Hay paréntesis y Paréntesis. Del segundo tipo son los que delimitan los dos últimos álbumes (propiamente dichos) de Jon Hopkins en solitario: aquel “Insides” (Domino, 2009) y este “Immunity” (Domino, 2013) que tenemos recién sacado del horno. Y es que ese intermedio, además de contener la banda sonora del thriller sci-fi “Monsters” (Double Six Recordings, 2010) -la cual funciona musicalmente a la perfección sin ayuda del componente visual-, también brilla por las exquisitas colaboraciones en las que Hopkins no sólo ha participado de forma auxiliar, sino también sustancial. Es decir, además de tocar algunos instrumentos -principalmente piano y keyboards-, ha sido parte activa en la composición musical de cada una. Por un lado, ha compartido créditos con el incombustible y volátil Brian Eno en su “Small Craft On A Milk Sea” (Warp, 2010) y, por otro, con el folky hiperactivo King Creosote en “Diamond Mine” (Domino, 2011), del que también se escribió en esta santa y alocada casa.
Es probable que, quien venga conociendo al londinense por sus discos más cercanos al downtempo, -”Opalescent” (Just Music, 2001), “Contact Note” (Just Music, 2004)- o por trabajos más ambient -como aquella banda sonora o su mano a mano con Creosote-, enarque las cejas cuando empiece a escuchar su último álbum, más próximo en su conjunto a la urgencia del techno (ronda los 130 bpm) que al tempo relajado o los efluvios atmosféricos. Si tomamos como referencia aquel magnífico disco con el que puso punto y seguido a su carrera a solas -“Insides”-, sin embargo, podremos leer más de corrido su último recorrido en solitario. En aquel álbum ya escuchamos a un Hopkins que habla en términos afines al artista de “Immunity”. Como por ejemplo en “Vessel”, “Insides”, “Wire” o “Colour Eye”, donde juega con beats agresivos, retorciéndolos, deformándolos e intercalando notas de piano, keyboards o cuerda que contrastan con el vigoroso ánimo de los beats.
Unas llaves abren una puerta que acto seguido se cierra dejando tras de si el ruido del exterior. Así entramos en “Immunity”, en compañía y desapareciendo del resto. “We Disappear”, primer corte del disco, apunta hacia ese espacio indeterminado en el que podernos aislar en grupo. Algo afín al escapismo colectivo que, el que más o el que menos, ha gozado alguna vez escuchando música y / o bailando rodeado de gente. A una sólida base de beats se van sumando secuencias rítmicas y repetitivos glitches que ensucian y dan cuerpo al tema. Los beats devienen, súbitamente, en una serie de zumbidos que arrasarán con el resto de capas sónicas dejando unas sutiles voces desnudas y acompañadas, tan solo, por delicados acordes que cierran el tema con una insospechada dulzura.
Hopkins es un maestro en plantear contrastes y mixturas anímicas como esta. Su destreza en la producción y al frente de los teclados, ya sea al estilo clásico del piano o acariciando keyboards, conduce de una forma natural -y este es el punto fuerte, el que no parezca forzado en absoluto- a esa intersección de caminos donde lo intenso se encuentra con lo vaporoso. Ejemplos de ello los encontramos, ya desde su propio título, en “Form By Firelight” o “Sun Harmonics”. Pero, sobre todo, es en “Breathe This Air”, tercer tema del disco, donde casi podemos llegar a masticar ese aire. En él, una suciedad dubstep, casi tangible, copula de forma espontánea con unas traslúcidas notas de piano que languidecen la rigidez del patrón rítmico y liman sus asperezas. Como si el fervor rítmico encontrara una válvula de escape que le permitiera volatilizarse a la vez que la ingravidez de las dispersas notas de piano se condensara y disolviera en un denso y jugoso fluido.
A grandes rasgos, podríamos decir que la intensidad del álbum se concentra en su primera mitad, mientras que en la segunda se interponen algunos pasajes de corte más neoclásico que contrastan con el nervio de la primera parte. La melancolía y sosiego que desprende el algodonado piano de “Abandon Window” recuerda al fantástico “Float” (Type, 2008) de Peter Broderick. En “Immunity”, último tema del disco, la voz de King Creosote flota sobre notas de piano y efluvios sintéticos haciendo inevitable pensar que estamos ante otra joyita sacada de “Diamond Mine”.
Si de por si ya es complicado describir la música con palabras, en los casos de lumbreras de la producción como el que nos ocupa o, por ejemplo, James Holden -¡otro que agárrate!- se puede convertir en una tarea de encaje de bolillos. Aún así, me atreveré a decir que Jon Hopkins ha creado su propia norma ortográfica… Aquella que dice que, después de un Paréntesis con mayúsculas, lo que le sigue también comienza con mayúsculas.