Tampoco hace falta más para caer rendido ante la propuesta de CEO. Hay que tener en cuenta que su primer disco, «White Magic» (Modular, 2010), aterrizaba en el panorama musical en un momento en el que Suecia ya no era un país, sino un estado mental hipter. Todo lo que nos llegaba de esa nación nórdica parecía tocado por una magia blanca (sí señor, ya he dicho que lo mío es la escritura perra y poco elocuente) que lo hacía un 87,93 % más apetecible que lo facturado en cualquier otro país del mundo. ¿Fue entonces lo de «White Magic» un espejismo? Ahora que el tiempo ha curado las heridas en nuestros ajados rostros de leñadores barbudos (y hipsters), ya podemos afirmar que no: que aquel álbum sonaba cien por cien a Suecia, está clarísimo, pero escuchado en perspectiva resulta que sonaba al mil por cien a CEO. Que es a lo que ha de aspirar cualquier artista, claro. Allá había mucho rollito baleárico de gustera noventera mediterránea, había mucho pre-chill wave brumoso y algodonoso, pero también había mucha locura controlada, muchos toques de esquizofrenia anime aplicada a la música y, sobre todo, mucha libertad a la hora de concebir las canciones no como canciones, sino como Tentes con los que construir lo que te dé la gana siempre que tengas las piezas adecuadas. «Wonderland» sigue sonando a todo esto, pero ahora el Tente ya no se construye con piezas azules y amarillas (nuevo inciso para rezagados: los colores de la bandera sueca), sino que ostentan una paleta de colores fluorescentes tan chocantes como los de la portada del álbum.
«Whorehouse«,el tema que abre «Wonderland«, arranca con una voz que afirma «I felt like I opened the Pandora’s Box» («Sentí como si hubiera abierto la Caja de Pandora«) para, un poco más avanzado el tema, concluir «And now I have to close it» («Y ahora tengo que cerrarla«). Acto seguido, el tema se ve invadido por coros de Alvin y las Ardillas, por flautas transalpinas y por un estribillo cantado por lo que parece ser un niño de diez años con la fardonería propia del bully de la hora del recreo. Acostúmbrate, porque esta acumulación de elementos surrealistas va a primera en el resto del álbum. La verdad, más que querer cerrar la Caja de Pandora, parece que CEO se ha quedado en gayumbos, se ha pintado sus colores -flúor- de guerra y se dispone a chapotear y bailar lúbricamente dentro de la susodicha caja. O, dicho de otro modo, ¿quién coño quiere alternar con el plasta del Conejo Blanco cuando puede pasar directamente a probar con aquellas bebidas que te hacían más pequeño o más grande y que no eran nada más que una metáfora de los psicotrópicos que alteran tu percepción de la realidad? Sí, hay mucho psicotrópico en «Wonderland«: si «Whorehouse» es un delicioso cancaneo con la oruga fumadora de opio, «Wonderland» suena a bailar con un Humpty Dumpty cocaínico en lo más alto del muro, igual que la desbordante «Ultrakaos» sabe a after-hours en casa de El Sombrero Loco. Todo muy intenso. Todo bigger than life. Todo muy como de salir de fiesta con el Jordan Belfort de «El Lobo de Wall Street«.
Después están los interludios atiborrados de TCH: la melodías entre BSO de peli infantil y «Carros de Fuego» en «Harikiri» y «Juju» se ven aliteradas en unos ecos neblinosos, misteriosos y sonrientes como el Gato de Chesire, mientras que el fluir tropical de «In A Bubble On A Stream» hace pensar en la posibilidad de cruzar el charco de lágrimas de Alicia en un bochornoso pero dulce estilo perrito. Ojo, que no todo aquí son subidones sobre-estimulados y bajunas humeantes… En «Wonderland» hay dos temas que rompen la baraja de naipes y se salen de lo previsible: «OMG» demuestra que todavía se pueden componer canciones de balearic pop sueco sin resultar bochornoso (será que la acumulación de sonidos espectrales y de voces con el pitch alterado la empujan hacia un futuro que todavía no estamos ni empezando a asimilar); y «Mirage«, por encima del resto del conjunto, se erige como una hiperbalada sublime que, dependiendo del momento, puede ser bailada o sufrida. Que decida el que escucha.
Puede que haya abusado en esta reseña de la referencialidad a «Alicia en el País de las Maravillas«. Puede que hubiera sido mejor tirar de esa impactante portada en la que no me queda claro si Berglund está haciendo su propia versión de los posters de «Nymphomaniac» pero en versión travesti ravero o si más bien está revindicando la locura como fuente de creatividad, la acumulación de inputs como medida para forzar un cortocircuito en la mente ajena. Puede que hubiera sido más sensato tirar de la Caja de Pandora y de cualquier otra de las excusas que CEO disemina por aquí y por allá como hilos que sobresalen en una madeja intrincadísima que te está pidiendo a gritos que empieces a tirar, que tires de cualquiera de los hilos, pero que tires ya… Podría haber hecho cualquiera de estas cosas para intentar ordenar el «Ultrakaos» de este disco. Pero es que, al fin y al cabo, parece ser que el ultrakaos es precisamente la seña de identidad que mejor aleja a Berglund del hipsterío sueco y más le define como CEO.