En Happy Socks están tan loquis como para trasladar los icónicos graffitis de André desde las calles de París hasta sus calcetines y ropa interior.
La historia de André es, más que probablemente, una de las más icónicas del street art del cambio de siglo. Al fin y al cabo, es la historia que todo artista callejero quiere y desea y persigue: nació en Suecia en 1971 y, desde bien pequeñito, supo que las paredes eran de su propiedad. Primero, las puertas de la casa de sus padres. Más tarde, las paredes de la escuela. En 1981, su familia se trasladó a París, y allá vivió su gran eclosión: ni casa ni escuela, las calles debían convertirse en su estudio. Fue uno de los padres del graffiti, y lo fue como acto contestatario: lo practicó como forma de desafiar la forma en la que la ciudad domina a las personas.
A partir de ahí, el resto es historia… Pronto llegarían «Les Merceries d’André«: espacios en el metro en los que vendía su propia obra; y de allá saltaría a Black Block, su tienda en el Palais de Tokyo pensada como trampolín para jóvenes artistas. Eso sin contar, claro, las múltiples colaboraciones con las que André hace tiempo que está «invadiendo» la imagen de algunas de las marcas más relevantes de la industria del lujo. Esta ha sido la historia resumida de André, cuyo último gran paso es realizar una colección cápsula en compañía de Happy Socks.
Curioso, ¿verdad? Empezar como un héroe de algo tan público como el graffiti en las paredes de las calles y acabar habitando un espacio tan íntimo como el de la ropa interior y los calcetines de Happy Socks. Todos los modelos están estampados con los personajes más reconocibles de André, y vienen en packs que acaban por convertir esta colección cápsula en un objeto de coleccionista. Aunque, la verdad, cuando llevas estas prendas sobre tu piel, el que se va a sentir como un objeto de coleccionista serás tú mismo. ¿Qué más se puede pedir?
Más información en la web de Happy Socks.