«Hombres Sin Mujeres», el último libro de relatos de Haruki Murakami, pinta un fascinante mural de hombres enfrentados al recuerdo de sus fracasos amorosos.
Adentrarse en el mundo de Haruki Murakami supone tolerar un universo quimérico donde reinan los escenarios abstractos, unos constantes personajes desorientados y reiterativos temas existencialistas como la búsqueda de identidad. Pero, por encima de todo, implica aceptar el fulminante romanticismo con el que el autor tiñe cada historia.
«Hombres sin Mujeres«’, publicado en nuestro país de la mando de la editorial Tusquets, recopila siete narraciones que tienen su origen en la revista «Bungei Sunshu«, donde fueron publicadas mensualmente desde diciembre de 2013. Con claras reminiscencias a escritores como Kafka o Hemingway y alusiones al jazz o los Beatles, el japonés dibuja su última novela entorno a la ruptura amorosa y su posterior sensación de soledad. Nos habla de la noción de pérdida irremediable configurando magistralmente un mosaico de hombres incapaces de recuperarse del perjuicio y, por lo tanto, condenados a vivir eternamente en una burbuja aislada.
Precisamente la concepción de una huella imborrable para la eternidad es uno de los pilares que sostiene los cimientos de las siete historias. En esta selección de relatos encontramos a un Murakami que se delata más que nunca como un acérrimo sentimental. Al igual que en anteriores obras como en «Al Sur de la Frontera, Al Oeste del Sol» o «Tokyo Blues«, el lector se topará con un preponderante fondo romántico que muchos de sus detractores denominarán melindroso y que, por el contrario, la gran mayoría de sus seguidores devoramos con gusto.
«Convertirse en un hombre sin mujer es muy sencillo: basta con amar locamente a una mujer y que luego ella se marche a alguna parte (…). Todo sucede en un abrir y cerrar de ojos. Y una vez convertido en un hombre sin mujer, el color de la soledad va tiñendo hasta lo más hondo de tu cuerpo (…). Es una mancha cualificada y como tal, también tendrá su derecho de manifestarse en público de vez en cuando. No te quedará más remedio que vivir con la suave transición de su color y con su contorno polisémico.»
Si este libro se devora con ganas es precisamente por ese convincente cosmos creado por el autor, un universo capaz de sumergirnos en una atmósfera surrealista que a su vez logra hacernos experimentar sentimientos extremos. Parece mentira cómo temáticas tan diversas como la traición, la muerte, los sueños o un repertorio de jazz confluyen en un mismo río: el abandono y, por ende, la inexorable quietud de la pérdida.
Lo curioso en «Hombres sin Mujeres» es darse cuenta de que no plantea realmente la llana expresión del dolor y su lucha por remediarlo, sino que se centra más bien en la proyección del abandono y su consecuente aislamiento. Desde la suspensión de la relación por el suicidio de la mujer, pasando por una ruptura provocada por el engaño y llegando a la incomprensión pura y dura de conceptos como la pasión y el cariño… Todo entra y todo vale para ilustrar este enredado cuadro de relaciones que mueren sin posible reanudación, inequívocos nexos desmoronándose a los que sólo les queda rememorar las ruinas de lo que fueron antaño.
Quizás porque los abandonos aparecen como irremediables, en»Hombres sin Mujeres» los protagonistas aceptan su desgracia como quien acata una orden inapelable. Básicamente, se destierran ellos mismos. Y, sin embargo -y considero que ahí reside la verdadera magia de la prosa de Murakami-, no tenemos la impresión de estar ante unos fracasados, sino más bien ante unos varones que reciben con entereza la desgracia que les ha tocado vivir y la sufren con aplomo a sabiendas de que nunca volverán a ser los mismos.
«Tengo la sensación de que algo tiene presos nuestros corazones. Cuando su corazón se mueve, tira del mío. Como dos barcas atadas por una cuerda. Que no se puede cortar, pues no existe cuchillo capaz de cortarla. Me angustia pensar en qué demonios me convertiré si esta sensación va a más.»
Como en cualquier recopilación de relatos, los altibajos pueden percibirse a medida que vamos descubriendo las diferentes historias. Pese a todo, el escritor logra mantener un buen ritmo y una destacable dinámica que no decae a través de los siete protagonistas.
