Supongo que esto es algo así como la marca de Caín que distingue a los seres humanos más elevados en el «Demian» de Herman Hesse. No estoy hablando de una marca externa, de una muesca en la frente señalando un tercer ojo omnipotente, sino más bien de algo que va por debajo de la piel y que sólo se reconoce en los demás en ciertos momentos en los que bajan la guardia. Para que nos entendamos: a mi suelen decirme que, muchas veces, cuando canturreo con los auriculares puestos, tengo tendencia a poner carilla de pena y a sufrir. A sufrir demasiado. A sufrir como si, en vez de escuchar ciertas canciones, estuviera más bien recibiendo una llamada del médico diciéndome que me quedan dos semanas de vida. Tampoco es que sea algo que me pille de nuevas: mucho antes de esto, siempre había sentido una predilección absoluta por esos temas que te pinchaban a las tantas de la madrugada en depende qué clubs y que podías cantar a voz en grito exorcizando toda esa nostalgia contenida que nadie sabe muy bien de dónde le sale a nuestra generación, pero que ahí está. Hiperbaladas, que decía Björk. Por aquel entonces también ponía cara de pena, supongo, pero nadie me dijo nunca nada. Sea como sea, si te has sentido identificado con estas líneas, a estas alturas ya deberías saber que «Young Hunger» (Loose Lips / Music as Usual, 2012) de Chad Valley es uno de esos discos que te va acompañar toda tu vida.
Será debido a la personalísima voz de Hugo Manuel, que en estado normal ya es proclive a una tesitura tristona pero que cuando se pone en rollo falsete parece que sea su novia la que le ha dado dos semanas de vida a su relación de pareja… Y, claro, cuando se dedica a doblar los coros y a jugar a los espejos con su propia voz, la cosa ya es como una deliciosa tarde de lluvia en la que te juntas con tus colegas para lloraros mutuamente las penas. Dicho así, suena a algo parecido a que te claven treinta alfileres en cada oído: pero, creedme, escuchado es una experiencia catárquica y, antes de que te des cuenta, tendrás las cejas arqueadas en señal de sufrimiento infinito y tardarás menos de tres microsegundos en tararear una ristra de «uuuuhhsss» y «aaaahhhhsss» muy lejos de la llorona The Weeknd, pero tanto o más sentidos. Gran parte de la culpa de esa identificación inmediata con la voz de Manuel la tiene, como no podía ser de otra forma, la música. En su EP «Equatorial Ultravox» (Loose Lips, 2011), Chad Valley ya sentó las bases de un sonido que se aleja como alma que lleva el diablo de todo la tontuna chill wave americana y prefiere explorar el impacto del balearic ibizenco en la cultura pop británica más ochentosa, tendiendo poderosos lazos hacia el revival balearic sueco de hace algunos años. De ahí vienen, evidentemente, las cálidas brisas instrumentales de temas como «Fathering / Mothering«, con una percusión sobre piedra sobrevolando la bellísima voz de Anne Lise Frøkedal, o la sublime «My Girl» con una timbalada de baile playero y un ritmo de caída libre que parecen sacados de las entrañas del ceo más amable.
Ahí radica el poder de «Young Hunger«: en huir del chill wave y en recordar que las raíces del reciente balearic sueco crecen fuertemente en tierras ochentosas. Y es que si hay un panteón de Dioses ante el que se formule la hechicería del debut en largo de Chad Valley, es precisamente toda la mitología de la década de los 80: todo aquel plantel de grupos como Spandau Ballet o Duran Duran que hicieron de la hiperbalada ñoña todo un arte. Más allá de referencias directísimas como los primeros segundos de «Young Hunger«, que parecen directamente extraídos del «Thriller» de Michael Jackson (una anécdota sin más repercusiones, por otra parte), Hugo Manuel sabe atrapar el espíritu de aquella generación de mojabragas con pluma suficiente para echar a volar hacia el infinito y más allá y mantenerlo bien atado al suelo gracias a las cadenas del synthpop y el electropop del nuevo milenio: «Tell All Your Friends» tiene el ritmo fardón idoneo para estrenar tus Reebok The Pump y dejar flaseadas a todas las chavalitas de la escuela; las líneas de sinte de «Fall 4 U» parecen sacadas de la banda sonora alternativa de un «Reality Bites» ambientado en la generación rave británica; los fraseos de «My Life is Complete» se acercan dulcemente a las experimentaciones proto-raperas de los primeros Pet Shop Boys; y Jason Donovan hubiera matado por reavivar su carrera en el 89 con una canción tan ñoñanimada como «Tell All Your Friends«.
A todo lo dicho hay que sumar, además, la capacidad superlativa que ha demostrado Hugo Manuel a la hora de esquivar la trampa mortal del álbum de colaboraciones (o lo que comunmente se llama «hacerse un Chemical Brothers«). En «Young Hunger» hay un plantel de artistas invitados de quitar el hipo, pero en vez de dejar que estos campen a sus anchas por el interior de sus canciones, derribando muros y construyendo tabiques para adaptarlas a las necesidad egotísticas de cada uno, Manuel sabe imponer su sonido y conseguir que todos los invitados suene a ellos mismos sin vulnerar para nada el concepto global del sonido de su álbum: «I Owe You This» recupera al Twin Shadow del que todos nos enamoramos al principio de todo, aquella alma ochentera delicada aficionado a las máquinas de humo que en el sonido de Chad Valley parece encontrar un nuevo escenario para el drama amoroso; «Evening Surrender» utiliza vilmente a Sarah Assbring (El Perro del Mar) para componer el dueto chico/chica definitivo que hubiera compuesto Gainsbourg para Birkin en los 80 si no se hubiera decantado por el horterismo autoconsciente; «My Life is Complete» mantiene el coolism noctívago de Orlando Higginbottom (Totally Enormous Extinct Dinosaurs) pero lo acerca a una luz dramática impropia en él; «Manimals» disipa las brumas en las que parece vivir Pat Grossi (Active Child) para obligarle a ver el cielo azul por encima de su cabeza… Y, sobre todo, la jugada de Chad Valley resulta pluscuamperfecta en la dupla más brillante del álbum: «Fall 4 U«, otro dueto chico/chica mano a mano con Glasser pero esta vez capturando la bajuna tras una noche de fiesta en la que nos apetece seguir danzando; y «My Girl«, donde el juego de voces junto a Jack Goldstein (Fixers) alcanza unas cotas de intensidad que pueden hacerle mucha pupita a tu corazón.
El único problema es que, al final del camino, puede que «Young Hunger» haya decidido navegar en unas aguas demasiado mainstream para atraer a los indies esnobistas, pero también demasiado cercanas a la sensibilidad indie como para calar hondo en el mainstream. Puede que, al fin y al cabo, el debut de Chad Valley esté destinado a convertirse en la banda sonora definitiva de todos esos a los que nos encanta poner cara de pena cuando cantamos… Teniendo en cuenta que somos una generación abonada a la nostalgia por una época que casi no recordamos, sin embargo, prefiero pensar que «Young Hunger» nos dará una alegre excusa para seguir lloriqueando sin motivo aparente. Estas canciones podrían convertirse en la secreta e invisible marca de Caín en nuestras frentes.