Resulta interesante considerar que el lanzamiento de «Un Dígito Binario Dudoso» (Austrohúngaro, 2012) ha coincidido en el tiempo con los ecos de otro lanzamiento de naturaleza literaria. Y es que, hace unos meses, David Leavitt sorprendía a propios y a extraños regresando a primer plano de la actualidad librera con «El Contable Hindú«, un maravilloso tomo que ficcionaliza la memoria del matemático británico G.H. Hardy como un espacio a medio camino entre la ciencia y el hedonismo homosexual, un lienzo de ceros y unos donde se amplifica e idealiza la figura de otro matemático, en este caso hindú: Srinivasa Ramanujan, quien fue «rescatado» de la India por el primero e introducido en los círculos matemáticos de Cambridge. No era la primera vez que Leavitt se lanzaba de pleno a recuperar la figura de un matemático británico homosexual, ya que en 2008 el mismo autor publicaba «Alan Turing: El Hombre que Sabía Demasiado«… Y precisamente en torno a Turing gira este «Un Dígito Binario Dudoso» que inicialmente había de ser el nuevo EP de Hidrogenesse bajo el nombre de «Un Recital para Alan Turing» pero que, finalmente, se ha visto dulcemente ampliado hasta el formato de disco de ocho temas que, a diferencia del ahínco historicista riguroso de la pluma de Leavitt (rigor que se quita de encima con «El Contable Hindú«, de ahí la gloria de su nueva novela), abordan la figura del matemático de forma libre y digresiva.
Cualquiera podría decir que este es un disco «conceptual»… Y estará en lo cierto tanto en cuanto que hay un concepto que lo atraviesa como un bello hilo de plata. Ese hilo es ni más ni menos que la historia de Alan Turing: evidentemente, «Un Dígito Binario Dudoso» es plenamente disfrutable como álbum per se y como nueva cima en la carrera de Hidrogenesse. Pero también es evidente que el conocimiento de la historia del científico amplifica de forma absoluta la experiencia de este disco. Curiosamente, el orden de las canciones no responde a la cronología biográfica de este matemático nacido el 23 de junio de 1912, lo que hace pensar desde el principio que el mencionado rigor historicista siempre quedó para Genís Segarra y Carlos Ballesteros algo por debajo de la búsqueda de una coherencia global en «Un Dígito Binario Dudoso» como álbum en su totalidad, con su progresión musical y emocional como algo más acuciante que su progresión narrativa. De esta forma, la historia de Turing se presenta en la forma de puzzle desordenado que quien escucha ha de ir armando en su cabeza… El acontecimiento más temprano aquí glosado es el que puede escucharse en «Christopher«, amigo de la infancia de Turing que Hidrogenesse engarzan como una gema brillante (brillantísima) en un tema que remite directamente al género teen tragedy: ellos mismos han mencionado en su diario de creación del disco la influencia de esta etiqueta bajo la que se amparan clasicorros como «Tell Laura I Love Her» (de John Leyton) y en el que se englobaban los baladones dirigidos a amantes adolescentes fallecidos. De hecho, en uno de esos juegos de dulzura histriónica a la que son tan aficionados Ballesteros y Segarra, la voz de Christopher Morcom aparece aquí acompañando a un envoltorio de opereta retrofuturista synth en la forma de espectro del más allá (encarnado en un Genís con las cuerdas vocales híper tratadas) para asegurarle a Alan que seguirá a su lado pase lo que pase. Un momento de vital importancia para el futuro matemático, ya que la pérdida de su jovencísimo amigo a causa de una tuberculosis bovina le reafirmó en sus creencias ateas y, sobre todo, le hizo fantasear con la posibilidad de utilizar las máquinas para perpetuar la existencia del alma humana…
Ese pensamiento tiene su correspondencia más tarde en la vida de Turing cuando, ya como uno de los matemáticos más influyentes de la era moderna, se empeña en demostrar que las máquinas «piensan» (o, al menos, que son capaces de sorprender al ser humano más allá de lo «programable»). Para ello, el británico creó la Manchester Mark 1 (en el seno de la Universidad de Manchester): la semilla de la inteligencia artificial que por aquel entonces no iba más allá de ser un gigantesco armatoste capaz de llevar a cabo tareas tan diversas como la realización de cálculos elevados… o la escritura aleatoria pero coherente de cartas de amor. Este es precisamente el germen de «Love Letters«, tema en el que Hidrogenesse utilizan algunas de las rimas creadas por la Máquina Universal para armar una composición surrealista de hit naive radiable ochentoso coronado por la utilización de las palabras «Manchester«, «University«, «Computer» y «Love» vocoderizadas a partir de las voces originales de la familia Robinson (a la que el dúo se fue a grabar precisamente al norte de Inglaterra). No es este el único tema que remite a los logros de Turing… «Captcha«, por ejemplo, es una locura de cha-cha-chá de la era robótica que parte del Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart (Prueba de Turing pública y automática para diferenciar máquinas y humanos) creado por el matemático como test para diferenciar a humanos y máquinas y que, en esta ocasión, sirve a Hidrogenesse como palanca hacia una de sus letras más lúcidas en torno al juego de máscaras intrínseco a toda existencia virtual humana en Internet. También es el caso de la sublime «Enigma«, posiblemente el acto más elevado de «Un Dígito Binario Dudoso«: un tema que Ballesteros y Segarra señalan como una revisión del swing y el vals que Turing debía disfrutar en los «bailes para caballeros» de Copenague en los que el científico buscó refugio como escape de la triste situación de desdoblamiento moral y social en la que se vio inmerson en su Inglaterra natal: la misma Inglaterra donde recibió la medalla de honor nacional en compensación a la desencriptación de los infernales códigos secretos rusos de las máquinas nazis Enigma, pero también la misma Inglaterra donde ese nombramiento quedó en secreto hasta después de su muerte y, sobre todo, donde se le sometió a una castración química después de no mostrar ningún tipo de pudor a la hora de proclamar en voz alta unas tendencias homosexuales que nunca escondió. Bendita contradicción.
