La ambivalencia que llevan tras sus espaldas Brad Hargett y los suyos a la hora de enfrentarse a un nuevo trabajo es digna de mención… Lucen sinuosos entre dos escalas del mal; la de la nueva revolución con base en Brooklyn que, desde hace aproximadamente cinco o seis años está poniendo patas arriba la música; y el eterno sueño de permanecer anclados en el Manchester de mediados de los 80, soñando con que Tony Wilson entrará por la puerta de su local de ensayo y les ofrecerá un concierto en The Haçienda y un contrato por tres discos con Factory. Crystal Stilts, envueltos en lo suyo, cumplen ambas promesas: la de ser uno de los grupos más celebrados y prometedores de esta última escena neoyorquina y la de llevar a cabo un revival cuidado, actualizado, necesario y, en cierta medida, diferente de la escena oscurilla (la oscura no) inglesa de hace tres décadas.
Con “Alight of Night” (Slumberland / Angular, 2008) quizás no supieron aprovechar el filón que se les vino encima: eran, a la par que Vivian Girls, el-grupo-del-que se-esperaba-todo. No es que decepcionaran con dicho álbum debut (de hecho, sacaron nota en varios de los medios marca-tendencias de todo el globo), pero se vieron eclipsados en estos casi tres años por la irrupción de una buena horda de bandas que han sabido aprovechar mejor sus credenciales de grupos noveles pertenecientes a la convulsa y temblorosa Nueva York subterránea de estos últimos tres años. Quizás por eso podíamos suponer que «In Love With Oblivion» (Slumberland / Fortuna POP!, 2011) podía marcar un antes y un después en la carrera del quinteto norteamericano: no es que sea su última oportunidad, pero podían quedar relegados a un eterno segundo plano o sacar (por fin y por méritos propios y no de la prensa) la cabeza por encima de la abundante oferta de pop revival, noise, shoegaze y dream pop a horcajadas. Y así lo han hecho, con una mezcla semi-homogénea de sonidos oscuros, muchas veces eclipsados por guitarras más o menos afiladas, hilando canciones que rozan el pop experimental con el rock espacial, tan cerca de la dark wave como del noise de querencia nuevaolero. Un cruce más que coherente entre Joy Division y las nuevas grandes bandas fichadas por Captured Tracks (Minks, Beach Fossils o Wild Nothing). Un dulce para modernos y retrófilos.
¿Cómo llevar un grupo en 2011 hacia un plano secuencia filmado hace casi tres décadas y conseguir solventar la papeleta con un álbum que suene moderno, actual y coherente con la escena de Brooklyn a la que pertencen? “In Love With Oblivion”, segundo álbum de Crystal Stilts, tiene la respuesta. Por allí se pasean por la nocturnidad de la escena Madchester (“Sycamore Tree”), algunas veces creando performances más oscuras y cercanas al post-punk (“Alien Rivers”) y otras apostando por las piezas más pastilleras de Morrissey (“Half a Moon”) y, sobre todo, una apuesta ferviente y consecuente por hacer de los 80 una década plomiza que necesita de la rebeldía, de la pausa y del pulso del siglo XXI para envenenar de azules los espectros difuminados, los sonidos lejanos, la baja fidelidad y la postura desangelada de las depresiones bonitas. Sin duda, destacan las piezas en las que se recluyen en un mix de todo lo que son y todo lo que deberían haber sido en su primer álbum: canciones como “Flying Into the Sun” o “Precarious Star”, tan cerca de Beach Fossils como de This Mortal Coil, colocando unas melodías adictivas detrás de una atmósfera muy bien producida (se dejan ver guitarras acústicas, teclas sintéticas, voces alejadas y guitarras de una limpieza sinuosa) y conseguida. También dejan caer ciertos ramalazos macarras, colocándose frente a grupos más modernos como Glasvegas en su versión del rock and roll 2.0 como se permiten en “Through the Floor”. Aún así, probablemente en canciones como “Silver Sun” o “Blood Barons” (de una violencia informal bastante permisiva con su limpieza, gravedad y ecos a tutiplén) es donde Crystal Stilts se encuentren más a gusto, haciendo que bandas como Ganglians, Smith Westerns o Frankie Rose and the Outs recuerden por qué le deben tanto al «Disintegration» (Fiction, 1989) de The Cure o al «The Queen is Dead» (Rough Trade, 1986) de The Smiths. Apología de la renovación ochentera pura y dura. Electro pura.
[Alan Queipo]