El tiempo pasa inexorable para todos. Tic, tac. Que se lo digan al elefante de la portada de «Hannibal» (BCore, 2013), el último disco de los catalanes Animic, que seguro que las ha visto más maduras que estas que nos ha tocado vivir…Pero tiene pinta de que no lo suficiente para contarlo. Para Animic, el tiempo también ha pasado y con él muchas cosas, algunas buenas y otras no tanto. Pero la troupe de Ferran Palau, Louise Samsom y compañía siempre han pasado por encima de ellas de la mejor manera: funcionando como un perfecto engranaje que se sustenta en el amor, la amistad y el respeto mutuo.
Parece que haga milenios de los dulces «Hao… Hui» e «Himalaya«, los dos álbums con los que se presentaron en sociedad. Por aquel entonces eran «esa banda que vive como en una comuna hippie en Collbató«, cuando sus canciones sonaban brillantes y se bañaban en pelota picada en las cristalinas aguas del folk de reminiscencias americanas. Y hacían esto en un momento en el que hacer discos de folk americano no estaba de moda ni nada. Sí, parece que haga mil años, pero no llega a una década. Animic nunca fueron nada parecido a una comuna hippy (aunque a los medios nos hubiera encantado porque nos habría dado la excusa perfecta para asociar su way of life con el estilo de música que hacían). Sí es cierto que compartían una estupenda vivienda a las faldas de Monsterrat, pero sin motivo metafísico aparente ni algo que se le parezca. Simplemente, porque les salía más barato que vivir por separado. Tan práctico y lógico como suena. Y es que en Animic todo funciona así: su música siempre parece moverse entre las páginas de un cuento irreal e imposible pero la inercia del grupo como personas les empuja a salirse de los bordes y probar, experimentar y acabar haciendo lo lógico… O lo que necesitan como artistas.
Eso hicieron con «Hannah» (Les Petites Coses / Error! Lo Fi / BCore, 2011), un álbum que sorprendió a propios y extraños por muchas cosas. Primero, por el agigantado paso que dio en términos de calidad con respecto a sus anteriores trabajos (que ya de por sí parecían difíciles de superar), lo que les ayudó a afianzar el respeto de la crítica (fue nuestro disco nacional de 2011, sin ser nosotros «la crítica» ni nada de eso). Pero, sobre todo, porque en «Hannah» la luz no entraba por la puerta y por las ventanas, como en sus anteriores canciones, sino que hacía falta fijar la vista para ver cómo se colaba a través de las rendijas de sus paredes de madera. Era un disco menos oscuro de lo que parecía. Y lo parecía mucho. Sus sonidos se apelmazaron, los arreglos se ensombrecieron y por todo el álbum se percibía un acuciante halo de madurez. Poco o nada quedaba de las canciones pastorales de «Himalaya«: en «Hannah«, Animic seguían paseando por el campo, pero esta vez se habían adentrado bajo un oscuro bosque de altos y densos pinos… Del que de momento no parecen haber salido, porque «Hannibal» (BCore, 2013) sigue las pisadas de su predecesor pero no sin afanarse en buscar la salida. Más bien da la impresión de que prefiere seguir perdido en esta cálida oscuridad.
Una oscuridad que nos invade cuando empieza a sonar «Horse’s Mane«, pero que arropa gracias a la siempre inefable voz de Louise y que tiene una de las melodías más bonitas que ha escrito la banda hasta el momento. Suena fuerte y arrogante, pero también sensible y emotiva. Y este es el ánimo que acompaña a lo largo de todo el disco. Las guitarras siguen siendo las protagonistas y las voces de Louise y Ferran se entrelazan como nunca, incluso cuando no coinciden en las mismas canciones. Si hay algo que llama la atención de «Hannibal» es el gran trabajo de producción que tiene detrás: las voces se mantienen en un tono neutro pero apremiante y siempre están acogidas por las cuerdas que se encargan de darle al conjunto un conducto por el que pueda correr la fuerza, por el que tiemble el pulso. La banda ha solventado la marcha de Roger Palacín, que se hacía cargo de las percusiones, introduciendo arreglos electrónicos que pueden sonar a marcha fúnebre («Wooden Guns«) o a pegadizo pop inmortal («Skeletons» y «Rei Blanc«), que de entrada dan una curiosa sensación de rareza pero que confirma que Animic son un ente que está vivo y que, como tal, se adapta a los cambios mientras sigue caminando. Así, «Hannibal» sigue experimentando con la oscuridad, pero esta vez no se fija en la que habita dentro de las casas, sino que se empapa de la que está fuera. Los ritmos se vuelven más marciales y el espíritu más combativo, como en «The Others«, en el que Louise parece mutar en una Amazona que llama a sus compañeros a armas o su reverso íntimo, o en la dolosa «El Crani i La Serp«, en la que Ferran canta junto a ella con la suavidad flemática de un trovador gótico que se sabe observado desde una esquina.
Desde que bajaran la ladera de la montaña con su primer disco hasta estas nuevas canciones, Animic han visto marcar muchas horas en el reloj. Todas, con lo que les ha traído, les han servido para conformar un ideario que cada vez se ve más nítido desde fuera y que cada vez tienen que justificar menos. El tiempo trae experiencia, pero también madurez y preocupaciones; y, de hecho, estas preocupaciones cambian. Si en «Hannah» percutía el sentido de la mortalidad inevitable, en «Hannibal» persiste la necesidad de manifestarse contra ella y luchar, como individuales y comunidad. Lo ideal sería que todos pudiéramos funcionar como ellos, como ese engranaje perfecto en el que sus partes pueden moverse con independencia pero que saben conformar un todo que avanza a una. Inexorable, como el tiempo. Un ente que sabe disfrutar las cosas buenas y exorcizar las malas sacando discos tan geniales y atemporales como este. Larga vida a Animic.