Iniciándose con dos relatos cuyos títulos rememoran a los Beatles, «Drive My Car» y «Yesterday» enganchan a partes iguales. Cuando leo ambos pienso en aquella descripción de la nostalgia que Xavier Velasco explica como esa ensoñada ineptitud para resistirse al gancho de una vida que se nos ha ido quién sabe cuándo, quién sabe cómo y quién sabe a dónde. Y si me viene a la cabeza esa cita es porque, al margen del romanticismo desgarrado, en las novelas de Murakami en general y en particular en estas dos primeras historias, sobresale una melancolía donde los personajes en cuestión andan desorientados. En «Drive My Car» presentándonos la relación entre un estudiante y su compañero de trabajo, y en el caso de «Yesterday» delineando el vínculo que surge entre un actor viudo y la mujer que trabaja como su chófer.
Sin especial contundencia con respecto al conjunto pero muy simbólico si tenemos en cuenta su representación de la soledad, emerge el relato «Un Órgano Independiente«. El tercer cuento se centra en la figura de un cirujano que bien podría constituir la representación del típico Don Juan que ve su existencia trastocada por la llegada fortuita de una mujer. Por su parte, «Sherezade» (donde se refleja evidenciada la referencia a «Las Mil y una Noches» ya desde el título) podría constituir el relato que mejor ilustra la dependencia y el sufrimiento que experimentan los hombres, adelantándose a la propia pérdida. A través del peculiar nexo que establecen los personajes de Habara y Sherezade, uno puede llegar a sentir la misma conexión entre ambos y, sobre todo, esa dependencia traducida por la necesidad absoluta de conocer hasta el último detalle de las historias que la mujer le va contando al hombre.
«Como no entraban clientes, Kino se dedicó a escuchar música y leer los libros que le apetecía, como en los viejos tiempos. Sobrellevó la calma, el silencio y la soledad con mucha naturalidad, como la tierra seca recibe la lluvia. Solía poner las grabaciones de piano de Art Tatum. Esa música se correspondía con sus sentimientos.»
El quinto relato es, en mi opinión, la gran maravilla del libro. Un pequeño tesoro con el cuál su única publicación ya podría estar justificada. En «Kino» sobresale la prosa del japonés más que nunca, presentándonos la historia de un hombre traicionado por su esposa que decide mudarse, abandonar su trabajo y abrir un bar. El personaje enigmático de Kamita, el aura enigmática del local abierto al fondo de un callejón, la imagen de una gata que aparece y desaparece como por arte de magia, el propio Kino destacando como la imagen del hombre desterrado que acata su situación con una pasividad asombrosa… En esta quinta narración todo se contrapone, todo tiene su significado, todo fomenta un apego y provoca un creciente interés en la historia.
Quizás el único descalabro en»Hombres sin Mujeres» se encuentre en «Samsa Enamorado«. Recuperando a Gregor Samsa, Murakami trata de exponer al legendario personaje y su despertar sexual recibiendo una visita. No descarto que la causa de la decepción que provoca este cuento se origine en la intención de hacer alusión a la mítica «Metamorfosis«, levantando expectativas que evidentemente cuesta mucho superar.
Finalmente, el relato «Hombres sin Mujeres» -haciendo honor al título- cierra el ciclo acercándonos a un hombre que recibe una llamada en la que es informado de que su mujer se ha suicidado. Aludiendo a la temática de la muerte, al igual que en su inicio, la novela concluye dejando rastro no sólo de las contundentes temáticas en la prosa del japonés como la ruptura, la pérdida o la soledad, sino también -y he aquí el gran nexo que une a todos estos varones protagonistas- la llegada fulminante de un destino que no pueden cambiar, una tragedia en la que ellos no pueden intervenir. En resumidas cuentas, la irrupción de una ineludible pérdida en la que no tienen ni voz, ni voto.
«Por perder ese espléndido viento de poniente. Por llamar a alguien por teléfono pasada la una de la madrugada. Por citarte con un desconocido en un punto intermedio al azar entre el conocimiento y la ignorancia. Por derramar lágrimas sobre el pavimento seco mientras mides la presión de los neumáticos del coche.»
Por el efectismo literario contenido y sus particulares características, la obra de Murakami aparece como una lámina que contiene un sinfín de interpretaciones e innumerables vías para su desciframiento. El japonés, sin embargo, declaraba hace ya tiempo que a él no le interesa que nos centremos en las metáforas o el simbolismo de su obra, sino que lo que realmente busca es que nos sintamos como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo.
Es de admirar que lo consiga, y de agradecer que uno vaya notando los ojos desfilando con ansia por cada historia. Lo que Murakami nos regala aquí son siete pequeñas joyas que demuestran el poder de las letras y su efecto motor. En definitiva, cuando la literatura está bien hecha, cuando cobra vida.