Pregunta: ¿es «Hang the DJ» el nuevo «San Junipero» de «Black Mirror»? Y, como la respuesta no es sencilla, aquí te ofrecemos dos opiniones enfrentadas: una a favor y otra en contra.
ALEX PÉREZ LASCORT está en contra… Lo de «San Junipero» (el ya mítico episodio de la tercera temporada de «Black Mirror«) no solo fue, por desgracia, un capítulo optimista, blandito y bizcochón. No, no se trató de un error, no. Lo que «San Junipero» supuso fue más bien una apertura, en plan jornada de puertas de abiertas, de la Caja de Pandora de todo aquello que viola la propia naturaleza de la serie. Una vez constatado el éxito de semejante propuesta, Charlie Brooker ha hecho lo que instintiva y pragmáticamente le pedía el cuerpo: volver a endosarnos otro capitulito en forma de golosina dulzona con envoltorio de horror tecnológico, no sea que se les fuera a ver el cartón de forma ultra descarada.
Pero, ¡ojo!, que esta vez el caramelo viene envenenado. No se trata ya de asistir a una historia romántica (que tampoco está tan mal, ¡oiga!), ni tan siquiera que se sumerja sin rubor en el lodazal de lo empalagoso, no. Aquí el tema, y lo verdaderamente grave, es ese subtexto (o, mejor dicho, subtextos) que, así, como quién no quiere la cosa, nos lanzan sin rubor a ver quién traga con ello o incluso lo aplaude.
Supongo que el Sr. Brooker piensa que en el siglo XXI no es nada grave esto de tratar de inculcar cositas como el heteropatriarcado o lo inconveniente de las citas sexuales si detrás no hay amor ni nada. De esta forma, contemplamos cómo la protagonista femenina de este episodio “evoluciona” desde su predisposición al gozo de lo erótico-festivo en los one night stand a la repulsión final que estos encuentros le producen una vez ha encontrado el AMOR (repitan todos conmigo: A-MOR) verdadero. Vamos que lo del sexo sin compromiso es algo vacío, tonto y que, lejos de dar placer, acaba por consolidar un vacío interior o algo.
Pero claro el AMOR (repítanlo otra vez por si no había quedado claro: A-MOR) así en mayúsculas necesita ser correspondido, y no por cualquiera, no. Aquí no valen relaciones homosexuales más allá del sexo (ya se sabe, cosas de degenerados), sino que aquí debe intervenir un joven varón, blanco y puro, que le den así como asquito las relaciones casuales y, a poder ser, sin ser feo, que tampoco sea un guaperas übersexual. Más bien que sea timidillo, buena personita, con algo de complejitos y esas cosas.
Evidentemente, el mancebo escogido es un santo Job, paciente cariñoso e incomprendido. Víctima de las parejas que se le adjudican que, en términos claros, son de un carácter insoportable y prácticamente frígidas en la cama. Todo en el protagonista es bondad y acciones positivas incluso cuando actúa de manera discutible siempre está la excusa del, a ver si lo adivinan, AMOR, ese sentimiento que todo lo cura y todo lo justifica.
Y así Mr. Brooker nos da gato por liebre, mostrando una sociedad autoritaria donde toda cita y relación está programada hasta el infausto giro final, que parece redimirnos de todo lo visto y apela a los encuentros libres. Final tramposo que se remacha con las miradas de sus protagonistas donde asumen sin duda alguna que, incluso en esta era del amor en los tiempos de Tinder, lo más importante es el perfect match y dejense de folleteos que ya estamos mayorcitos. ¿»Hang the DJ«? Mejor colgar al autor de este despropósito.
RAÜL DE TENA está a favor… Abro fuego con una confesión: «San Junipero» no me acabó de alucinar a los niveles a los que alucinó absolutamente a todo el mundo. Me gustó. Claro que me gustó. El punto de partida era alucinante, la estética no podía estar mejor representada y, al fin y al cabo, la coartada melancólica funcionaba a la perfección como desengrasante a la hora de masticar y tragar el resto de capítulos de una serie, «Black Mirror«, que en su temporada de debut en Netflix demostró que el malrollismo iba a ser la norma, pero una norma con una excepción que rompiera la regla.
Y, sin embargo, la previsibilidad del argumento de «San Junipero» me dejó tan a medias que, en cuanto la gente empezó a afirmar en redes sociales que «Hang the DJ» era el relevo natural de aquel capítulo, casi me echo a temblar. ¿Tendría que volver a pelearme con todo el mundo? ¿Volvería a ser el maricón que quita la ilusión? ¿Qué mierdas me pasa que soy incapaz de disfrutar una maravilla como esta? Con esas preguntas rondándome la cabeza, empecé a ver la cuarta temporada de «Black Mirror» y, sorprendentemente, cuando llegó el momento de «Hang the DJ«, no solo me gustó, sino que me apasionó a un nivel que suelo reservar para películas de cine.
