Los últimos discos de El Guincho, Remate, Parade e Invisible Harvey ofrecen una visión completista del actual cosmos musical español.
Fernando Martínez, Dimas Rodríguez, Antonio Galvañ y Pablo Díaz-Reixa. Remate, Invisible Harvey, Parade y El Guincho. Cuatro nombres, cuatro visiones y cuatro cometas cuyo rastro plasma la diversidad del cosmos de la música alternativa patria. Con el pop en los dos primeros ejemplos, el synthpop en el tercero y la electrónica en el cuarto como puntos de partida primordiales, cada uno de ellos profundiza de tal modo en dichas etiquetas que acaban destacando por sus perspectivas individuales de la composición y sus modos particulares de modelar la materia sonora y expresar su resultado final.
Pueden mostrarse más clásicos o más avanzados, intentar seguir una línea tradicional o romper esquemas y basarse en hechos reales o contar episodios fantasiosos… En cualquier caso, son cuatro perfiles perfectamente definidos (eso sí, con puntos de fuga que enriquecen su identidad) que se mueven, en orden inverso, entre las figuras del tecno-músico digital y analógico y del cantautor mágico y realista.
[divider]Remate[/divider]
En esa última categoría se encuadraría Remate. Aunque a lo largo de su trayectoria ese teórico realismo se ha revestido de un simbolismo lírico que ha elevado constantemente la categoría de sus canciones. Hecho que se repite en su último disco, “Cabello de Ángel, Tocino de Cielo” (Relámpago, 2016), con el que prosigue su relato familiar: si en el anterior “Nelson es Perfecto” (Relámpago, 2014) descendía en su linaje para inspirarse en su hijo, esta vez asciende por su árbol genealógico para desempolvar viejas estampas de sus ancestros y ponerlos en su lugar.
A medio camino entre el ajuste de cuentas ejecutado con distancia irónica y el ejercicio auto-terapéutico (como si fuese la cara B de otro disco consanguíneo, “Familia” -Fina Estampa, 2015-, de Nacho Umbert), en este LP Remate saca todos los esqueletos del armario y destapa recuerdos y memorias que se van desgranando con sinceridad bajo una atmósfera intimista que se conecta directamente con el tono confesional del repertorio. Antepasados filonazis, alcohol y filias y fobias varias protagonizan una especie de opereta envuelta en un sonido transparente y salpimentado por una amplia variedad instrumental (ukelele, glockenspiel, piano, sintetizador…) que salta fácilmente del synthpop minimalista (“Coreografía”) al pop de cámara (“Marica y Drogadicto”, “Palacio de Verano”) y mediante el cual Remate se consagra en el arte del disco conceptual.
[divider]Invisible Harvey[/divider]
Quizá Invisible Harvey no perseguía entregar una obra conceptual, pero su álbum de debut, “La Puerta Giratoria” (El Genio Equivocado, 2016), se acerca a ello de alguna manera. Más que nada, porque se exhibe como un reluciente contenedor de pequeñas grandes historias en las que la ensoñación y la propia música (en forma de meta-referencias) se filtran en su interior. De ahí que el título del disco, tan en boga hoy en día, tenga un significado muy distinto al usado en la vida real al dibujarse como un umbral de acceso a un peculiar mundo. En él, sin embargo, Invisible Harvey no va de la mano del conejo invisible que sólo él ve (como James Stewart en la película de la que toma su alias), sino que lo saca de la chistera para confeccionar un trabajo lleno de mágico romanticismo.
Producido por Cristian Pallejà y Ferran Resines, y adornado con las cuerdas tocadas por Joan Gerard Torredeflot y Núria Maynou, “La Puerta Giratoria” se compone de miniaturas pop labradas con delicadeza y mimo y arregladas con mucho gusto. Este detallismo se aprecia a lo largo de todo el tracklist, ya flote entre efluvios oníricos (“El Hijo del Hombre Bala se va de Vacaciones”), se derive de la tradición pop más brillante (“La Puerta Giratoria”, “La Noche de Fin de Año Somos Arte Funerario”, “Credibilidad Callejera”), se cubra de clasicismo optimista (“La Culpa y su Capacidad de Evaporarse”), avive el ritmo (“Experto en Mirar Techos”) o repose en tramos reconfortantes en los que mullidos acordes acústicos mecen los oídos. Con Invisible Harvey, ilusión y realidad se mezclan con pasmosa naturalidad.
[/nextpage][nextpage title=»Parade + El Guincho» ] [divider]Parade[/divider]
La ecuación entre ilusión y realidad también la resuelve con gran acierto Parade, aunque en su caso la solución se embadurna de ciencia ficción para nutrir “Demasiado Humano” (Jabalina, 2016) de narraciones que incluyen alusiones literarias y cinematográficas, recreaciones distópicas y surrealistas y, dados los inestables tiempos actuales, también algún que otro arrebato costumbrista. Antonio Galvañ aprovecha la ocasión, una vez superada la etapa orgánica de sus dos anteriores trabajos, para volver a sumergirse en sonidos sintéticos y dotar de corazón a las cajas de ritmos y de alma a los sintetizadores. Esta es la intención inicial de “Demasiado Humano”: resaltar la capacidad sensitiva de la música tecnificada.
Objetivo que Parade cumple con creces insuflando sensibilidad a una paleta sonora synthpop cuya puesta en práctica se corresponde punto por punto con su intransferible personalidad. En este sentido sobresalen, como en toda su discografía, sus elaborados e imaginativos textos, que plasman mitos y leyendas de las fábulas histórico-científicas (“Traedme la Cabeza de Philip K. Dick”), presentan personajes curiosos susceptibles de ser reales (“Carterista de Tanatorio”), exponen teorías locas (“Johnny Ramone, Agente de la KGB”, o “The Americans” en clave ramoniana), homenajean películas de culto (“Guerreros”, inspirada en “The Warriors” -Walter Hill, 1979-) o dan bocados de realidad (“Cementerio Nuclear en la Pequeña Ciudad”). En las manos de Antonio Galvañ, la tecnología analógica sólo puede generar sensaciones sugerentes y alucinantes.
[divider]El Guincho[/divider]
En las manos de El Guincho, la tecnología digital aplicada a la música adquiere una nueva dimensión. Para empezar, en lo referente a su soporte y distribución: obviando la tradicional (y obsoleta) versión física, Pablo Díaz-Reixa decidió incluir su cuarto álbum “HiperAsia” (CANADA, 2016) en sendos wearables (pulsera y sudadera) para completar la experiencia auditiva. Ahora resulta sorprendente, pero más pronto que tarde será un acto rutinario. Música interactiva llevada al siguiente nivel.
“HiperAsia” varía las líneas marcadas por el groovy y voluptuoso “Pop Negro” (Young Turks, 2010), del mismo modo que este depuraba el electropicalismo de su predecesor, “Alegranza” (Discoteca Océano, 2007). Así, este LP parte del concepto de la múltiple fragmentación de los híper-mercados chinos para componer un crisol musical cosmopolita y vanguardista que se vincula con etiquetas como el house, el trap, el R&B, el hip hop (“Comix”, con Mala Rodríguez) y el chill / vaporwave (“Pizza”) sustentadas sobre beats refrescantes, ritmos quebrados, Auto-Tune, sintes fluorescentes, samples y mucho flow.
¿Se le podría llamar híper-pop? Perfectamente, sobre todo por el torrente de estímulos sensoriales que transmite. “HiperAsia” es, en resumen, un álbum de alma canaria y aspecto globalizado que emerge como una audaz manifestación de la modernidad.
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