitan en una especie de clima neo-zen las formas étnicas de la psicodelia sesentera (Brian Jones y George Harrison hubieran estado encantado de conocerlo en plena adicción hindú), la new age más cercana hacia el pop, la banda sonora de documental imaginario (preferiblemente con plantas, árboles y fauna colorida a su alrededor) y la extracción, vía machete o por falta de medios y técnica (bendita falta, todo sea dicho) de un sonido que parece inyectarse detrás de la válvula de escape de un reproductor de cintas de casette encontrado en el trastero. Lynch aguanta la presión con una variabilidad de instrumentos que convierte su tercer LP (si no contamos aquella cinta titulada «Born2Run» (Wild Animal Kingdom, 2009) y nos quedamos sólo con «Orange You Glad» (Olde English Spelling Bee, 2009) y el mencionado “Mare”) en una misa conceptual sobre la tierra, sus frutos, la naturaleza y el camino del polvo al lodo de un ser humano confinado entre arboledas africanas, tigres, leones y panteras bebés.
A diferencia de “Mare”, bastante más centrada en elementos de cuerda, “Terra” se alía más con los vientos (el saxofón lleva por caminos totalmente ajenos al género lo-fi), los teclados y ciertas incursiones de coletazos sintéticos, sin dejar atrás percusiones que lo emparentan más con la ola africanista o hindú que con el pop de Brooklyn. Lynch logra superar el trauma por la muerte del freak folk de aquella New Weird America fugaz y se acerca, a día de hoy, a un grupo de músicos que experimentan tanto como creen en la investigación sonora como el mencionado Ariel Pink (Lynch también se graba solo en un cuatro pistas perro), Omar Rodríguez-López (el Mars Volta continúa su especial cruzada por la psicodelia pseudo-electrónica y el humus como mensaje mántrico), John Frusciante (en su faceta solista, claro: puro opio), Thom Yorke (muy lejos de este en su concepción técnica, pero con una facilidad armónica muy similar al Yorke de «The Eraser» -XL, 2006-) o grupos de baja fidelidad como Real Estate o sus colegas Ducktails; y en un ejercicio de retrovisión sin límites se topa tanto con gente proveniente de fusión jazzera (desde Martin, Medeski & Wood en sus zonas más sincopadas hasta bajistas argentinos como Pedro Aznar o Javier Malosetti en sus facetas solistas cuando se pone especialmente grave) o de la mencionada new age (no sería de extrañar que nos encontremos con comparaciones, nada erradas por otra parte, con Jean Michel Jarre). Destaca especialmente la primera mitad del disco (las primeras cuatro canciones, en concreto), con especial simbología a piezas como “Canopy” o “Fort Collins” (los puntos más álgidos y donde consigue un trazado armónico en el que utiliza tanto el bucle de teclas como las flautas traverseras, cruzando el “Videotape” de Radiohead con ciertos elementos de Johann Johannsson), mientras que la que da título al disco apuesta más por la mezcla étnica. Incluso se atreve con piezas de unión como las instrumentales “Water Wheel One” o “Ground” (esta última con unos guiños en las teclas que, por qué no, recuerdan al sonido conseguido por aquel Nacho Cano de los mil brazos en Mecano) para finalizar su nueva obra maestra con ultrajes a la armonía y al sonido chatarra en canciones como “On Eastern Time” (síncopas + guiños a Elliott Smith + sonidos saturados) o la final “Back”, donde saca a relucir su lado más casero y de bedroom pop. Un viaje ultra-natural por los caminos de la vida desde un concepto de la suavidad que atrapa y mestiza un género abocado al ruido y el proto-punk de patio trasero. Lynch, curado de espanto y alejado del maridaje punky, riega las plantas de aquel patio. Genial.
[Alan Queipo]
Julian Lynch: Terra by alteredzones