Mucha gente dice que «Heartstopper» es inverosímil porque absolutamente todos los personajes pertenecen a la comunidad LGTBIQ+… Aquí va una respuesta a esa crítica tan absurda.
En estos tiempos en los que las series ya no cumplen la norma estricta de entregar una temporada anual, “Heartstopper” ha conseguido precisamente eso: estrenar su segunda tanda de episodios poco después de un año de que se publicaran los primeros capítulos. Obviamente, Netflix supo detectar el filón de la que se ha convertido en una de sus cabeceras más populares y no tardó en poner a funcionar la maquinaria para producir nuevos capítulos con los que satisfacer la avidez de los fans.
Y cuando hablo de “avidez”, lo digo con todas las de la ley y sabiendo que el público que ha llevado a esta ficción hasta lo más alto de los tops de Netflix no hemos sido ni tú ni yo (es decir, homosexuales de mediana edad que no pueden evitar engancharse a “Heartstopper” por la vía de la nostalgia de lo no vivido), sino una legión de adolescentes que han encontrado en la serie basada en los cómics de Alice Oseman un verdadero refugio. No lo digo yo, lo dicen Nima Taleghani y Fisayo Akinade (es decir, los actores que encarnan a los profesores Farouk y Ajayi, respectivamente) en esta entrevista en la que comentan que había chavales que se pasaron meses reproduciendo una y otra vez la serie para que no descendiera de los tops del servicio de video en streaming.
Esto resulta especialmente significativo para entender la relación del público objetivo de “Heartstopper” con la historia de Nick (Kit Connor) y Charlie (Joe Locke) y todos los amigos que le rodean… Y lo mucho que difiere con la experiencia de alguien como yo que, como ya he dicho más arriba, la disfruta desde el “qué bonito que exista esto que no existía cuando yo era adolescente”. De nuevo, lo de “refugio” también tiene su sentido en un caso como este, en el que este tipo de ficciones se convierten en el “safe place” de chavales que pasan por momentos de incertidumbre en el que puede que no encuentren ni en el entorno inmediato ni en el panorama social el suficiente apoyo para responder a la pregunta más crucial de la adolescencia: ¿quién soy?
Llegados a este punto, debo puntualizar que este artículo no se centra en este público adolescente porque, mira, es que todo este tinglado me ha pillado tres décadas tarde. Lo que intento con este texto es más bien confrontar una crítica que estoy viendo frecuentemente, ya sea en boca de amigos directos con los que comento la serie o de gente que desconozco completamente pero cuya opinión no puedo evitar encontrar en redes sociales.
Esa crítica vendría a decir que “sí, muy bonita la serie, pero no hay quien ser crea esto de que absolutamente todo el mundo en la serie sea gay o bi o lesbiana o asexual”. Porque es cierto que “Heartstopper” empezó retratando el despertar del amor entre un chico gay (Charlie) y un chico bisexual (Nick), pero no tardaron en rodearse de una pandilla diversa en la que constan una chica trans y una pareja de lesbianas. En la segunda temporada, además, la gran familia sigue creciendo y resulta que uno del grupo de amigos es asexual, otra se revela bisexual y, cuando crees que la cosa no puede ir a más, ¡dos profesores (hombres) se lían y una profesora de deportes sale del armario como lesbiana!
Soy consciente de que esto (que, por cierto, ya existe en el cómic de Oseman) ha sido la gota que ha colmado el vaso de esa gran mayoría que se ha lanzado a criticar la serie. Pero, ojo, porque aunque la crítica tenga algo de verdad, es fácilmente rebatible… Y, de hecho, a continiuación la voy a rebatir en tres puntos.
En verdad, en la comunidad LGTBIQ+ nos atomizamos en familias elegidas
Empecemos por lo que más gracia me hace de toda esta polémica, que no es otra cosa que el oxímoron que se plantea cuando enfrentamos la crítica mencionada más arriba (es decir: “¡Nadie se cree que en un grupo de chavales de instituto estén representadas todas las letras de la comunidad LGTBIQ+!”) contra los criticones mismos. Que no son otros que homosexuales adultos que, pasada la treintena, se mueven precisamente en grupos en los que están representadas todas las letras de la comunidad LGTBIQ+.
