Ya está aquí, de nuevo, Luke Temple, el artista renacentista. El hombre que dirige los designios de los simpar Here We Go Magic, uno de nuestros grupos raros favoritos tanto por su especial líder como por su poliédrica obra discográfica, cuya penúltima pica, “Pigeons” (Secretly Canadian / PopStock!, 2010), nos había montado en una auténtica montaña rusa sensorial y nos había llevado a plantearnos cuestiones variopintas y surrealistas sobre el genio y la supuesta disfuncionalidad del propio Temple, la articulación interna de su banda, las figuras de Dan Treacy y Astrud (por mucho que no tuvieran nada que ver con esos asuntos) y la aparición hasta en la sopa televisiva de Sara Carbonero durante el victorioso verano de 2010. Este batiburrillo de preguntas sin sentido era sólo un pequeño reflejo de las consecuencias de la música de Here We Go Magic en general y de aquel disco en particular. Transcurridos casi dos años de ese golpe más psíquico que físico, en los que vivimos la consecución de un Mundial de fútbol, sufrimos la transición a una nueva presidencia del gobierno central desastrosa y ojeamos unas cuantas sonrojantes e indignantes portadas de La Razón, se supone que Luke Temple (aunque nunca haya sido consciente de dichas noticias relativas a Españistán) también debió de pasar por situaciones impactantes que lo condujeron a variar su forma de afrontar el discurrir de la vida y de enfocar sus actos creativos.
El hecho de que el neoyorquino haya bautizado el tercer trabajo de Here We Go Magic con un elocuente pero ambiguo “A Different Ship” (Secretly Canadian, 2012) aporta algunas pistas acerca de la posible transformación de su personal universo. Así, desde el comienzo, el cantante y compositor habla de una embarcación diferente, como queriendo dar a entender que ahora se encuentra al mando de una nave, en apariencia, distinta a la que manejaba en el pasado. En este sentido, no hay que obviar que unas manos diferentes a las suyas dirigieron el timón en la cabina del estudio: Nigel Godrich (Radiohead, Paul McCartney, Travis) fue el encargado de pulir un sonido que, otrora, moldeaba con total autonomía el mismo Temple. Esto no significa que el cabecilla de Here We Go Magic hubiese perdido toda o parte de su auto-impuesta independencia musical. Todo lo contrario: en su repertorio se mantiene la querencia por la psicodelia de transpiración lenta, el kraut-pop aterciopelado y el pop (a secas) de hechuras clásicas y luminosidad intermitente. Sin embargo, su discurso, como el barco al que hace referencia el encabezamiento del álbum, recorre unas singladuras desconocidas que lo llevan directamente a puertos más privados e íntimos.
Basta con fijarse en algunos de los títulos del tracklist: “Hard To Be Close” sugiere las dificultades con las que se encuentra su autor para desenvolverse dentro de las relaciones humanas en un tono confesional absolutamente sincero; “Alone But Moving” condensa dentro de una partitura parsimoniosa y calmada, con la voz de Temple relajada, sentimientos de soledad aplacados por el deseo de mirar hacia adelante, hacia el futuro; “I Believe In Action” recoge esa inquietud y la materializa en un desarrollo más dinámico, que recuerda a los orígenes de Here We Go Magic al remitir a la vena más libertaria del pop lisérgico de los 70; y “How Do I Know” va más allá al exprimir el cariz animoso del LP con un Temple convertido en un Paul Simon hinchado de estimulantes administrados sin receta. Si en medio colocamos “Make Up Your Mind” (que recupera el ritmo kraut que había sobresalido en “Pigeons”), con su lírica entre alentadora y revitalizadora, obtenemos el mensaje de progresivo optimismo que el de Brooklyn (y por extensión, su conjunto) pretende transmitirse a sí mismo y a su audiencia.
La segunda mitad de “A Different Ship” no escapa del rumbo auto-referencial descrito anteriormente, aunque en ella Temple no recurre a la apelación directa, sino a la literatura metafórica que siempre le ha caracterizado para seguir ahondando en las ondulaciones y los pliegues de sus emociones particulares. Mediante, otra vez, el pop pulcro y aseado (“Made To Be Told”), el de efectos sedantes (“Miracle Of Mary” y “Over The Ocean”) y el espaciado y especiado por drones pinkfloydianos (la homónima “A Different Ship”) concluye su peculiar diario de bitácora con el que constata que, a pesar de que desde fuera se toma su apellido como sinónimo de excentricidad y libre albedrío, tiene la cabeza (y el corazón) en su sitio para ordenar con éxito todo el torrente de dudas existenciales y afectivas que, llegado el momento, le pueden invadir. De ahí que este álbum se asimile como una terapia curativa y redentora semejante (no tan rotunda, eso sí) a la edificada por Jason Pierce y sus Spiritualized en el reciente “Sweet Heart Sweet Light” (Domino / PIAS Spain, 2012). Por ello, no es de extrañar que tanto el norteamericano como el inglés sean dos de nuestros raros predilectos… Al fin y al cabo, todos los que escuchamos a ambos somos unos rarunos de cuidado.