«A strange form of life kicking through windows, rolling on yards, heading in loved ones’ triggering eyes… A strange one«. Así arrancaba Bonnie ‘Prince’ Billy la canción-faro que guiaba su último gran trabajo: «The Letting Go» (Drag City, 2006). En «Strange Form of Life«, Oldham se quitaba la máscara del príncipe para admitir que la vida del personaje que creó tras finiquitar Palace le había llevado por caminos bien extraños (en la canción anterior del álbum, «Love Comes to Me«, ya había dado señas de una necesidad emocional rara de escuchar en el artista). No lo sabíamos entonces, pero a partir de su siguiente álbum, «Lie Down in the Light» (Drag City, 2008), Bonnie empezaría una huída hacia adelante en la que volvería a atarse la máscara a la cabeza con más fuerza que nunca: ese disco y el siguiente, «Beware» (Drag City, 2009), fueron la exploració particular de Oldham en la materia de la jarana y la fiesta. Todas las canciones de esa época suenan ajenas, que no enajenadas: como si el artista huyera de sí mismo por la vía del chascarrillo, por la vía de quitar peso a sus composiciones a través de la broma nada banal. Esta huída llegó a su punto álgido en el directo «Funtown Comedown» (Drag City, 2009), donde acompañado de The Picket Line perpetraba su particular festival redneck. Pero, ¿qué pasa cuando has explorado todo lo que querías explorar? Que vuelves a encontrarte a solas contigo mismo…
Y eso es lo que ocurre en «The Wonder Show of the World» (Domino / PIAS Spain, 2010), el disco que pasará a la historia personal de Bonnie ‘Prince’ Billy como el digno sucesor de las maravillas de «The Letting Go«. Y que conste que, en pleno subidón, a punto estoy de afirmar que está a la altura de «I See a Darkness» (Palace, 1999), la obra maestra particular del príncipe… Pero mejor me reservo para decir lo mismo de aquí a unos meses (que será cuando se me pueda empezar a tomar en serio). El largo arranca con «Troublesome Houses«, una especie de eco del anterior «Beware» que empieza a perder potencia, a sonar menos de cachondeo y más amargo. Pero es que la segunda canción, «Teach Me to Bear You» (título arrebatador donde los haya), pone las cartas sobre la mesa: la que va a escucharse a partir de aquí es ese folk-rock crepuscular, templado y atemperado que late como el corazón en un puño que entregamos a la persona amada, como el corazón sincero que el artista nos obsequia sin amago de afectación. Una guitarra y un juego de voces son suficientes para que Bonnie te pida que le enseñes a soportarte en un tema de belleza despojada que suena a confesión a altas horas de la madrugada.
A partir de aquí, todas y cada una de las canciones tiene su particular significado en este retrato en la penumbra del artista. En «With Cornstalks or Among Them» y «The Sounds are Always Begging«, Oldham sigue explorando esta vena desnuda en la que el mínimo de instrumentos factura el máximo de emociones: sus estructuras de guitarra, símples y humildes, apocadas y crepusculares, son la mejor herramienta a la hora de construir letras a pecho descubierto. «Go Folks Go» ataca el ecuador de «The Wonder Show of the World» conduciendo la mencionada humildad sonora a un crescendo de coros y chasquidos de dedos de esos que estás deseando bordar en directo. Y tras este dulce in-pass, la segunda mitad del álbum arranca de forma sublime: «That’s What Love Is» es una de las composiciones más bellas de la historia de Bonnie ‘Prince’ Billy, una epopeya al calor de las brasas de un fuego que hace mucho tiempo que se apagó. Durante más de siete minutos, una percusión minúscula y una guitarra acompañan a Oldham mientras desgrana frases como «stay and play with me» con una dulzura poco habitual en él. Tras una «Merciless and Great» que enlaza con la primera mitad, el poker de ases formado por «Where Wind Blows» y «Someone Coming Through» alcanza cotas de desnudez capaces de dejarte sin respiración: cuando todo se reduce a lo mínimo, la voz de Oldham suena con una cercanía capaz de desarmarte. Con una sinceridad capaz de causar heridas de arma blanca más graves que un machete de guerrilla. Y entonces, para cerrar el disco, llega «Kids«… Pero esto son palabras mayores.
«Kids» es, probablemente, una de esas canciones-punto-y-aparte que van a marcar un antes y un después en la carrera de Bonnie ‘Prince’ Billy. «When I’m still they will recognize and terrorize one of their own«… Ese ha sido el mayor temor de Will Oldham hasta la fecha: de ahí le vienen los cambios de disfraz, esa huida hacia adelante en la que tenía la necesidad de ser alguien diferente a cada momento para no ser el mismo que los demás. De ahí nacen todos sus discos, pero no este «The Wonder Show of the World» que suena a caída de máscara durante el acto final. Es inevitable pensar que, escuchando este álbum, ya no estamos escuchando a aquel al que Oldham bautizó como Bonnie ‘Prince’ Billy, sino que nos encontramos ante un fascinante juego de espejos en el que el actor se enfrenta a su propio personaje. La música brota del mínimo de instrumentos (no hay prácticamente percusión y todo se sustenta en la omnipresente guitarra actústica), los envoltorios melódicos evitan los alardes dirigiéndose hacia la desnudez humilde y la voz del artista aparca lo asilvestrado de sus anteriores trabajos para sorprender con un alto nivel de emotividad. Es este un disco que, a medida que avanza, resta en vez de añadir: a medida que transcurren las canciones, cada vez va quedándose con menos ropajes y, sorprendentemente, esta resta es la que suma. Y todo, todo, está al servicio de ese juego de espejos en el que, finalmente, durante «Kids«, Oldham deja al descubierto su miedo (injustificado) más íntimo: «Kids, I hope in years to come I will be strapped to the movement of time in such a way that this still makes sense«. Yo también lo espero, Will. Aunque con discos perfectos como este «The Wonder Show of the World«, estoy seguro de que así será.