No (nos) queda otra. Las cosas funcionan así: cuando estás en el instituto e incluso cuando estás en la veintena, es normal hacer, tener y conservar amigos heterosexuales que hayas encontrado en tu camino. Porque, al fin y al cabo, vuestra vida tampoco difiere tanto seas hetero o queer: clases, fiestas, primeros curros, amigos a tope, primeras parejas, pero sobre todo fiestas, claro. Luego te das cuenta de que la vida actúa como esas centrifugadoras que se usan en los laboratorios para separar líquidos, a un lado los heteros que se establecen en parejas monógamas y empiezan a tener casas y coches y niños y a descuidar a los niños para centrarse en la construcción de la heterofamilia definitiva, al otro las diferentes letras de la comunidad LGTBIQ+ que suelen tener consecutivas parejas no monógamas, que dan mucha importancia a la amistad y que rara vez tienen casas y coches y niños porque ni la biología ni la economía son favorables.
Dicho de otra forma: la familia elegida acaba siendo una forma de hacer comunidad con la gente que lleva una vida similar a la tuya. Llevamos décadas alabando las bondades del poderío de estos dos conceptos (“familia elegida” y “comunidad”) dentro del espectro queer, pero resulta que, cuando vemos a un grupo de chavales en el instituto en el que se da esa diversidad fuera de la heteronorma, nos parece extraño. ¿Es demasiada casualidad que en dos institutos pueda existir un grupo tan diverso? ¿O realmente estamos pasando por alto que, realmente, es normal que todas estas personitas disidentes de la heteronorma acaben juntándose en una familia elegida?
En conclusión: que tú no lo tuvieras cuando eras adolescente no significa que los adolescentes no puedan tenerlo ahora mismo. De hecho, si celebramos lo de “qué bonito que los adolescentes de hoy puedan tener un romance homosexual tan bonito como el de esta serie”, ¿por qué no vamos a celebrar también “qué bonito que puedan tener una familia elegida para ofrecerse el apoyo que el exterior muchas veces les niega”? Y, vale, puede que la familia elegida tenga sentido incluso en un instituto, pero, entonces (siguen los criticones), además de todos estos adolescentes tan diversos, ¿no es pasarse eso de que en “Heartstopper” dos profesores sean gays (y se líen) y una profesora sea lesbiana? Esto me lleva directamente al siguiente punto.
Piensa a la inversa: lo importante de “Heartstopper” es la representación
Voy a responder rápido a la pregunta: ¿pero en serio me estás diciendo que no puede haber un revolucionario total de tres unidades de personas gays lesbianas entre el profesorado de dos institutos? Y es más: siendo adultos que probablemente vivieran adolescencias poco hospitalarias con la disidencia, ¿no crees que van a acercarse a este grupo de personitas LGTBIQ+ para brindarles todo el apoyo, cariño y guía que puedan (e incluso un poquito más)?
Así que, sí, toda esta diversidad no solo es verosímil y coherente con la coyuntura del sistema de enseñanza actual, sino que es algo mucho más importante: un acto de representación valioso y necesario. Porque alegrarse porque los chavales puedan crecer viendo que es posible un romance como el de Nick y Charlie pero criticar que se visibilicen muchos otros tipos de romances (dos chicas lesbianas, una chica trans y un chico, dos profesores uno armariado y el otro fuera del armario) e incluso la ausencia del mismo (en el caso del personaje asexual y arromántico) es, simple y llanamente, un acto de ruindad absoluta.
Esto es aplicable al 95% de las ficciones para adolescentes que se pueden ver a día de hoy en las diferentes plataformas de streaming. Empezando por Netflix, todas ellas han detectado el filón de introducir la mayor cuota de diversidad posible en los grupos de amigos que protagonizan las series. Pero muchas son las voces que vuelven a erigirse como defensoras de la verosimilitud y la probabilidad (¡Maricón, que es ficción! ¡No tiene por qué ser verosímil ni basarse en la probabilidad!) para venir a decir que, por ejemplo, no hay tantas personas trans en el mundo como para que absolutamente todos los grupos de amichas cuenten con una persona trans.
