La comparación entre la islandesa mítica y la inglesa recién llegada iba mucho más allá de lo musical: era una comparación que nacía en la época del «Homogenic» (Elektra, 1997), justo en aquel videoclip de «Jóga» en el que la cámara (virtual) sobrevolaba paisajes (sintéticos) hasta dar con la figura de una Björk creada en 3D. Era el reciclaje y reinvención de la diva en figura virtual, en personaje formado por un patrón mutante de pulsos digitales que estaban llamados a ir cambiando violentamente con cada nuevo disco, con cada nueva aventura. Era el advenimiento de Björk como Proteo de la era digital: una artista destinada a reinventarse a cada paso o a morir, a extinguirse en la inactividad del no-cambio.
Más de quince años después, FKA Twigs no ha necesitado llegar a su tercer disco para postularse como nueva Proteo del siglo 21, como una Björk para los nacidos en la nueva centuria. ¿Palabras mayores? Ni hablar. No es difícil imaginar a Tahliah Barnett convirtiéndose en un icono para muchos quinceañeros como lo fue Björk para nosotros: una nueva horda de fans que seguirán sus movimientos, que la adorarán, que la criticarán y, sobre todo, que la adoptarán como materia sensible para moldear su autobiografía musical. Todo eso no es difícil imaginarlo como el futuro de FKA Twigs, pero por ahora hay que quedarse con el presente… Que no es poco.
«LP1» llega después de que FKA Twigs deslumbrara al personal con dos EPs (titulados de forma miniamlista como «EP1» -Young Turks, 2013- y «EP2» -Young Turks, 2013-) en los que el paquete era tan importante como el regalo que contenía. No en vano, Barnett se hizo famosa en ciertos círculos británicos como bailarina de poderoso magnetismo que robó el protagonismo a muchos artistas en ciertos videoclips (su canción «Video Girl» habla precisamente de cómo la gente le paraba por la calle para preguntarle si era «la chica del video» y ella empezó a mentir avergonzada respondiendo que no, que se estaban confundiéndose con otra). A partir de ahí, FKA Twigs se embarcó en el fructífero experimento de intentar retorcer las canciones de la misma forma contorsionista en la que sabe retorcer sus extremidades. El resultado fueron un puñado de composiciones extrañas, distantes, gélidas. Una danse macabre coreografiada por robots esqueléticos en el vacío que hay entre los ceros y los unos del lenguaje digital.
Pese a algunos pelotazos evidentes, a FKA Twigs le faltaba ordenar su lenguaje, le faltaba esa elegancia en la que un movimiento antinatural de las articulaciones del cuerpo-canción no produce extrañeza en quien lo contempla, sino fascinación cándida y arrebatada. Esa es la lección que Barnett ha aprendido de cara a este pletórico «LP1» que, a diferencia de muchos otros artistas recién llegados, no incluye ni una canción previamente publicada: como otros han hecho antes que ella, FKA Twigs podría haber juntado sus dos EPs previos, añadir tres o cuatro composiciones nuevas consciente de que nunca llegarían al nivel de sus pelotazos iniciales y, así, plantar ante el público un disco que más que un debut es un refrito. Por el contrario, aquí no aparecen temas ya icónicos como «Breathe«, «Papi Pacify» o la sublime «Water Me«, que fue la que dio el pistoletazo de salida a su carrera.
Por el contrario, todo lo que se puede escuchar en «LP1» es material nuevo, un verdadero debut que arrebata y subyuga por lo que tiene de unión entre afluentes caudalosos tan dispares como los del nu-r&b (desde unos inc. sin brumas de opio hasta un James Blake fragmentado en mil pedazos), el trip hop clásico (tanto en su vertiente más hip-hopera a lo Tricky como a su cara de instrumentación clásica a lo Lamb) e incluso ese paisajismo oscuro y brujeril que promulga el sello Tri Angle a través de formaciones como The Haxan Cloak o Balam Acab (todos ellos diseccionados en piezas de cromo plateado que han ido a parar a un desordenado y destartalado desguace). Todo ello se entrelaza en una trenza de cables de colores exótica y sorprendente por lo que tiene de inédito.
Y es que, tal y como se puede apreciar desde la primera canción, la aparentemente caótica y ruidista «Preface«, la especialidad de FKA Twigs es dar orden a todo un conjunto de sonidos a priori inconexos, para nada musical si nos quedamos en la superficie. Al fin y al cabo, en eso consistía cierta voluntad original de la protoelectrónica; y en eso consiste también la voluntad de Barnett en su debut: en hacer de director de orquesta con todo un conjunto de instrumentos febriles y oscuros en algo así como una versión de la mítica escena de «Fantasía» dirigida por David Lynch.
Habrá quien diga que gran parte de la culpa de este acierto sonoro es de la amplia ristra de productores y colaboradores con los que la niña ha trabajado de cara a «LP1» (a saber: Arca, Dev Hynes, Clams Casino, Emile Haynie, Sampha e incluso Paul Epworth), pero eso sería mostrar una alarmante escasez de miras a la hora de sopesar que, pese a lo caótico de este crisol, lo que hace del debut de FKA Twigs un disco único es su capacidad para erigirse como una propuesta homogénea en la que todos los temas son como cuentas de un mismo collar traspasadas por un hilo de cuero negro (negrísimo): la sexualidad apocada de «Lights On» tiene su eco de lujuria exuberante en «Give Up» y, mientras que la sensualidad a media luz se erige como el motor absoluto de «LP1«, tampoco hay que pasar por alto otras emociones como el amor rendido de «Hours» o «Kicks» o la amenaza latente en los cantos a una divinidad a la vez pretérita y futurista en «Numbers«, «Pendulum» o esa joya de la corona que es «Two Weeks«.
Este es el primer retrato de FKA Twigs: un ser de la era digital a medio camino entre la deformidad manga de ojos enormes del video de «Water Me» y el expresionismo cartoon de la portada de «LP1«. Esta imagen gráfica, este dibujo más virtual que físico de FKA Twigs, sin embargo, no es más que la carcasa con la que Tahliah Barnett se ha plantado ante el mundo entero dispuesta a obligarnos a escuchar las melodías que habitan esa armadura de combate: movimientos de danza aplicados a la artesanía cibernética implícita en la dirección de una orquesta robótica. Conceptos abstractos imposibles de asimilar ahora igual que en 1997 resultaba imposible asimilar la respuesta de Björk en «Homogenic«. Y aunque un primer retrato resulta insuficiente para predecir el futuro, la naturaleza mutante de FKA Twigs obliga a pensar en ella como la nueva diosa de las generaciones a las que Björk les queda demasiado lejos.