Le pese a quien le pese, Britney es el icono pop de nuestra generación. Sus coletas y pompas de chicle, sus estupendas declaraciones (“llegaré virgen al matrimonio” mientras Justin le tocaba el culo), su look de azafata, sus rapados (el de arriba y el de abajo) y la escenita del paraguazo a lo Ernesto de Hannover forman parte de nuestro imaginario colectivo como el «Leti Rap» o Marta Sanchez cantando «Soldados de Amor» en la fragata Numancia. De la misma forma que para otras generaciones lo fueron la teta de Sabrina o la guitarra ardiendo de Jimi Hendrix. Qué hizo grande a Britney Spears es algo que todavía se nos escapa… Quizá fuese el ejemplificar como ninguna otra el mito del auge y caída de la estrella mediática, con el añadido de habernos dado tiempo a ver sus horas más bajas seguidas de una lenta recuperación que sigue ahí, después de haberse cascado un álbum como «Blackout» (Jive, 2007) que, entre otras cosas, es objeto de culto en las esferas indie petardas que presumen de culturetas y abiertas de mente. Allí la de «Toxic«, en su peor momento físico y personal, se dejaba querer por los ritmos más urban (cuando la «Gasolina» nos parecía una mierda y no el jit drojadicto que en realidad es) y marcaba precedentes que nos encontraríamos de morros cuatro años después. Como hizo Kelis el año pasado con la conversión del dance francés en dinamita pa los pollos.
Britney ha estado siempre ahí, entre dos tierras. Entre el Bien y el Mal: la colegiala calentorra y reprimida y la guarrona popular de la High School. Ya en su primer disco, cantaba «Baby One More Time» y poco después «Sometimes«, dejando clara evidencia de la disfuncionalidad que la acompañaría a lo largo de su carrera. A Brit siempre le ha patinado bastante el chochete, por eso perdió las coletas por JustinTimberlake y Kevin Federline, y por eso hubo un tiempo también en el que le pasaba lo mismo que a la gata Flora: que si se la metes grita y si se la sacas llora. Con dos bombos y sin platillos, Brit tuvo que aparcar su necesaria digievolución que consistía en abandonar progresivamente el papel de protagonista de «Dawson Crece» para abrazar sin miedo el rollo de guarrona poligonera. Y «Femme Fatale» (Jive /Sony BMG, 2011) es la culminación de esta metamorfosis definitiva, la Biblia del Polígono, el manifiesto del extrarradio. Sin coartadas ni disimulos. Lo que ha hecho la Spears en esta ocasión ha sido recuperar el espíritu «Blackout«, ponerse el mundo por montera por fin, dejarse de hostias y cambiar la sal yodada por la sal gorda. Y el resultado es su disco más trallero, más directo y sí, sincero: esto es lo que soy, una garrula que os quiere hacer sudar. Por eso en «Femme Fatale» la palabra dancefloor se convierte en un mantra permanente; por eso sus canciones suenan a intermezzo perfecto entre bolo y bolo del Sónar (noche), para tronar a lo bestia en los autos de choque; por eso todo en el huele a Fiesta Mayor, a desfase y a sesso. Y tiene su coña que la rubia centre el cien por cien de sus canciones en el ligoteo / folleteo / rollos de una noche / amistades peligrosas que auguran grandes parties y peores resacas cuando, pese a su notable recuperación física, está a años luz de los momentos en los que invitaba a meterle de todo menos miedo.
En «Femme Fatale» recupera sin vergüenza el gusto por los tracks bailables y se acompaña de un plantel de productores que, aunque discutidos por todas partes, cumplen perfectamente una papeleta bien difícil: regalarle a la showgirl un disco con muchos singles potenciales y sin prácticamente relleno, que no tiene problemas en arrastre por los lodos del dance más burdo y efectista y salir airoso. Desde que empieza con «Till the World Ends«, desde ya himno de noches blancas y marrones, hasta que se despide con «Criminal» (su «Papa Don´t Preach» particular, pero como si Madonna lo hubiera parido en la época «American Life» pero puesta hasta las cejas de Myolastanes), todo el tracklist es de tralla y no baja el pistón. Con algún medio tiempo que pasa en un suspiro y que cumple la cota de tonadilla pop necesaria en todo disco de estas características (la juguetona «How I Roll» y la celebrativa y mega trancera «Trip to Your Heart«), el resto es muerte con momentazos para el recuerdo. En «I Wanna Go» desentierra el silbidito a lo Bob Sinclair para montarse un himno ibicenco; pero no ibicenco a lo cool en plan Delorean o los New Order del «Technique» (Qwest, 1989), sino ibicenco de verdad, de Pachá, cubatas por quince euros, fiesta de la espuma y go-gos hipermusculados… Si la escuchas objetivamente te puede parecer una mierda prefrabricada, pero si lo haces con el corazón (sic) resurge como lo que en realidad es: un hit facilón, simple y efectivo con cero pretensiones. Igual ocurre cuando explotan esa vena que nos prometieron cuando se hizo público que en el ábum colaborarían Rusko y Diplo (y no, ni rastro). En «Femme Fatale» no está la mano de los reyes del perreo, pero el disco tiene «(Drop Dead) Beautiful (feat.Sabi)» y esa «Big Fat Bass (feat.Will.I.Am)» que se alza (con diferencia) como la canción más desfasada, descacharrante y barroca del año: tiene sample de piano, máquina de humo (imperativa desde que la reivindicara Kelis en «Scream «), más vocoder, más autotune, repiqueteos, distorsiones de alarma de central nuclear, momento rapero con Will.I.Am on top of the hill y una letra y estribillos tan planos como una tabla de planchar: ese «I can be your trouble, you can be my bass«, una metáfora que se escapa a toda comprensión por la vía del pensamiento racional y que conviene entender como poesía innovadora como esta o esta. También hay momentos para recuperar la esencia del Eurodance noventero, como en «Trouble for Me» y «Seal it With a Kiss«, que al margen de los fuegos artificiales de las canciones más zapatillas, son dos perlacas de pop desenfadado y sin imposturas.
En un momento como el presente, en el que el pop bailable vive una salud estupenda en sus dos vertientes (la más indie gracias a Robyn o Yelle y la más masiva por culpa de Lady Gaga), es normal mirar con recelo o desdén el comeback de Britney Spears. Pese a haber conseguido dejar en segundo plano sus devaneos personales para la salida de este disco (por primera vez en años se puede hablar exclusivamente de él sin hacer referencia a lo que pasa fuera del estudio), la fama pesa. Y Brit se ha ganado la suya, a pulso y sin querer queriendo. La impresión que da «Femme Fatale» es que la artista está pletórica y pasando por un buen momento, que no tiene problemas en reírse de sí misma ni de lo pasado y que no ceja en el empeño de ser la eterna Supervixen y la perdición de los peloceniceros (que también tienen su corazoncito… o eso dicen). El camino escogido para esta ocasión es el de la carretera secundaria, la que te lleva directito a las zonas industriales, a la fiesta desfasada, a los párquines de «Callejeros» y a las raves físicas y mentales donde no hay dolor, ni problemas, ni paparazzis, ni complejos.