Érase una vez un chico de Austin (Minnesota), cuya precoz formación musical e incipiente melomanía le llevaron a registrar sus primeras canciones a la tierna edad de once años. A medida que el niño fue creciendo, y tras consolidar sus conocimientos académicos en el Instituto de las Artes de California, nuestro protagonista fue adquiriendo la madurez personal y creativa necesaria para, algún día, llegar a convertirse en un músico con todas las de la ley. Posteriormente, hechizado por los sonidos de los 80 (aquellos que iban desde el post-punk primigenio hasta el soft pop-rock más radiable, pasando por el synthpop), comenzó a desarrollar su particular carrera apoyado en sus inseparables instrumentos: un sintetizador, un bajo y una caja de ritmos. Encerrado en su universo privado, plagado además de referencias cinematográficas y homenajes a los históricos compositores clásicos de los siglos XVII y XVIII, no fue hasta que se unió a otro demiurgo del underground, Ariel Pink, y accedió a sus Haunted Graffiti, cuando logró romper el cascarón que lo protegía y lo salvaguardaba del mundanal ruido en el más absoluto de los anonimatos. Sin embargo, en 2006 decidió abandonar ese nido y volar en solitario con “Songs” (Upset The Rhythm, 2006), primero de sus discos oficiales con su nombre de pila presidiendo la portada: John Maus.
Así se llama el enigmático y filosófico hombre que, por caprichos del destino (y empecinamiento de la prensa musical), todo el mundo se empeña en encumbrar como uno de los más brillantes representantes del pop hipnagógico gracias a su tercer álbum, “We Must Become The Pitiless Censors Of Ourselves” (Upset The Rhythm, 2011). Y afirmamos que esta circunstancia se produce por una cuestión casi de azar porque, realmente, los puntos definitorios de su obra que lo emparentan con la corriente chillwave ya se vislumbraban con anterioridad en su segundo LP, “Love Is Real” (Upset The Rhythm, 2007). Es decir, que hace cuatro años, época en la que dicha etiqueta aún no existía, Maus jugaba con los mismos elementos (aplicando sabiamente lo aprendido en su etapa junto a Ariel Pink) que acabarían dando forma a esa ola noctívaga: melancolía, baja fidelidad y ecos al pop ochentero más elegante pasados por el tamiz de la electrónica de habitación emocional y sensible. ¿Por ello se le puede considerar como uno de los pioneros del género sintético duermevela? Si se quiere, sí, pero su inclusión en él se acerca más a un efecto tangencial por similitud sonora que a un esfuerzo voluntario por conseguirlo. Basta con ir destapando (y degustando) poco a poco “We Must Become The Pitiless Censors Of Ourselves” para comprobar que John Maus se distancia de sus coetáneos al orbitar alrededor de astros lejanos y trabajar con materiales muy variados traídos del pasado en un viaje temporal que va desde hace tres décadas a la actualidad.
Manteniendo como base el trío de instrumentos con los que siempre construyó sus composiciones (los ya mencionados sintetizador, bajo y caja de ritmos), el norteamericano muestra, por un lado, su gusto por las melodías arrebatadoras y nostálgicas en cuanto las notas de teclado de “Streetlight” (y más adelante, de “Cop Killer”) se despliegan en primer plano sobre su voz brumosa y extraterrestre y, por otro, su pasión por la oscuridad fría y calculada de Joy Division en la magnánima “Quantum Leap” (en la que el bajo adquiere todo el protagonismo) y “… And The Rain” (en las que las negras sombras se expanden hacia puntos indefinidos de nuestra galaxia). Al mismo tiempo, Maus no abandona las estructuras armoniosas y tradicionales que mamó desde su infancia, como las que levanta con el bello adagio de piano de “Hey Moon”, la cual, como su título indica, invita a la observación taciturna de la luna en noches despejadas y cálidas.
A partir de aquí, se produce un significativo giro estilístico que hace virar “We Must Become The Pitiless Censors Of Ourselves” hacia un electropop de etiqueta negra pero nada superfluo, ingrávido, que se mueve libre y sin ataduras: en “Keep Pushing On”, “The Crucifix” y “Head For The Country”, Maus certifica que es posible reformular la receta synth sin caer en el facsímil barato y descolorido, a pesar de que para el norteamericano el concepto de color no tiene que ver con la impresión que se produce en la retina del ojo humano, sino con los haces lumínicos resultantes del choque de la luz cósmica contra prismas imaginarios que flotan entre planetas, satélites y otros cuerpos celestes. Esa radiante explosión parece escucharse de fondo en el inicio de “Matter Of Fact” y se extiende silenciosamente hasta llegar a “Believer”, corte final que aglutina las dos principales virtudes de este disco: recuperación de sugerentes fragancias ochentosas y maximización de mínimos recursos instrumentales.
Ahí reside la gran habilidad de John Maus: transformar minúsculas partituras básicas en grandes (que no grandilocuentes) sinfonías de pop artificial dotadas de alma y conciencia propias, características que lo sitúan en un lugar extraño dentro de la escena hipnagógica… según aquellos que continúan colocando su especial sonido en ella. En cuestión de semanas, se podrá confirmar (o no) si Maus, definitivamente, lleva pegado ese sello, ya que se irán publicando sucesivamente los nuevos trabajos de Memory Tapes, Com Truise y Washed Out. Buena oportunidad para que los que duden todavía puedan comprobar que el pequeño geniecillo musical de Austin sigue otros derroteros en pos de alcanzar una infinitud musical intransferible.