Winter is coming. En una época en la que Internet y el consumo fácil y rápido de la música aúpan a artistas hasta las nubes con apenas un EP, los dinosaurios y especies más evolucionadas tienen que hacer méritos e inventárselas todas para mantener su status y su posición en la industria. La de Jay-Z y Kanye West es una unión probable, esperada, deseada y preparada a fuego lento en el calor de una relación de lo más fructífera que dura ya años y en la que los papeles iniciales de Maestro y Alumno, Jedi y Padawan, Maestro Shaolín y Pequeño Saltamontes se ha ido difuminando con el paso de los tiempos para acabar en un diálogo de tú a tú entre un grande del mundo del hip hop y un auténtico visionario del mismo. Y como la unión hace la fuerza, nada mejor para capear los tiempos de cambio y acceso fácil a la fama, el dinero y el reconocimiento que juntar los Reinos. La cosa no viene de ahora, mirad a Isabel y Fernando, lo listos que eran y lo bien que les fue (mientras duró). Es más, la técnica de anexión territorial entre los dos grandes Reinos del Hip Hop no se queda dentro de sus fronteras, ya que J y Ye aglutinan en ellas lo más granado de la música pop: todos aquellos que podrían hacerles sombra o que tienen algo que aportar agradecen que cuenten con ellos y les rinden gustosos pleitesía. Es la gran trampa de las colaboraciones: dan relumbrón a un disco y a la vez es la sombra que más cobija. En el caso de «Watch the Throne» (Roc-A-Fella / Universal, 2011), los amiguetes que se pasean por sus tracks son del más aquí (Frank Ocean, Mr.Hudson, Elly Jackson de La Roux, Justin Vernon, Beyoncé et al) y del más allá (Curtis Mayfield, Otis Redding y Nina Simone). Cuando estos dos dicen que quieren el Trono de los Siete Reinos lo dicen en serio: Rey y Heredero miran desde las alturas cómo se desarrolla la vida más abajo. Y tienen la pasta, los medios y la astucia para conseguirlo como si nada.
Las malas lenguas dicen que prácticamente todo el tracklist son descartes de «My Beautiful Dark Twisted Fantasy» (Roc-A-Fella / Universal, 2010). Y es cierto que «WTT» suena muchísimo más al Kanye de su último disco y de «Graduation» (Def Jam, 2007) que a Jay-Z, que en este proyecto adopta en muchas ocasiones un protagonismo que se ve a la legua que es cedido. Lleva la voz cantante en prácticamente todos los temas, especialmente en los más beligerantes y asertivos. Que a nadie se le vaya de la cabeza que el Rey es él y el otro su consentido heredero. «Why I Love You So» presenta a un Jay-Z enorme, como un muro de cemento diciendo sus mejores frases de todo el disco, en una arenga escupida y sentida que el propio Ye admite como su nombramiento de caballero, pero poca cosa más: “I tried to teach niggas how to be kings / And all they ever wanted to be was soldiers”; y se pregunta “Wasn’t I a good king?”, “Didn’t I spoil you?, Me or the money, what you loyal to? “
«Watch the Throne» es combativo desde que empieza; épico, opulento y excesivo hasta el final. Desde esa portada que parece un bloque de oro macizo diseñada por Ricardo Tisci (director creativo de Gucci,) pasando por sus letras, bien cargadas de referencias a diseñadores, marcas, artistas, y pijadas varias muy deluxe (Guccis, Margielas, Manolos, Louis Vuitton, Basquiats, Warhols… Todo, absolutamente todo tiene cabida aquí) o bien marcadas por un discurso reivindicativo, y terminando por una producción que sucia y calculada hasta el mínimo detalle. El sonido es arquitectónico y rococó, oscila entre el soul old school y el dubstep más cañero. Quiere sonar vintage y acaba siendo indigesto en alguna ocasión (como en el caso de «Otis«, que se construye sobre un sample de Otis Redding que gira sobre sí mismo) pero efectiva y deliciosamente post-moderno en la mayoría (como, por poner un ejemplo, en «New Day«, que se dibuja sobre la distorsionada voz de Nina Simone).
«WTT«, con sus subidas y bajadas, sus virtudes y defectos, no deja de ser en ningún momento un juguete en mano de dos niños superdotados, capaces de sacar una nave espacial de un Lego. Pretende ser su marca y su reivindicación y, pese al espíritu lúdico y meramente comercial con el que nace, consigue ser una gran obra de ese género bastardo que nació un día de la relación abominable entre el hip hop y el pop más comercial, además de una vía de desahogo para sus perpetradores: en él hablan de fiestas, dinero, noches locas, interminables, drogas, dealers, coches, Rolex y ropa cara, todo muy «Hell of a Life«. A veces desde la épica oscura -«No Church in the Wild«, con Frank Ocean-, a veces desde la sobrada pura y dura -«Niggas in Paris«, «That´s my Bitch» (con coros de Elly Jackson)-, a veces desde la conciencia más dura -como en «Illest Motherfucker Alive» y su cita al final pasado de vueltas de «Scarface«-.
Mención aparte merecen «New Day» y «Murder to Excellence«, de lejos las mejores canciones del conjunto. En ellas hay emoción y los raperos se quitan el bling para ponerse sentimentales. En la primera aluden a la educación que les darán a sus hijos para que, básicamente, no comentan sus mismos errores: dice Ye “I’ll never let my son have an ego / He’ll be nice to everyone, wherever we go”- y puedan pelear contra una sociedad que, según ellos, les sigue dando la espalda por ser negros; y continúa “I might even make ‘em be Republican / So everybody know he love white people”. La segunda es más beligerante y directa, cruda y oscura. Una muestra clara de que, por más que este proyecto haya sido la voluntad de dos amigos queriendo hacer algo juntos desde hace mucho tiempo invirtiendo pocos meses y muchos medios, el resultado a ratos deja sin aliento. Sorprende por su escasa accesibilidad, huye más de lo deseado de ése gancho que tenía la anterior entrega de Kanye, es difuso, heterogéneo y difícil. Y, aun así, sin ser el mejor disco de uno ni de otro, ni siquiera la piedra Rosetta que muchos esperábamos, le da cien patadas a cualquier producto del momento, elevando el hip hop a la categoría de música comercial pero celosamente meditada y cuidada, alejándolo por ello de estereotipos oxidados y aburridos. Esto es lo que lo convierte en la banda sonora de una gran historia, y lo que determina quién merece estar en posesión del trono y quién no.