«Había Una Fiesta» de Marina L. Riudoms está protagonizado por cuatro chicas que sufren un trauma mientras viajan… ¿Prepardo para revisar tus valores?
En «Orlando«, Virginia Woolf juega una carta arriesgadísima que, sin embargo, acaba calando bien hondo en el lector. En cierto momento del libro, la propia narradora afirma que lo que va a ocurrir a continuación es tan atroz que va a demorarse lo máximo posible para no tener que afrontarlo. A continuación, transcurren innumerables páginas que describen todo lo que se puede describir, desde la calle hasta los pájaros que en ella cantan. Y, al final, cuando aborda los hechos, lo hace de forma rápida y frontal, para quitárselo de encima cuanto más rápido mejor.
El corazón de «Había Una Fiesta» me recuerda inevitablemente a este pasaje de «Orlando«. Y es que, desde un buen principio, sabemos que el libro de Marina L. Riudoms (editado por Caballo de Troya como parte de esa nueva avanzadilla de autores que vuelven a poner del revés las letras de nuestro país) es una compleja maquinaría que se mueve gracias -o a pesar- de la energía que le aporta un hecho traumático que nunca acaba de abordarse de forma frontal. Tampoco es que Riudoms construya una novela como si fuera el mencionado pasaje de Woolf, alargando el momento previo al trauma para no tener que abordarlo.
Ni mucho menos. La carta que juega «Había Una Fiesta» es otra muy diferente. Lo suyo no es la dilatación ni la dilación, sino más bien la delación que se filtra en todas y cada una de las partes de una trama que el lector va recibiendo de forma desordenada. Tal y como son los recuerdos en la vida real. Tal y como son, sobre todo, los recuerdos traumáticos… Sea como sea, Riudoms no deja que ese trauma fagocite el argumento, sino que este se pone al servicio del perfilado sublime de las personalidades de cuatro amigas de 18 años que hacen un viaje por la costa de Nápoles.
Ellas son María, Nadia, Jero y Paula. Y, si al leer un poco más arriba de qué va «Había Una Fiesta» has pensado inmediatamente «¿cuatro chicas tan jóvenes viajando solas?«, necesitas urgentemente leer este libro. Porque, al fin y al cabo, todo lo que ocurre aquí es una forma mucho más que efectiva para conseguir que el lector se enfrente contra sus propios fantasmas, contra sus propias ideas pre-concebidas sobre feminismo y feminidad en el siglo 21.
No es casual, entonces, que la autora haya escogido una edad tan crucial como son los 18 años, un momento vital en el que el ser humano forma su personalidad a base de golpetazos y collejas. Mucho más si eres una mujer y vives un momento como el presente, en el que existen tantas versiones diferentes de lo que «debe ser» una mujer. Es una época repleta de ese tipo de incertidumbre que tan eficazmente alimenta el espectro de las inseguridades. Y eso es algo que Riudoms retrata magistralmente desde las primeras páginas de la novela: «Era muy consciente de los defectos de sus amigas, y aun así los deseaba porque no creía haber potenciado ninguna cualidad propia. Era una analfabeta de sí misma y del funcionamiento de ese manantial de emociones. Tenía dieciocho años y estaba constantemente asustada«.
Cuatro chicas asustadas que están de viaje en un lugar desconocido (y ya sabes: las vacaciones te sacan siempre de tu zona de confort y te exponen a peligros incontables, así que imagina eso siendo mujer y teniendo 18 años), que intentan pasárselo bien, que sufren un trauma indecible y que pretenden hacer como si no existiera y ahogarlo en fiesta, música, drogas, alcohol y ese hedonismo escapista que tan bien retratado queda en la rave a la que asisten las protagonistas. Cuatro chicas que intentan reafirmar los contornos de su propia personalidad pero que se encuentran constantemente con la omnipresente presencia castrante masculina: «Daba igual que vistieran sudaderas moradas o batas blancas, se movieran en coches que derrapaban o camillas que se llevaban a su amiga; los hombres decidían. Lo único que dejaban a su paso era ese sentimiento de frustración ante otra situación inesperada y la creencia de su ineptitud para que se resolviera de otro modo«.
Lo importante en «Había Una Fiesta» no es que hubiera una fiesta, por mucho que esta y la música y la urgencia con la que se vive cuando tienes 18 años queden perfectamente fijados en la página en blanco gracias a la elocuente pluma de Riudoms. Lo importante es que todo lo que ocurre te obliga a reflexionar, a posicionarte, a reconsiderar todo lo que creías establecido en tu sistema de valores. Si eres una mujer, probablemente esta lectura te ayude a desmitificar ciertos clichés y a abrir la mente hacia concepciones que a veces contravienen al feminismo recalcitrante, pero que siempre juegan a favor de lo femenino. Y, si eres un hombre, la lectura de esta novela solo puede describirse con una palabra (anglosajona, lo siento): mindblowing.
Porque es más poderoso lo que imaginas que lo que ves o lees. Ya sabes cómo van estas cosas: la imaginación crea monstruos mucho más escalofriantes que los que se ven en las películas y se leen en los libros. Y, por eso mismo, la forma en la que Riudoms afronta el trauma se aleja de Woolf en forma pero se acerca a ella en efectividad: «El trauma va más con una pérdida de sentido. Trata de un vacío, y eso es lo que yo, narrador, os voy a hacer sentir a vosotros. No os lo toméis con una venganza. Es el mejor modo de que comprendáis lo que sufrí. Yo no soy omnisciente. Yo no lo sé todo«. O lo que es lo mismo: cuando la humildad es sinónimo de grandeza y resilencia. [Más información en el Twitter de Marina L. Riudoms y en la web de Caballo de Troya]