El transgénero está de moda. Ejemplo abstracto y artie: en cine últimamente se pierde el culo por la fusión entre géneros, a cada cual más alocado (que si documental ficcionado, que si dramedia, que si bromance, que si dragon porn…) Siguiendo con el celuloide, otros ejemplos más prosaicos: «Hedwig & The Angry Inch«, «Transamerica«, (siempre) Almodóvar y (¿por qué no?) la recuperación de Bibí Andersen como mito imperecedero por la vía de la tonadilla de «Sálvame«. En la música está claro: desde la difusión de géneros impartida por Antony Hegarty y Baby Dee hasta las confusiones que causó en su época Ana Torroja al frente de Mecano con sus letras machas e incluso el icóno travesti en el que se ha convertido Justin Bieber (que a mi sigue sin quedarme claro si es un adolescente o una lesbiana de 35 años). Sea como sea, lo repetimos: el transgénero está de moda. Y ahí en medio va y aparece «Coastal Grooves» (Domino / PIAS Spain, 2011), el disco con el Dev Hynes, el frontman de los punk-snobs Test Icicles y de los muy folkies Lightspeed Champion, se transforma (nunca mejor dicho) en una mujerzuela de baja estofa pero alto corazón que canta sus penas abandonada de la mano de Dios en una taberna cochambrosa de los 80 en la que tan pronto suena Chris Isaak como los ritmacos gáyeres de The Human League. Y lo de que se transforma en una mujerzuela es algo literal… hasta cierto punto.
«Coastal Grooves» está escrito de cabo a rabo desde una inquietante primera persona femenina que desgrana sus vaivenes sentimentales y que, de hecho, casa a la perfección con el nuevo amaneramiento de la voz de Hynes. La inspiración para semejante ejercicio de escapismo travesti brota de la modelo transexual Octavia St. Laurent, una figura mítica de los 80 que, para resumir a grosso modo, lo tenía todo: era gay, afroamericana y se vio en medio de la pandemia del VIH sin comerlo ni beberlo (aunque, misterios de la vida, acabaría muriendo de cáncer años después de su esplendor). Aclaración necesaria: más allá de compartir la condición afro, Dev no es ni gay ni transexual ni está pensando en una operación de cambio de sexo. Que se sepa. Pero cuando eres artista es inevitable dejarse llevar por la fuerza de esa situación de tenerlo todo en contra y recibir todos los ataques bailando en esa cuerda floja donde los géneros se difuminan y dejan paso a las emociones puras, que no entienden de pichas ni de chochos. Las «emociones puras» le vinieron a Hynes, además, cuando se vio compuesto y sin novia y tuvo que pasar por esa difícil etapa vital en la que tienes que reajustarte a un mundo a tu alrededor que, hasta ese momento, te percibía como emparejado.
Suma dos más dos… y obtendrás «Coastal Grooves«, un disco que hace gala de una intensidad emocional apagada y melancólica, de esa tragedia sorda y cansada tan típica de los travestís a últimas horas de la noche intentando llegar a un público que no les hace ni puto caso. Sólo que, en el caso del debut de Blood Orange, es inevitable prestar atención a las múltiples excelencias del que debería ser el mejor chute posible para todos aquellos que tienen el mono de Twin Shadow y están esperando la continuación de «Forget» (Terrible, 2010) como el yonkarra que espera la visita del camello. Al fin y al cabo, todo es cuestión de matices: lo que allá era ambigua elegancia pansexual, aquí cae suavemente hacia el lado del afeminamiento de aquel pop ochentero enganchado a un orientalismo de postal turista (el fraseo psicotrónico a lo geisha de Hynes en «Can We Go Inside Now» es de traca) que va desde Alphaville hasta Empire of the Sun (rebajando mucho el rollo dancero pero manteniendo esa capacidad de hacer que el oyente piense, sin necesidad de ver nada, que el que canta delante del micro va vestido como un travesti de Las Palmas). El transgénero, además, alcanza nuevas cotas de sentido cuando a todo lo dicho se le suman ciertos aires de western a lo Morricone (la steel guitar con brizna de maíz en la boca de «Complete Failure» es puramente hipnótica) que trae de vuelta a la cabeza todos los tópicos homosexualos que siempre se les achacó a las pelis de vaqueros…
Lo sorprendente es que «Coastal Grooves» consigue huír de la estampa freak para poner sobre la mesa todo un buen puñado de temazos atemporales capaces de levantar la emoción en cualquiera con dos dedos de frente y cuatro de corazón: «I’m Sorry We Lied» es un acelerón de pop ochentoso drama queen ideal para post-adolescentes confusos que intentan demostrar al mundo su heterosexualidad como lo podría haber hecho, por poner un ejemplo, un perdidísimo Michael Jackson que asimilara como ejemplo macho a seguir el de Bruce Springsteen; la pimpinelesca «Instantly Blank (The Goodness)» propone un diálogo apasionante pespunteado por un arpa cristalina; «S’cooled» se descuelga del conjunto con un experimento de funk estilizado en el umbral de una puerta que separa la calle (en el sentido, claro, de «hacer la calle») del interior perverso de un club neoyorkino; «Champagne Coast» podría estar en cualquier disco de Wild Beasts si los miembros de esta banda se pusieran hasta el culo de tranquimazines; «The Complete Knock» revisiona el legado de la elegancia orquestal de ABC para ajustarla a los excesos de un retrofuturismo protoelectrónico que hace mucho que dejó de estar a la última… Amalgama de referencias, fusión de estilos, confusión sexual, ambigüedad emocional. Lo dicho: el transgénero está de moda.