Las cartas de Andy Butler llevan puestas sobre la mesa desde el mismo momento en el que Hercules & Love Affair pegaron su primer pelotazo de la manita de Antony en el insuperable «Blind«: lo de esta formación mutante con un inalterable corazón (el propio Butler) iba a tratar de revisionar el acervo de la música disco primigenia, de ese momento mágico en el que la música de baile pasó a convertirse en una cultura de baile gracias a los garajes y los antros de mala muerte de Nueva York en el que alternaban hijos del hedonismo con transexuales, gays, drag queens y la peor calaña imaginable (la peorcita, sí, pero también la que más ha sabido divertirse siempre). El productor y compositor Andy Butler se reveló como el émulo pluscuamperfeto de aquel disco primigenio, capaz de llevar hasta tus oídos -y hasta tus pies- todo un conjunto de jitazos que parecían transportar en su cadena de ADN la marca indeleble de unos tiempos no tan pretéritos, los años 70 y principios de los 80. Como si, más que un compositor, este hombre fuera un arqueólogo que se dedicaba a sacar canciones pretéritas y desconcidas que durante décadas se conservaran atrapadas en ambar en perfecto estado.
Pero resultó que las cartas de Andy Butler estaban marcadas: la emulación puede sorprender. Claro. Al principio. Pero no te da para una carrera entera: no pasará mucho tiempo hasta que quien escucha te vea el plumero y se aburra soberanamente. Es lo que tiene el ser humano: que siempre quiere algo nuevo, algo fresco, diferente y muy moderno. Y la frescura y la arqueología no se llevan muy bien, la verdad. Será por eso que, de cara al segundo álbum de Hercules & Love Affair, el algo ramploncete «Blue Songs» (Moshi Moshi, 2011), el Sr. Butler decidió no cambiar sus cartas, pero si añadir algunas algo más actualizadas. Por aquel entonces, el mundo entero (y Nueva York en concreto) estaban viviendo una nueva ola de synth electropopero con toques oscuros y algo sadomasoquistas (ya se sabe: TRUST, Light Asylum… y compañía), y todo eso era algo que podía escucharse en aquella recopilación de canciones azules. Ahora, tres años después, ya hemos superado el momento darks y estamos «en otro rollo». Ese rollo, como a nadie se le escapa, es la recuperación del house ravero británico de finales de los 80, eso que se ha dado en llamar (incorrectamente) deep house y que están practicando en UK desde Disclosure hasta la bien llamada British House Mafia (Jess Glynne, Gorgon City, Secondcity y esa estrella gigantesca en ciernes que es Duke Dumont)… Y, evidentemente, algo de esto hay en las cartas que Andy Butler ha añadido a su baraja particular en «The Feast of the Broken Heart» (Moshi Moshi, 2014).
La primera pista llegó en forma de un single advenedizo que, bajo el título de «Do You Feel The Same?» y con vocales de Gustaph (que viene a sonar así como «de gustera»), atrapaba a la perefección el zeitgeist de housete guarro y noventoso mencionado más arriba: un chute que suena a nuevo pero también a viejo y que, sobre todo, te invita a utilizar como si no hubiera un mañana el hashtag #poppersoclock (a la manera de esta chica en el concierto de Disclosure en Glastonbury, por si se te ha pasado la referencia). Las influencias houseras abundan en «The Feast of the Broken Heart«: desde los ambientes de bajuna de última hora de la madrugada en «The Key» hasta el rollito de piano dance en el que John Grant duda entre ser una drag queen o una diva negroide r&b a lo largo y ancho de la inconmensurable «I Try To Talk To You» (sin lugar a dudas, el único tema de Butler capaz de sostenerla la mirada a «Blind«). Eso sin contar los beats a lo vogue ball de «That’s Not Me» o esa cosa tremenda llamada «5.43 To Freedom» y que, ya desde el título, remite al «3 AM Eternal» de The KLF. Sobran las palabras cuando un nombre como este es mentado en alto como referencia en una reseña.
Ahora bien, tampoco hay que dejarse llevar por la sensación de que, ahora, a Andy Butler le ha dado como si no hubiera un mañana por el rollito deep house (¡qué puta rabia me da utilizar incorrectamente el nombre de este género!) y que ha pasado de emular la génesis del disco a hacer de copy cat del rollo warehouse británico. Ni mucho menos. Lo interesante de «The Feast of the Broken Heart» es precisamente que, al fin y al cabo, lo único que hace es añadir una nueva coordenada al cada vez más complejo mapa musical de Hercules & Love Affair. No hay espacio para el aburrimiento: todos y cada uno de los cortes del tercer álbum de esta formación más mutante que los X-Men son un pelotazo en potencia destinado a caldear el ambiente de clubs preeminentemente gays. Si hay que buscarle alguna pega a «The Feast of the Broken Heart«, sin embargo, sería precisamente esa: que, de tanto enfocarse hacia la pista de baile, te va a dar la sensación de que no te pilla en buen momento: de que, si escuchas estos temarrales en un club vas a desparramar de lo lindo pero que, si lo haces en tu casa mientras trabajas, en la experiencia no sólo hay algo de sucio, de guarrete, de pulsión de culpabilidad, sino que también hay algo que se pierde. Algo intangible. Pero, oye, repito: que esta pega la saco sólo si alguien me obliga. Y como no me obliga nadie, aquí no ha pasado nada.