La madurita interesante que seduce al hijo de su amiga, la juguetona que acaba con cierto objeto atrapado en su interior, el chulo piscinas al que dos buenorras llevan a casa para enrollarse delante de él, la chica que descubre el placer a la hora de frotarse contra la gente en el metro, la pareja que quiere experimentar un intercambio sexual, la mujer que envía una sex pic a un contacto equivocado, los amigos machotes que acaban comiéndosela el uno al otro delante de una peli porno hetero, el perro que se zampa la evidencia del crimen de una infidelidad, el encuentro anónimo de dos personas en un tren, la liberación de las tensiones de una comida familiar por la vía del sexo… Bien parece que estas «Historias Inconfesables» rehúyen directamente de la «sofisticación» (y si lo entrecomillo es porque más bien quiero decir «tendencia a hacer complicado un encuentro sexual quitándole lo que tiene de verosímil«) y apuestan por la sencillez, por atacar directamente un problema allá donde más duele (o pica), que es en la entrepierna.
Las «Historias Inconfesables» de Ovidie y D’Aviau, estructuradas en forma de episodios autoconclusivos que se leen en un suspiro (o en un gemido), están basadas en vivencias reales que le han ocurrido realmente a la autora de los guiones de primera mano o a algún conocido que le ha revelado sus secretos (y que se ha visto recompensado con un cambio de nombres para que nadie pueda seguir ningún tipo de pista). Será por eso que, a diferencia del porno que o bien tiende a la inverosimilitud heteronormativa o hacia la hiper-sofisticación que mata la líbido, estas historias se sienten reales y cercanas. Al fin y al cabo, cuando uno fantasea no se dedica a elaborar intrincados escenarios que le quedan lejos en el espacio y en el tiempo (y en las posibilidades de cada uno), sino que más bien prefiere ponerle un poco de pimienta a una situación que podría ocurrir perfectamente.
Y ahí está la buena mano de Ovidie, estrella del cine para adultos y reconocida feminista: que ni se pasa ni se queda corta con la pimienta. Su mano de chef experimentada le lleva a aplicar la justa medida de unas especias que te excitan pero que no quieren que eches mano directamente a tu aparato sexual (se este el que sea), sino que más bien te plantea un juego de reconocimiento en el que, después de preguntarte si Ovidie y D’Aviau están dentro de tu cabeza o si eres uno del montón a la hora de fantasear, te rindes ante la evidencia de que si todos los libros, pelis y cómics que abordaran el sexo lo hicieran de forma tan natural y directa como estas «Historias Inconfesables«, el porno no estaría tan mal visto. Y, sobre todo, todos seríamos un poco más felices al saber que placeres como estos no tienen nada de desviación y mucho de norma.