Holograms parece un grupo destinado a nadar contracorriente: practican un estilo extrañamente considerado minoritario en su país de origen, Suecia; al mismo tiempo, esa identidad sonora destaca por su intrínseca peculiaridad dentro del roster de su sello, Captured Tracks, a pesar de que posee muchos de los elementos definitorios de la discográfica neoyorquina; y, en consonancia con los duros tiempos que corren, sobre todo en el mundo artístico-cultural, sus jóvenes miembros no pueden ganarse la vida exclusivamente con su música. Planteados estos tres aspectos relativos a Holograms, desgranemos a continuación cada uno de ellos.
1) Estilo. Suecia es conocida, dentro de la escena musical alternativa (y no tan alternativa), por ser exportadora de grandes estandartes del pop en todas sus variantes y vertientes, masculino o femenino, orgánico o sintético, pero siempre fino, elegante, pulcro y aseado. Salvo excepciones como The Knife y su electrónica turbia, descorazonadora y concienciada, o Refused y sus balazos hardcore, en el país de IKEA triunfan las propuestas amables que llevan las melodías dulzonas y los estribillos adhesivos por bandera. Por ello, se hace difícil encontrar un hueco en un panorama como ese a una banda como Holograms, devota del post-punk rudo, sombrío y de ropajes siniestros y rockeros que tanto se fija en Joy Division y Bauhaus como en Suicide o Wire. Si acaso, se les podría colocar a las puertas del territorio en el que conviven The Hives, The Hellacopters o Mando Diao, pero su interpretación del punk y del garage sigue otros derroteros. Su último salvoconducto podría ser emigrar a las vecinas Noruega o Dinamarca, donde sí encontrarían unos compañeros más próximos a sus postulados sonoros.
2) Captured Tracks. Sin embargo, Holograms dieron con sus huesos en Nueva York, en la casa independiente por excelencia comandada por Mike Sniper y que da cobijo a nombres como Wild Nothing, Beach Fossils, DIIV o Widowspeak. Una lista nominal que, de entrada, poco tiene que ver con la estética de los suecos. Sí con sus raíces ochenteras y sus planteamientos underground, aunque no tanto con su oscura energía. Sólo The Soft Moon, apoyado en su synth-pop opaco, espartano y desasosegante, se movería en una dirección similar a la de los suecos. Es decir: hasta en su propio hogar discográfico, Holograms serían vistos como una especie de (positiva) anomalía.
3) Vida. Cualquier banda podría suponer que, tras lograr que un importante sello como Captured Tracks se fijara en ella, la fichara y auspiciara la edición de su álbum de debut, debiera extenderse una alfombra roja ante sí que facilitara su evolución dentro del negocio. Especialmente si se acaba convirtiendo en unos de sus escasos miembros foráneos. Nada más lejos de la realidad: después de publicar su primer y homónimo LP, el notable “Holograms” (Captured Tracks, 2012), y de embarcarse en una larga gira internacional, Anton Spetze (voz y guitarra), su hermano Filip (sintetizador), Andreas Lagerström (bajo y voz) y Anton Strandberg (batería) vieron cómo, de regreso a su Estocolmo natal, perdían sus respectivos trabajos y tenían que instalarse de nuevo en sus hogares familiares. Una historia cotidiana y conocida por muchos hoy en día que afectó al devenir artístico del cuarteto e incluso a su salud psíquica y emocional.
Así que la manera ideal de evitar el estancamiento y sacarse los temores de encima para reconducir sus vidas consistía en pensar en registrar su segundo álbum, que vio la luz sólo un año y un par de meses después que su antecesor. Lo que indica que Holograms no deseaban perder el tiempo en dar vueltas innecesarias en torno a su sophomore, “Forever” (Captured Tracks, 2013), hecho que se traduce en la urgencia de unas canciones que, a la vez, condensan y transmiten la rabia y la irritación de sus autores -seguramente provocadas por sus situaciones personales-. Interpretados desde esa perspectiva, el sonido compacto, rocoso y visceral y los rápidos ritmos de este álbum vendrían a funcionar como la banda sonora perfecta para un día de furia o como una catapulta para desahogos varios. Basta con dejarse atrapar por la grave y potente voz de Anton Spetze, las guitarras afiladas, los bajos martilleantes y los poderosos y milimétricos golpes de batería para sentir cómo su vigor entra por los oídos y recorre todo el cuerpo hasta hacer explotar la cabeza y liberarla de sus losas mentales.
“Forever” se escucha de cabo a rabo casi sin respiro desde que arranca a toda pastilla con “A Sacred State” y prosigue veloz impulsado por las cáusticas “Meditations”, “Luminous” y “Rush”. Entre medias, la sensación de dureza y opresión aumenta por momentos por culpa de “Flesh And Bone” -producto de un cruce imposible entre los Joy Division más punk y el Robert Smith más gritón- y “Ättestupa” -en la que el sintetizador dibuja chocantes y brillantes círculos lumínicos bajo una atmósfera viciada-, que completan la base sonora de un discurso lírico que apela a la destrucción y el hastío vital. Tal impresión de que todo se derrumba alrededor, tanto lo físico como lo espiritual, se prolonga en el resto de un tracklist que calca la estructura expuesta unas líneas más atrás: por un lado, punk acerado y embadurnado de maquillaje goth (“Laugter Breaks The Silence”, “A Blaze On The Hillside”); y, por otro, post-punk cavernoso y de ultratumba (“Wolves”) que, sorprendentemente, se aparta el velo negro para mostrar una iluminada cara pop de aroma épico en “Lay Us Down”, uno de los cortes más destacados del lote y que cierra el disco sugiriendo un cierto ánimo de esperanza.
Quizá no haya sido ninguna casualidad que Holograms hubieran colocado ese tema al final de “Forever”, justamente para restar peso a un conjunto que adquiere densidad y volumen a medida que avanza por ser la plasmación en forma de música y letra del pesar y el sentir de unos jóvenes nihilistas y frustrados con el sistema imperante. Si algún día toca ir a las barricadas, que sea al son de este LP -al que se puede unir el “Silence Yourself” (Matador, 2013) de Savages-. Al fin y al cabo, la realidad actual ya no obliga sólo a nadar contracorriente, sino también a combatir en el presente para sobrevivir al futuro.