Más allá de esta apreciación, “El Traje del Emperador” probablemente marque un antes y un después en la trayectoria de la banda, reducida a dúo para la ocasión, en lo que respecta a su sonido. El cambio que se advierte en las texturas de estas cuatro canciones con respecto al grueso de “Bromas Privadas en Lugares Públicos” es notable; sea idea de David Rodríguez, del grupo o de ambos, lo que parece evidente es un paso firme hacia abandonar el sonido más enfurruñado y guitarrero de aquél, con el propósito de desnudar las composiciones (aunque el traje está ahí, claro, para quien lo quiera ver), quizás casi en un retorno a lo apuntado en el EP “El Baile de la Medusa” (autoeditado, 2012). Musicalmente, destaca el gusto por retorcer el pop por la vía del transformismo, desde la habanera en “Copla de Amor del Perro de Pavlov” hasta el, por así llamarlo, kraut-folk de “Solo Dios Dirá”. No obstante, quizás la joya indiscutible de esta tetralogía es la vibrante y emotiva “Salta la Liebre”, con los coros de Saray Botella como contrapunto celestial al lamento de Lolo González.
“El Traje del Emperador” supone un cuidado y precioso aperitivo, que nos sabe a poco porque (y esto es muy necesario entenderlo de una vez por todas) lo bueno, si breve, dos veces breve. Y aún así, sin desmerecer el notabilísimo logro creativo / compositivo que desde luego significa este disco, quizás la noticia más feliz es ese nuevo camino que parece abrirse para Hazte Lapón y que debería encumbrarlos en el corto plazo a lo más alto del pop emocional cantado en español. Mientras tanto, y hasta entonces, qué bonito nos parece encontrarnos con esta pequeña y precisa disección de las relaciones sentimentales en 2014, año de castigos y de recompensas.