De hecho, es precisamente «Enigma» el tema del que se desprende el corazón de «Un Dígito Binario Dudoso«. Más concretamente, de la frase «Turing cree que las maquinas piensan / Turing se acuesta con hombres… / Turing se equivoca«: una operación de (falsa) lógica que, más que nada, es un poderoso enigma sin solución del que Alan no supo escapar y que le acabó conduciendo hacia la muerte prematura. Curiosamente, esa muerte es a la que se alude en el primer corte del álbum, «El Beso«: una especie de bellísima balada kraftwerkiana con corazón humano en la que no sólo se recogen las circunstancias del suicidio del matemático (se le encontró muerto en su lecho al lado de una manzana que contenía cianuro y que iba relacionada con la obsesión de Turing por la utilización de esta dulce fruta como herramienta de muerte en el cuento de Blancanieves), sino que también muestra una especie de infantil esperanza de poder recuperar el alma de Alan a través de un beso… igual que en el mencionado cuento infantil. Fin y principio que, volviendo al desorden aludido al principio de esta crítica, Hidrogenesse plantan precisamente abriendo «Un Dígito Binario Dudoso«, borrando las rígidas barreras de la narración biográfica lineal, difuminando la frontera entre vida y muerte y, al fin y al cabo, poniendo en el mismo plano de realidad la ficción cuentista y la realidad científica.
Al fin y al cabo, «Un Dígito Binario Dudoso» puede entenderse como la tensión entre las dos claves que ya se han ido estipulando en este reseña: la puramente biográfica (el lado de Turing) o la sublimemente artística (el lado de Hidrogenesse), más como dos hechos complementarios (la razón y el alma) que como dos fuerzas que tiren en direcciones opuestas. La fusión entre ambos presupuestos queda totalmente patente en un tema como «Un Mystique Determinado«, la revisión del himno de los catalanes que ya debutó en «Eres PC Eres Mac» (Austrohúngaro, 2001) y que ahora aparece perfectamente ensamblado tanto en la maquinaria Hidrogenesse (esas desarmantes ráfagas de munición electrónica) como en la de Alan Turing (por mucho que lo haga a través de un retruécano tan intrincado como el hecho de que la letra original surgió de una entrevista a Morrissey generada por un traductor automático y en la que el divo hablaba de Manchester… base de operaciones del matemático). Así, Segarra y Ballesteros no sólo consiguen llevar a Turing hacia su terreno, sino que siguen dándole cañita brava al movimiento pendular ascendente de su carrera: si en sus inicios siempre mostraron una afición extrema a utilizar su particularísimo sentido del humor para acercar las máquinas y lo humano (de nuevo, el mencionado «Eres PC Eres Mac«) y poco después dedicaron sus nuevas exploraciones nationalgeographicanas y eroticofestivas a abordar los animalitos como trasunto del ser humano (tanto en «Animalitos» -Austrohúngaro, 2007- como en «Bestiola» -Austrohúngaro, 2008-), ahora es el momento de conquistar su cumbre más alta haciendo que el péndulo se dirija de nuevo hacia los brazos de las máquinas para demostrar que estas ostentan emociones suficientes para abrazarles a ellos… y para abrazarnos a todos nosotros. No sólo esto. Sumemos el esfuerzo de Hidrogenesse al de Leavitt y nos encontraremos con una pregunta altamente significante: tras años de lucha por la regularización de la situación homosexual acaparando la alta cultura como lugar privilegiado desde el que proclamar la normalidad, ¿es hora de reivindicar también lo homosexual como motor de ciencia? ¿Es esta la próxima frontera? ¿O ya se alcanzó en el siglo pasado y ahora sólo falta que se entere el público masivo?
[Raül De Tena]