A lo que solo se puede responder: da igual si esta diversidad entra o no dentro de los cánones de verosimilitud o la cuota de probabilidad… Piensa a la inversa: al haber crecido con pelis y series en las que solo había heteros, si vemos en la actualidad una serie en la que no sale ningún personaje no nos extrañamos para nada. Voy a poner un ejemplo que me he encontrado como profesor: al enseñarles a mis alumnos un desfile de moda, lo primero que me dijeron fue que no había ni una modelo negra. ¡Y yo ni me había fijado!
La exclusión de la comunidad LGTBIQ+ de la ficción del siglo XX nos ha creado a muchas generaciones un verdadero punto ciego en la mirada con la que observamos la cultura. Y es interesante que ver una serie en la que no sale ni un gay nos parezca normal (¡Es verosímil! ¡Entra dentro de lo probable!) pero critiquemos que en una serie todos los personajes sean queer.
La diversidad de “Heartstopper” está ahí para que nos alegremos por los chavales que van a crecer sabiendo que el amor homosexual es posible (y que puede ser “bonito”, algo que muchas generaciones pensaron que era totalmente imposible porque una relación emocional entre hombres, por ejemplo, debía ser algo condenado a la oscuridad… sabiendo que de la oscuridad no suele salir nada bueno). Pero también para que nos alegremos por toda la chavalada que va a crecer sabiendo que el resto de representaciones que aparecen en la serie son posibles y que, al fin y al cabo, están al alcance de su mano.
Al final, lo que cuenta es la intención
Esto me lleva a la conclusión inevitable de toda esta reflexión, que no es otra que admitir que, al final de todo, lo que cuenta es la intención. La buena intención. Lo que quiero decir con esto es que, obviamente, Netflix apuesta por la diversidad de “Heartstopper” porque le sale a cuenta y le resulta rentable… Pero que la intención de los creadores de la serie, por un lado Alice Osman con la historia original y por el otro Euros Lyn con la realización, no responde a números ni rentabilidad, sino a la voluntad de ofrecer un refugio para todos aquellos adolescentes que lo necesiten.
Solo por la buena intención, los criticones deberían perdonar cualquier falta de verosimilitud (que no es tal, ya lo he dicho). Porque, además, es que esa buena intención va de la manita con una realización que sublima la narrativa pop multicolor, una banda sonora de infarto, un ritmo impecable, unos diálogos frescos y una capacidad para formalizar escenas memorables de esas que vas a recordar toda tu vida porque, si estas viendo esto cuando eres un adolescente, va a ser la vara de medir con la que vas a marcar tus aspiraciones amorosas. De verdad, ¡a la mierda la dictadura de la verosimilitud! ¡Que esto no es el “Batman” de Nolan! Deja de pensar que “Heartstopper” está hecha para ti, maricón de treinta o cuarenta años. Porque no.
Para cerrar, sin embargo, he de reconocer que yo mismo estuve a puntito de ser una de las criticonas a las que estoy criticando. Exactamente, en ese momento en el que toda la pandilla decide sudar del baile de promoción y concentrarse en casa de Nick. Allá, ocurre algo (que no voy a revelar para no caer en el spoiler desalmado) y, de repente, todos reciben a alguien con un abrazo grupal que me hizo arquear una ceja impulsada por el exceso de azúcar. Pero inmediatamente pensé: no seas así, que esto de los abrazos grupales no ocurre cuando eres adulto (y fuera de la ficción), pero ¿y lo bonito que sería que lo hiciéramos todos y todo el rato?
De eso va “Heartstopper” para los que la vemos siendo ya mayorcitos: no va de buscarle los tres pies al gato de la verosimilitud… Va más bien de derretir un poquito nuestros corazones y teñir de arcoíris nuestros mundos adultos. Porque puede que no tuviéramos todo esto cuando éramos adolescentes, pero ¿qué nos impide tenerlo ahora? [Más información en la web de «Heartstopper» en Netflix]