Cuando Club 8 publicaron su anterior disco, “The People’s Record” (Labrador / PopStock!, 2010), nos preguntábamos qué había sido del estilo habitual de Johan Angergård y Karolina Komstedt, enraizado en el pop de hechuras clásicas, con toques electrónicos y en permanente conexión con la característica melancolía nórdica que, más que ahondar en sentimientos de tristeza, los aplaca a base de nostálgico optimismo. Dicha cuestión venía motivada por el giro (casi) radical que la pareja sueca había practicado en la forma de presentar sus composiciones, engalanadas con los ropajes tropicalistas y africanistas que hace unas temporadas se establecieron como moda a seguir, incluso entre algunos de sus compatriotas que parecían huir del frío de su tierra natal hacia latitudes más cálidas. Con todo, a pesar de la sorpresa inicial, acabamos satisfechos y convencidos con el resultado final de “The People’s Record”, un álbum vitalista que llenaba de gozo el espíritu y llamaba al baile, en cualquiera de sus variantes y en espacios diversos.
Pero el éxito de la nueva receta elaborada por Angergård y Komstedt no aseguraba que los siguientes pasos de Club 8 perseverasen en idéntica dirección: el sueco, alma máter del dúo y capo de Labrador Records, no lo olvidemos, es un hombre que siempre ha confesado su inconformismo y perfeccionismo tanto en el trabajo al frente de su sello como en sus diferentes proyectos musicales (The Legends, Acid House Kings y Pallers). Así, no hubiera sido extraño ver que, transcurridos tres años desde su última referencia junto a Karolina, se sacara de la manga nuevos trucos para remozar la cara de Club 8. Una actitud, por otro parte, convertida en costumbre en su discográfica: basta con recordar la pirueta realizada por The Mary Onettes en su reciente “Hit The Waves” (Labrador, 2013), un LP que aún sigue creciendo a día de hoy. Johan, sin embargo, ha jugado sobre seguro y por partida doble en el que es el ya el octavo álbum del dúo, “Above The City” (Labrador 2013): mantiene una pizca del cálido sonido obtenido en “The People’s Record” y, al mismo tiempo, recupera en gran medida los esquemas (electro)pop dulces y amansa-corazones que definieron en el pasado la trayectoria de Club 8.
De este modo, los suecos consiguen que en “Above The City” cuaje una combinación perfecta, compuesta por las cantidades justas de sensibilidad (multiplicada en determinadas fases por la aterciopelada voz de Karolina Komstedt), comedidos golpes de euforia y mucho romanticismo pre-veraniego. Un momento, ¿romanticismo pre-veraniego? ¿Otra vez? Sí, aquí reaparece esa sensación descrita en la reseña de “Kids In L.A.” (Cascine, 2013), el disco en el que Kisses transmiten las sensaciones (agradables y agridulces) que se perciben ante la inminente llegada del estío; especialmente, en medio de la oscuridad y la languidez de las noches que se viven en un peculiar y hasta placentero estado de insomnio. Eso sí, Club 8, sin abandonar la delicadeza y el entusiasmo nocturnos, prefieren empaparse de la luminosidad del día (justamente, como los primeros Kisses), desde que el sol empieza a elevarse en el cielo hasta que se oculta en el horizonte. A ello añaden un fuerte ánimo de escapismo, como aquel que intenta reflejar las ansias de romper las cadenas de la jungla urbana según los cánones de, por ejemplo, Ivy o sus padrinos Saint Etienne.
En “Above The City” se entremezclan escenas protagonizadas por miradas que se pierden a través de ventanas (“Kill Kill Kill” y su evocador dream-pop, primer salto a los Club 8 primigenios) con gestos de alegría contenida (“Hot Sun”, que conserva las brasas calientes de “The People’s Record” trocando el Caribe y África por Hawaii, siguiendo la estela de Taken By Trees en “Other Worlds” -Secretly Canadian, 2012-) y muestras de cierta resignación (la elegante, noctívaga y reflexiva “You Could Be Anybody”) con movimientos sin complejos en la pista de baile (“Stop Taking My Time” recurre al synth-pop vestido de euro-dance para que Karolina, transmutada en su vecina Robyn, haga danzar al oyente con lágrimas en los ojos). Así se establece el plano general por el que discurre buena parte del tracklist del disco, en el que se van capturando las mismas estampas descritas, respectivamente, en la reposada y relajante “Travel”, la refrescante “A Small Piece Of Heaven”, la afligida y ultra-melancólica “Into Air” y la electropopera y efusiva “I’m Not Gonna Grow Old”.
Teclados de regaliz por aquí, coros angelicales por allá, ritmos variados, desarrollo calculado (se intercalan un par de interludios y un corte instrumental para degustar con extrema facilidad el repertorio)… Johan Angergård domina los recursos que tiene a su disposición de tal manera que todo lo que toca se convierte en oro. El Rey Midas del pop sueco lo confirma en dos de las joyas de “Above The City”: “Less Than Love”, con una percusión ochentera regada con coros celestiales y culminada por un estribillo cegador por el que mataría Lykke Li; y, sobre todo, “Run”, que compendia la esencia de este LP en su irresistible y magnética melodía guiada por una divina Karolina Komstedt. Incluso “Straight As An Arrow” (homenaje nada velado al “We Will Rock You” de Queen y al rock ochentoso de la banda de Freddy Mercury) se engarza sin problema en el conjunto actuando como brillante epílogo.
Todas las preguntas que hace un tiempo surgían en torno a los virajes estilísticos de Club 8 han sido contestadas con respuestas contundentes para disipar cualquier atisbo de duda: Johan Angergård y Karolina Komstedt, tomen el camino que tomen, siempre llegarán al mejor destino. En sus diecisiete años de carrera han demostrado con creces una infalibilidad que los ha situado en los altares del pop facturado en Suecia. Algo que, viniendo de donde vienen y con la competencia que existe a su alrededor, es un logro al alcance de muy pocos.