El símbolo ∆ se obtiene en los Macs cuando pulsas la tecla alt y la letra j simultáneamente. Es decir: es el signo resultante de una suma específica (dos teclas) en un entorno concreto (Mac). Es, entonces, la formulación básica de una metolodología o experimento. Pero también es más cosas. Para empezar, es un río al que se le nombró así debido a la similitud con el símbolo ∆ (a este respecto, poco se puede rascar si se le buscan conexiones con la banda que nos ocupa), y además es la cuarta letra (en mayúsculas) del alfabeto griego y un número equivalente a nuestro cuatro (cuatro son, como podía esperarse, los integrantes de alt-j). El símbolo ∆ también se utiliza en matemáticas como expresión de cambio en cualquier cantidad variable o como indicador de incertidumbre utilizado en el principio de la incertidumbre. Recapitulando: metodología, experimento, cuatro, cambio e incertidumbre. Cinco parámetros que parece que alt-j, la banda, han mamado a base de bien a la hora de configurar el ADN de su sonido. Si a todo lo dicho sumamos que los integrantes de la formación se conocieron en la Universidad de Leeds, habrá que tener en cuenta un nivel cultural elevado como sexto parámetro de definición de su personalidad (algo que, sea como sea, ya debería desprenderse de la utilización de semejante chocho para nombrar a tu banda).
De «personalidad» precisamente hay que hablar al abordar «An Awesome Wave» (Infectious / PIAS Spain, 2012), uno de esos debuts con los que pueden utilizarse todos los tópicos de la crítica al hablar de los primeros discos más impactantes: no suena a primer disco, ostenta un sonido maduro, denota una personalidad granítica… Todo lo que se ha dicho mil y una veces. Pero que, qué le vamos a hacer, vuelve a ser cierto. Es cierto, eso sí, de una forma bastante curiosa, porque si en las ocasiones que pensamos que un álbum de debut alardea de una personalidad arrolladora suele ser por lo homogéneo de una propuesta que hace pensar que la banda tiene muy claras las coordenadas que marcan su rumbo hacia el horizonte. En el caso de alt-j, da la impresión de que las coordenadas y el punto final los tienen bien claros, pero la ruta es un galimatías de geografía laberíntica, un zig-zag loquísimo guiado por unas estrellas extrañas que huye de la homogeneidad como de la peste. De hecho, en «An Awesome Wave» cada canción es una acción ante la que el siguiente tema se postula como reacción. Las primeras escuchas pueden aturullar, pueden dejar con la sensación de ser un (mal) viaje triposo dentro de la mente de un artista esquizofrénico incapaz de ordenar sus experimentos y, sobre todo, de llevarlos hasta el final hasta convertirlos en logros.
Pero, una vez aceptas el peligroso juego de adentrarte en la mente de un loco, el caos se vuelve orden gracias a una fórmula mágica que convierte la incertidumbre en placer a través de un experimento conducido por una metodología de cambio continuo. La personalidad no surge de lo homogéneo, sino del cambio. Y así, por mucho que alt-j intenten espantar los fantasmas genéricos que se les han intentado endilgar por parte de la prensa utilizando sus propias etiquetas (jump-folk y trip-folk, dicen ellos), queda bastante claro que su intención es quitarle las telarañas al nu-folk sin miedo de acercarlo a otras propuestas a priori irreconciliables: de Wild Beasts cogen la teatralidad vocal y la inquietud melódica, de These New Puritans los ecos apocalípticos, de Thom York la utilización de la electrónica como si de un instrumento folkie y analógico se tratara, de The xx la capacidad para obtener un maximalismo emocional a partir de un minimalismo instrumental… ¿These New Puritans aplacados por la nocturnidad y alevosía de The xx? ¿Thom York dándole una vuelta de tuerca al sonido de Wild Beasts? Sea como sea, en «An Awesome Wave» hay espacio para temas de épica oscura con coros de belleza pagana y zumbidos capaces de arrollar la belleza frágil de cualquier esqueleto melódico (la tremenda «Fitzpleasure«), oleadas de ritmos secos que construyen torres de Babel inexpugnables con la impresionante voz de Joe Newman como demiurgo caprichoso y estridente («Tessellate«), ataques y derribos de los postulados de la folktrónica por la vía de un sonido de aristas cortantes («Something Good«), folk como folklore (¿irlandés?) demostrando que su belleza puede traerse intacta hasta nuestros días con ciertas cargas de dinamita implosiva («Taro«) e incluso indie pop requemado en una silla eléctrica en la que es imposible no disfrutar con sus estertores («Breezeblocks«).
También es cierto que la jugada puede salirles cara a alt-j: como sucedió con Everything Everything (compañeros de generación que hicieron por el brit-pop hace un par de temporadas lo que alt-j viene a hacer ahora con el nu-folk), la excesiva complejidad de la propuesta puede alejar a los musicólogos más accidentales. Y más teniendo en cuenta que, a todo lo dicho, hay que sumar unas altas dosis de culteranismo: «Matilda«, por ejemplo, cita directamente una escena de «Leon. El Profesional» de Luc Besson, mientras que parte de las letras de «Breezeblocks» surgen directamente de la pluma (prestada) de Maurice Sendak. Así que, entre ciencia concreta y alta cultura, cualquiera podría pensar que lo de alt-j es demasiado complicado para que acabe medrando entre las masas… Sin embargo, desde hace unos meses, ∆ es algo más que todo lo dicho en el primer párrafo de esta crítica: es el símbolo convocado por las manos de muchos de los fans que acuden en tropel a disfrutar de esta banda en directo. Es un gesto que puede que nunca se haga masivo, pero que desde ya es santo y seña de identidad y reconocimiento entre una comunidad de entendidos. Porque, al fin y al cabo, alt-j han firmado en «An Awesome Wave» la mejor banda sonora para cualquier secta.