Cambio de ciclo. Este concepto, últimamente utilizado y deformado obsesivamente por el sector forofo y radical del periodismo balompédico, se viene manejando desde hace un tiempo para explicar la evolución de determinada facción de la música alternativa patria: la de la electrónica en sus múltiples vertientes. Resultaría obvio recordar cómo, desde hace décadas, se aprecia la influencia anglosajona en los diferentes estamentos sonoros de nuestro país, pero no está de más hacerlo para llamar la atención sobre algunos casos de artistas que, de un tiempo a esta parte, están logrando dar la vuelta a la tortilla: fuera de nuestras fronteras se están tomando muy en serio lo que se hace aquí dentro a pesar de que, por desgracia, la pandereta aún se siga agitando con fuerza. Los ejemplos más recientes son contundentes y se resumen en cuatro nombres fundamentales: El Guincho, Delorean, Pional y nuestro protagonista de hoy, John Talabot. Las lenguas viperinas y las cabezas malpensantes rechazaron la citada alteración de la norma, restándole importancia a los logros obtenidos por sus teóricos impulsores al reducirlo todo a un capricho salido de cierta publicación virtual norteamericana (Pitchfork) en su afán por reforzar su aspecto cool y abierto a músicas de todo pelaje y procedencia. El debate estaba servido.
Los mejores argumentos que esos creadores y productores expusieron para luchar contra esa negatividad tan propia de estos lares se basaron única y exclusivamente en ofrecer un material audaz, arriesgado y, a la vez, fiel a los parámetros de cada uno de los estilos en los que se habían sumergido. Los métodos utilizados y, sobre todo, los objetivos perseguidos los diferenciaron de la mayoría de compañeros de gremio: su ambición era enorme pero bien entendida y encauzada, tal como refleja la hoja de servicios del John Talabot. Bajo un anonimato auto-impuesto (¿es necesario recordar su nombre de pila? Realmente, no), con su cara escondida tras una máscara de papel de aluminio, comenzó una fulgurante escalada que lo llevó desde su primera casa, Hivern Discs (donde publicó su primera referencia -en formato digital- y el EP “Sunshine” -Hivern, 2009-), al sello alemán Permanent Vacation (rampa de lanzadera de sus EPs “My Old School” -Permanent Vacation, 2009- y el ya mítico “Matilda’s Dream” -Permanent Vacation, 2010); y de ahí, a Young Turks (hogar de El Guincho: primera coincidencia nada casual), que amplificó la salida del EP “Families” (Young Turks, 2011) y puso sobre aviso con respecto al estreno en largo del barcelonés. Tras este periplo llega “fIN” (Permanent Vacation, 2012), de título tan enigmático como la figura de su autor.
Las coordenadas que situaban en el mapa sonoro cada uno de los mini-LPs y singles (además de los remixes para The xx, Glasser o Shit Robot, entre otros) de John Talabot sirven igualmente para marcar los cuadrantes del océano por el que se extiende “fIN”: house de bajas revoluciones, chill baleárico de vieja y nueva escuela, electrónica de lujo y pop de vanguardia. En medio, islas paradisíacas de arena refulgente compuesta por capas y capas de mullidas texturas sintéticas y, en la superficie, palmeras electropicales en cuyas ramas se posan aves de plumaje colorista. La impresión inicial remite a la exuberancia selvática del “Pala” (XL / Pop Stock!, 2011) de Friendly Fires pero, de entrada, el exotismo se oscurece y se torna misterioso al derivarse de la atmósfera que se respira en “Depak Ine”, apabullante arranque del álbum que va creciendo con cada golpe de beat, con cada detalle cromático, con la entrada de los samples vocales registrados en una dimensión desconocida hasta convertirse en una pieza de prog-house reptante culminada por una mínima percusión tribal que anticipa el aire cálido de la vitalista “Destiny” (en la que interviene por primera vez en el disco Pional: segunda coincidencia nada casual).
Estos dos cortes sólo sugieren una pequeña parte de la cornucopia sonora que modeló con sus manos John Talabot y cuyos puntos de fuga alcanzan diversos espacios: la electrónica oscilante al ralentí de sorprendente giro melódico (“El Oeste”); el synth-house tenebroso en el que los teclados se trenzan impecablemente entre sí con gritos de actriz de serie Z de fondo (“Oro y Sangre”) o brillan en las aguas tranquilas del Mediterráneo con el sol rojizo en el horizonte (“Missing You”, “Last Land”); el chill(wave) veraniego con voces de sirenas baleáricas incitando al placer auditivo (“Estiu”); y el orientalismo aromatizado por especies cultivadas en el estrecho del Bósforo (“H.O.R.S.E.”).
Mención aparte merecen “So Will Be Now…” (segunda intervención de Pional) y su recuerdo al house noventero de pura cepa, aquel en el que la voz cantante y la línea de bajo sintetizada eran fundamentales; “When The Past Was The Present”, que multiplica el efecto de la anterior a base de irresistibles sintetizadores entre trance (en el buen sentido del término) y etéreos dando un fardón rodeo al “Go” de Moby; y, last but not least, “Journeys”, que entronca en fondo y forma a “fIN” con la excelencia vaporosa del “Subiza” (Mushroom Pillow, 2010) de Delorean gracias a un loop magnético que se desliza por debajo de la voz de, cómo no, Ekhi Lopetegui. Aquí llega la tercera coincidencia nada casual, la que cierra ese rectángulo mágico dentro del cual sus cuatro vértices están expandiendo hasta límites insospechados las posibilidades de la electrónica nacional y permitiendo el cambio de ciclo indicado al principio. Ahora es John Talabot quien lleva la batuta, quien hace mover el metrónomo, quien posee la brújula… Es, en definitiva, el hombre a seguir.
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