Para empezar, me apasionó por su acierto de apostar por un capítulo corto dentro de un paradigma, el de Netflix, que cada vez tiende más a la dilatación innecesaria de sus episodios. «Hang the DJ» es corto, conciso, compacto y directo al grano… Y eso es un valor a tener en cuenta, tanto como el ritmo ágil, la estética de vivos colores y los personajes carismáticos que hacen avanzar la trama con un ritmo que es casi musical, ciertamente pop. Aunque he de reconocer que el valor que derribó todas mis defensas y me llevó hasta el éxtasis fue otro diferente que me costó varios días comprender. Ese valor nacería en una pregunta bastante sencilla: ¿son «San Junipero» y «Hang the DJ» los capítulos de «Black Mirror» preferidos de todo el mundo precisamente porque son un oasis de buen rollo en medio de un mar negrísimo de pesimismo?
Depende. Al fin y al cabo, como siempre, todo es cuestión de matices. Y es que, mirad, «San Junipero» y «Hang the DJ» tampoco son tan parecidos. Me explico… «San Junipero» proponía un juego interesante: hacer creer al espectador que su final era feliz cuando, si te lo paras a pensar, volvía a ser una trampa más de la tecnología. Quedarse atrapado en un festín de nostalgia onanista forever and ever que, por muy alegre y colorista que fuera, no dejaba de ser un mundo que da la espalda a la realidad. De nuevo, la máquina le gana la partida al hombre y lo aleja del mundo real.
«Hang the DJ» se sitúa en las antípodas de ese presupuesto. Al principio del capítulo, pensamos que los protagonistas son un chico y una chica probando una app para ligar nueva, pero pronto empezamos a advertir «glitches» en su realidad: ¿esta gente no trabaja? ¿Por qué puede dedicarse 24 horas al día, 365 días al año y varios años a la noble tarea de encontrar a su pareja perfecta? ¿Qué es el muro que rodea a la urbanización en la que todos estos solterones parecen vivir por y para emparejarse? ¿Viven en un mundo en el que los robots son los que trabajan y la humanidad ya solo tiene que preocuparse de ser feliz?
Esas preguntas sobrevolarán la trama hasta el final de todo, cuando los protagonistas tomen una decisión muy interesante: la tecnología se equivoca cuando dice que no son «perfect match«… y por eso escaparán más allá del muro. La sorpresa es mayúscula cuando, mientras intentan superar el escollo del altísimo muro, la realidad a su alrededor se desvanece como si del apagón de un videojuego de realidad virtual se tratara. La pareja, a la que se le ha repetido mil veces que «el sistema» es infalible en un 99,8 %, aparece en una especie de limbo en el que hay otras 999 versiones de ellos mismos, emparejados. El sistema, entonces, informa de que 998 «simulaciones» de un total de 1000 han acabado escapándose del sistema y desafiando a la tecnología, apostando por el amor verdadero.
Y entonces llegamos al mundo «real», en el que los dos protagonistas están en una fiesta (en la que suena «Hang the DJ» de los Smiths, claro), smartphone en mano, con una app de ligoteo abierta que, ¡tachán!, les muestra que tienen un 99,8% de compatibilidad. ¿Podría este capítulo de «Black Mirror» rizar el rizo de forma más pluscuamperfecta? Por una vez, no nos encontramos ante la tecnología como trampa, sino como sistema capaz de contemplar, admitir y usar en beneficio propio su propia falibilidad a la hora de apreciar algo tan intangible (y humano) como el amor. No hay pesimismo. En este caso, el mundo real se beneficia felizmente de todas estas «simulaciones» que digo yo que serán tan parciales, heteronormativas y todo eso que se le puede criticar a «Hang the DJ» precisamente porque, en una realidad simulada por una inteligencia artificial con el objetivo de sopesar a dos personas reales, no hace falta meterse en camisas de once varas de inclusividad y diversidad.
La visión optimista de «Hang the DJ«, entonces, no nace del hecho de que la historia de amor tenga un final feliz o no, sino que este capítulo es un verdadero subidón porque, por una vez (ya que, repito, «San Junipero» no cuenta al ser bastante tramposo), plantea que, oye, a lo mejor al final los robots no se arman en una revolución contra los humanos, Skynet no acaba con la humanidad y todo eso. A lo mejor, y solo a lo mejor, al final resulta que la tecnología acaba siendo nuestra aliada y no nuestra enemiga y nos ayuda a construir un mundo mejor. Aunque sea un mundo mejor a base de «perfect match«. [Más información en la web de «Black Mirror»]