Pregunta: ¿es el concierto de Hercules & Love Affair la cosa más #maricón que he visto en mi vida? Respuesta: totalmente. Y no podía ser mejor.
Soy plenamente consciente de que habrás entrado en este artículo esperando que te hable sobre qué tal el concierto de Hercules & Love Affair en Barcelona y quién acompañaba a Andy Butler en el escenario y ni fue un festival erótico festivo y si tocaron «Blind» o no tocaron «Blind«… Pero, mira, aunque todo llegará, déjame que abra esta crónica poniéndome íntimo y personal para explicar una cosa que no es que me apetezca contar y me haya puesto rollo «yo he venido aquí a hablar de mi libro«, sino que realmente es relevante para lo que vendrá después. Trust me.
La cuestión es que he de admitir que últimamente me está dando muy fuerte con el rollo activista de «salvemos lo gay«. Pero no «salvemos lo gay del heteropatriarcado y de la homofobia y de tu cuñado que sigue opinando que ser homosexual es una enfermedad curable si te lo propones pero es que los maricones no tienen ganas«, sino más bien «salvemos lo gay de lo gay«. ¿Tiene sentido? Sí, claro que lo tiene. Porque convendrás conmigo en que (como diría un querido amigo mío) #LoMaricón se nos ha ido de las manos. Nos hemos venido tan arriba con los ciclos de gimnasio y las fiestas petardas con música de mierda y el chunda-chunda de la era post-Matinée y la ropa tan ceñida que parece tatuada y todas esas cosas que resulta necesario preguntarse: ¿qué fue del verdadero maricón?
Porque, a ver, no quiero ponerme romántico, pero a mi la idea del gay introvertido que pasa la adolescencia cultivando su alma para acabar siendo una persona ultra culta y bien leída y con un gusto musical maravilloso y un estilo impecable me representa. Me representa to the max. Así que, de un tiempo a esta parte, observo con cierta tristeza el nuevo canon de lo gay, ese que ha cambiado los libros por las camisetas imperio ajustada y la buena música de verdad por el petardeo y/o por la retranca cholai. Siempre digo lo mismo, pero ahí voy de nuevo: si alguien me preguntara en una entrevista (que nunca me harán) dónde -y cuándo- viajaría si tuviera una máquina del tiempo, mi respuesta sería al Paradise Garage de principios de los 80 en Nueva York. Y si no entiendes qué significa eso, pues tenemos un problema.
La cuestión es que, desprendiéndose directamente de la postura explicada en el párrafo anterior, está mi cada vez más apasionada defensa de propuestas gays que recuperan #LoMaricón primigenio. Me refiero a gente como la que se ha juntado en Honey Soundsystem o en Horse Meat Disco, por citar solo dos colectivos que están llevando a cabo una labor particularmente elocuente a este respecto (los primeros desde el presente, los segundos buceando en el pasado). Y a ellos, desde ayer por la noche, he de sumar a Hercules & Love Affair.
Al fin y al cabo, su actuación en Barcelona (señas para la posteridad: el jueves 16 de noviembre en la renovadísima Sala Apolo) tuvo TODO lo que esperarías de cualquier tipo de evento que intente sintetizar lo que significa ser gay en el siglo 21. A ver, hagamos recuento: había luces multicolores, había un pantallón con visuales que iban desde lo esteta a lo psicodélico, pero sobre todo habían cuatro personas que, si me permitís la broma fácil (y me la váis a permitir), son la encarnación absoluta del «se abre el telón y salen cuatro tipos«, un dj que prefiere quedarse en segundo plano (para priorizar a la música), una mujerona trans imponente con una presencia magnética que podía sentirse desde el fondo de la sala, un tipo con un corte de pelo avanzado y un chándal con un print que le cubría de arriba a abajo y un abanico de movimientos de baile que nunca has visto en tu vida porque nunca estuviste en el Paradise Garage y, finalmente, un osazo pelirrojo (qué pena que te hayas quitado la barba, Andy, cari) con beret, camiseta imperio y falda.
No. No era un chiste. Era una puta maravilla. Era la epítome de #LoMaricón. Y era cosa seria. Lo más interesante es que la actuación de Hercules & Love Affair llevó #LoMaricón un paso más allá con un show concebido, básicamente, como una noche de club cualquiera. Bueno, cualquiera no: una noche de club gay como las que ya no quedan. El set-list se estructuró a base de un trenzado pluscuamperfecto de temazos que no levantan el pie del acelerador, que se encaran como un «stream» mental absoluto ante el que solo queda una opción: bailar. Porque esa es otra: podría haber sido Miércoles de Ceniza y no Jueves de Quéganastengodeliarla, pero el resultado final hubiera sido el mismo: una sesión de hipnosis colectiva que te arrancaba de tu sitio y te llevaba cuanto más cerca del escenario mejor, cuanto más ensardinado entre bellos cuerpos (también muy #LoMaricón) mejor.
Puede que a Butler y compañía les costara arrancar. O puede que yo tenga esa sensación porque decidieron atacar «I Try To Talk To You» bien al principio y, la verdad, es que sin John Grant no es lo mismo. No lo es. Pero al Papa lo que es del Papa, y a Andy lo que es de Andy: en menos que canta un gallo, ya nos tenían a todos allá, en la palma de su mano como gallinas muy locas que solo piensan en poner huevos (bueno, que solo piensan en huevos en general). Pasado el cuarto de hora, el concierto de Hercules & Love Affair ya era una celebración absoluta de la comunidad gay… O, por lo menos, de lo que a mi gustaría que fuera la comunidad gay.
Se concatenaban los temazos, los dos cantantes se turnaban las voces (y a los bailecitos) y jaleaban al personal de forma imperiosa, hubo momentos de esos bigger than life con los cantantes cantando con bien de drama sobre una base house lanzada en directo, hubo cachondeo en las interacciones con el público… Y, sí, antes de dejar un espacio para los bises, Hercules & Love Affair dejaron caer «Blind» y no solo no echamos de menos a ANOHNY, sino que así os lo digo: el subidón final con toda la sala gritando lo de «to see you now, to hear you now, I can look outside myself and I must examine my breath and look inside………………………. Because I feel blind! BECAUSE I FEEL BLIND!» fue uno de los momentos más mágicos de mi puta bida, tete. Ya lo he dicho.
Así que, en resumidas cuentas: ¿es el concierto de Hercules & Love Affair la cosa más #maricón que he visto en mi vida? Probablemente. Pero es tan #maricón bien entendido que, por favor, solo espero que cada vez tengamos más de esto y menos de lo otro. Y que cada uno entienda «lo otro» como le dé la gana. [Más información en la web de Hercules & Love Affair]