Encarar la escucha de cada nueva obra firmada por Bradford Cox supone fijar con claridad en la mente un pensamiento previo: dada su infalibilidad como compositor y músico, el trabajo resultante supondrá un paso más en su aproximación a la genialidad dentro del universo pop-rock. Tal reflexión, envuelta en un halo de hipérbole que se diluye a base de hechos constatables, ha surgido una y otra vez a lo largo de la carrera del larguirucho de Atlanta, ya fuera en solitario bajo la denominación Atlas Sound o integrado en el seno de su grupo, Deerhunter. Especialmente durante el último lustro, tramo en el que se ha confirmado que la capacidad de Cox como alquimista sonoro con la habilidad suficiente para convertir cualquier material musical en metal precioso parecía no tener límites al comprobar su evolución en los álbumes “Halcyon Digest” (4AD, 2010), “Parallax” (4AD, 2011) y “Monomania” (4AD, 2013).
De ellos quedémonos con el primero y el tercero, ya que esta vez corresponde seguir el rastro de Bradford Cox con Deerhunter y ambos LPs pueden servir como referencia para abordar su séptimo disco, “Fading Frontier” (4AD, 2015)… o no. Porque uno de los principales rasgos que distinguen la personalidad artística de Cox se fundamenta en su mutación constante y una inquietud única que han hecho de su discografía un poliédrico y completo catálogo de estilos. Así, si en “Halcyon Digest” se realizaba un viaje en el tiempo al pop clásico de los 60 de textura lo-fi y al ambient primigenio y en “Monomania” se homenajeaba al rock en su múltiples variantes (punk, garage, surf…), ¿qué nos encontramos en “Fading Frontier”? En esencia, una tercera vía expresiva basada en el pop cristalino, perfectamente pulido, de amplias miras y modelado de diversas maneras, en el que la melodía es el factor primordial para crear atmósferas ensoñadoras, cósmicas, aterciopeladas y nostálgicas bajo las que se despliega un discurso absolutamente personal.
“Fading Frontier” no flota en una galaxia lejana, sino -como su título sugiere- en esa frontera fina y débil que separa la luz de la oscuridad en nuestras vidas…
Y aquí entra en juego el segundo aspecto clave de “Fading Frontier”: sus letras. Como en los anteriores LPs citados -que profundizaban en remembranzas (sonoras) de juventud y en la pasión por la música-, los textos sustentan el poderoso significado de un álbum que Cox utiliza para exteriorizar tribulaciones y exorcizar miedos, dudas y pesares vinculados a un suceso sufrido a finales de 2014: un accidente de tráfico cuyas secuelas marcarían su visión de la vida y la muerte, del aquí terrenal y el más allá siempre incomprensible. En este sentido, no resulta descabellado relacionar esta unidad temática con la de otro trabajo de otro demiurgo del pop contemporáneo publicado a principios de este año: “Panda Bear Meets The Grim Reaper” (Domino, 2015), de Panda Bear / Noah Lennox. Siguiendo su estela, Bradford Cox parte del enfrentamiento con la Parca para escarbar en su memoria en busca de recuerdos propios y ajenos, divagar sobre el inexorable paso del tiempo, hacer balance de las oportunidades perdidas y, lo más importante, afrontar el futuro y sus dificultades intrínsecas.
Pasado y futuro, dos elementos que confluyen igualmente con naturalidad en la plantilla sónica de Deerhunter en general y de “Fading Frontier” en particular, que demuestra el acierto de la banda -ayudada en la producción, otra vez, por Ben H. Allen (Animal Collective, Cut Copy, Bombay Bicycle Club)- a la hora de reelaborar formas estandarizadas sin desfigurar sus contornos para obtener un sonido tradicional a la vez que moderno, convencional a la par que audaz. Esta serie de contrastes se advierte desde el tramo inicial del disco, en el que se combina el delicioso pop de acordes transparentes e interpretado con voz luminosa de “All The Same”, “Breaker” y “Duplex Planet” (que bien podrían incluirse en la obra en solitario del lugarteniente de Cox, Lockett Pundt, cuando opera como Lotus Plaza) con el pop gaseoso de “Living My Life” y la ultra-melancólica “Take Care” (el mentado Panda Bear pagaría por hacerlas suyas). Luego, la minimalista “Leather And Wood” actúa como interludio que da paso a la fase más extraña del (breve, todo hay que decirlo) repertorio, abierta por el funk de tintes psicodélicos de “Snakeskin” y continuada por el synthpop garynumaniano de “Ad Astra” -escrita por Pundt– y la languidez ingrávida de “Carrion”, en la que Cox se viste el traje espacial de David Bowie.
Aunque, en realidad, “Fading Frontier” no flota en una galaxia lejana, sino -como su título sugiere- en esa frontera fina y débil que separa la luz de la oscuridad en nuestras vidas. Un territorio que Cox ha explorado hasta trascender límites emocionales y metafísicos y hallar la inspiración necesaria para mantener a Deerhunter en su dorada atalaya. Cualquier intento de intuir cuándo podrían bajarse de ella será en vano.