Tampoco es que «Xen» haga nada revolucionariamente nuevo. En los últimos tiempos, varios son los artistas que han optado por discursos similares. Ben Frost, por ejemplo, ha mostrado una sensibilidad muy cercana a la de Arca para la percusión como textura ruidista absoluta y absolutista, aunque allá donde el primero opta por extender ese ruido en horizontal hasta que le arranca dulces patrones melódicos, Ghersi prefiere quedarse en el puñetazo en el estómago practicado como canción de dos minutos que aturulla los sentidos con un caos inasible pero fascinante. Y Oneohtrix Point Never, por su parte, ha practicado un patchwork ultrasónico en el que los sonidos como textura se cosían los unos a los otros para ofrecer una visión del pasado sonoro (que no musical) ochentero; algo que sería similar a lo que hace Arca en «Xen» si no fuera porque el paisaje sonoro que se obtiene al plantarse delante de este disco es abruptamente frío, cortante, visionario y futurista.
¿El punto en común entre estos tres artistas? La textura. El sonido como textura. Varias décadas después de que la producción musical se convirtiera en algo que ocurre casi exclusivamente una pantalla del ordenador en la que los sonidos no son sonidos, sino pastillas de colores, gruesas líneas que cortas y pegas y manipulas de forma virtualmente física, no es de extrañar que las nuevas generaciones hayan llevado estas interfaces de programas de producción sonora a un nivel más allá, incorporando sus herramientas y usos al resultado final: las canciones de «Xen» son un juego endiablado en el que casi puedes visualizar los sonidos como bloques en un programa informático, chocando entre ellos, superponiéndose unos a otros, flotando por encima de un vacío que siempre puede ser (re)llenado con nuevos bloques de sonido pero que, sin embargo, al ser liberados provocan que el resto de capas superiores suenen en un vacío hueco e infinito, en algo así como el horizonte infinitamente digital del alma del un robot. Las canciones de «Xen» no son canciones: son quilts confeccionados a partir de retazos (texturas) fascinantes que pueden ir desde los toques de un oriente hiper-tecnificado hasta la percusión del trap bajado de revoluciones a un nivel insano pasando por la incorporación de una instrumentación clásica que parece interpretada por androides de alma esquizoide. Pero no sólo eso, en estos cortes no sólo hay texturas musicales, sino también texturas emocionales como la sensualidad de un primer toqueteo en la oscuridad o la euforia química chocando contra las paredes de un cerebro ultra-consciente.
Sorprende (y es de agradecer) que Arca haya tenido el valor de transmutar en Xen de forma definitiva después de los éxitos mainstream que ha cosechado en los últimos tiempos: no sólo produjo cuatro de los temas del «Yeezus» (Roc-A-Fella, 2013) y a él se debe el éxito reciente de FKA Twigs, sino que incluso ha sido seleccionado por Björk para que le co-pruduzca su nuevo disco (o locura o lo que sea). Así las cosas, Arca podría haber escondido a Xen en un armario y ofrecer un disco asimilable por las masas que le encumbrara más todavía a la fama… Ha preferido, sin embargo, dejar que Xen corra en libertad y que, con sus bailes arrítmicos preñados de sexualidad enferma y enfermiza, nos muestre fugazmente cómo va a ser (o cómo debería ser) el futuro.