Haters del mundo, sabemos que necesitáis vuestra Biblia particular… Pero ya está, ya tenéis vuestro libro sagrado y se llama «El Libro del Odio».
Reírme no es algo que busque en los libros ni asocie con la lectura. Y la verdad es que no sabría explicar por qué. Puede ser porque relaciono los largos tiempos de lectura profunda CON otro tipo de emociones más «complejas» (con comillas gigantescas), mientras que la risa me suele llegar de forma espontánea. Me suele nacer en la superficie y, si me pongo a hacer memoria, el último libro con el que recuerdo haber reído a mandíbula batiente es el «Karoo» de Steve Tesich. También con Santiago Lorenzo. Pero la primera es una risa puramente intelectual y la segunda nace de la incomodidad elocuentemente frontal con la que el escritor enfrenta sus tramas.
Pero reÍr como ríes cuando, por ejemplo, estás delante de tu sitcom favorita… ¿Por qué no puede ocurrir esto con un libro? Pues, mira, sí que puede ocurrir. Y te lo digo yo que me acabo de leer «El Libro del Odio» y no he podido parar de soltar carcajadas como si no hubiera un mañana. Al fin y al cabo, el título de este libro de Fermín Zabalegui ilustrado por Luis Mazón (y editado por Malpaso) podría hacer pensar que nos encontramos ante La Biblia Hater. Y sí. Pero no.
El punto de partida de «El Libro del Odio» no podría ser más hater, ya que su razón de ser es la exploración de ese odio que todo el mundo ha a aprendido a identificar como un sentimiento negativo (porque así se le ha inculcado en su educación) pero que, sin embargo, es el caldo de cultivo en el que todos nadamos cada vez que abrimos el móvil y nos ponemos a navegar por internet en general o por las redes sociales en concreto. El hater y el troll son dos figuras a las que todos adoramos (porque nos dan la vida) y odiamos (porque también nos la quitan) a partes iguales.
Es por eso que «El Libro del Odio» tiene mucho de proyecto sublime: sublimar el odio, reivindicarlo incluso, pero hacerlo siempre desde el humor y desde el buen rollo. Zabalegui marca el estilo de su investigación desde el mismísimo prólogo: «En el mundo de los libros no hay invento más petulante y odioso que el prólogo: un añadido inútil donde algún amigo del autor se explaya sobre un libro que tú aún no has leído, y donde además se pone a cantar sus alabanzas como si ese texto no fuera a salir impreso en el mismo libro que está ensalzando. Vamos, es como poner a tu madre de referencia en el currículum«.
El haterismo de Zabalegui, totalmente apoyado por las imágenes poderosamente icónicas de Mazón, extirpa cualquier carácter inmanentemente negativo e insidioso al tamizarlo a través de toneladas de un humor depuradísimo y finísimo cuando tiene que serlo y totalmente salido de madre cuando puede permitírselo. «El Libro del Odio» se estructura en base a diferentes capítulos en los que los autores van abordando las diferentes áreas de la vida moderna que mayores raciones de odio suelen provocar. Si eres un ser preeminentemente urbano, si te pasas media vida en redes sociales, si te ves obligado a tratar diariamente con gente que inevitablemente ni te va ni te viene, este es tu libro.
Es inevitable hacer click inmediatamente con todos y cada uno de los temas propuestos por Zabalegui y Mazón. Sobre todo, porque la selección no podía ser más acertada y siempre, absolutamente siempre, es totalmente certera. Para ejemplo, el capítulo en el que abordan las fobias más extrañas, esas que odias porque en verdad no las tiene nadie pero sabes que todo el mundo es jodidamente hipocondríaco y queda fetén proclamar en tus redes que tienes la fobia más difícil de pronunciar: «Suponemos que antiguamente existían dos tipos de personas: las que tenían aversión a la muerte (tanatofobia) y las que no. Estas últimas inventaron el balconing, el wingsuit, el movimiento antivacunas y el ponerse en las curvas para ver los rallies«.
«El Libro del Odio» también brilla porque coge ciertos odios informes que todos sentimos de forma más o menos vaga y los articula en pildorazos de una síntesis desarmante. Para muestra, uno de los botones más burros de todo el tomo: «¿Cómo hacer una tertulia deportiva? Dirigíos a un puticlub de Madrid y coged a tres cincuentones con mala pinta que vistan camisa de jugador de polo. Repetid la operación en Barcelona. Añadidle dos exfutbolistas de perfil bajo, arruinados y alcohólicos. Acto seguido, colocad a una periodista de escote generoso y minifalda para dar color, ofreced barra libre de J&B con Coca-Cola y farlopa y, sin más dilación, soltadlos durante tres horas en un plató«.
Pero, sobre todo, «El Libro del Odio» resulta sublime porque te pega unas collejas bien sonoras continuamente… Y la única salida que te queda es reír. Reírte de las palabras de Zabalegui, reírte de las ilustraciones de Mazón, reírte del libro, reírte de ti mismo. Tomemos como ejemplo el pasaje en el que yo mismo me vi más hirientemente retratado. Un pasaje en el que, al hablar de los odios que orbitan en torno al mundo de la música, se describe a la habitual «iluminada del trap»: «Tiene cuarenta años, pero quiere hacerse la moderna. Escucha a C. Tangana y a traperos americanos de los que no sabría ni pronunciar el nombre. No entiende nada, pero ella está ahí, apoyando a los millennials, demostrando su resilencia. Es un escaparate de apertura y tolerancia, aunque en la clandestinidad de su hogar escuche a Los Fresones Rebeldes«.
Así soy yo, y así os lo ha contado Fermín Zabalegui. Y, llegados a este punto, si «El Libro del Odio» me parece de un valor incalculable por conseguir que ría como no he reído leyendo en mucho tiempo, también me parece extremadamente recomendable por algo que va un poquito más allá de esta excusa humorística… Al fin y al cabo, esta risa nacida de la lectura es inherente a cierto periodismo cultural del que Zabalegui es una de las primeras espadas. Pero lo interesante de «El Libro del Odio» es que, en tiempos de ese «body positivity» que está intentando que queramos nuestro cuerpo sea como sea, apuesta por una especie de «soul positivy». Ya basta de usar Instagram para intentar convencer al mundo entero de que eres un tipo excelente a base de fotos buenrollista. Esto es un «quiérete, maricón» en toda regla que te invita a abrazar tu lado hater y a exhibirlo igual que exhibes tu lado más positivo. «Hater positivity». I’m in. [Más información en el Twitter de Fermín Zabalegui y en la web de la editorial Malpaso]