Gringa es un restaurante especializado en cocina del sur de California… Y también es un lugar en el que incluso querrás repetir dos veces en el mismo día.
Hace un buen rato que estoy aquí, plantado en mi silla de trabajo delante del ordenador intentando dar con un párrafo de apertura que le haga justicia a Gringa. Algo rebuscado. Algo metafórico. Algo deslumbrante. Algo significativo. Y, al final, mira, es que creo que no hay nada más deslumbrante y significativo (aunque cero rebuscado y metafórico) que la verdad pura y dura… Y la verdad pura y dura es la siguiente: mi primera visita a Gringa la hice un jueves al mediodía y, por la noche, mi pareja me llamó para preguntarme qué compraba para cenar de camino a casa y no dudé ni un segundo en indicarle que pasara por este local porque, al fin y al cabo, al mediodía me había comido una burger, pero seguro que encontraba otra cosa que probar en su carta.
¿Hay mejor cumplido para un restaurante que repetir dos veces en un mismo día? Yo digo que no. Y, de hecho, no solo digo eso: digo que puede que sea porque el Gringa está en mi zona, o puede que no, pero se ha convertido en uno de los restaurantes a los que más he ido en los últimos dos meses. Mira si me vuelve loco, que incluso he llegado a plantarme allá un día fuera del horario de comidas simple y llanamente para tomarme una horchata mexicana (una especialidad que nadie debería perderse). Pero es que el lugar en el que se encuentra Gringa, en la Plaça de Josep M. Folch i Torres (justo separando Sant Antoni y Raval), no podría ser más ideal: esta plaza recién renovada ha pasado de ser uno de los lugares más peligrosos de la zona a convertirse en el lugar ideal para ir a pasar el mediodía al sol. O la noche al fresco.
Y es que el Gringa tiene una pequeña terracita en la que no se podría estar mejor, aunque lo cierto es que el verdadero encanto está dentro de un local con amplia luz solar que está separado en dos espacios: la zona principal y un pequeño apartado algo más recogido y bañado por la luz anaranjada de un neón en el que brilla pletóricamente el nombre del local (y que, no voy a negarlo, es ideal para hacerse fotos de bloguera de esas que todos queremos hacernos a todas horas, no digas que no). También hay una gran barra que deja a la vista parte de la cocina, y otro rinconcito en el que es habitual encontrar a un dj porque, ah, claro, esto todavía no te lo he dicho: el lema de Gringa es «Juke, Dine, Drink«, y le hace total justicia con propuestas como el martes de burgers y hip-hop.
El corazón de Gringa, sin embargo, no podía ser otro que la comida. Y aquí es necesario explicar una anécdota que resultará esclarecedora para cualquiera que haya seguido mínimamente la fiebre de food trucks que ha vivido Barcelona en los últimos meses: Gringa es el restaurante que han montado Gastón y Priscilla, a quienes ya conocíamos sobradamente por las exquisiteces que hace años que nos servían desde su food truck Eureka. De hecho, bien podría considerarse Gringa como la extensión conceptual de Eureka, donde las coordenadas eran las mismas: articular un verdadero homenaje culinario a gastronomía de la zona del sur de California.
Esto significa, básicamente, que en la carta de Gringa vas a encontrar un festín absoluto de tacos y hamburguesas. Bueno, eso significa que deberías empezar con locuras como el Echo Park Elote (una mazorca de maíz que es un LO-CU-RÓN), los jalapeño poppers, los chilaquiles o el rey absoluto de los entrantes del lugar: unos nachos que es que no son de este mundo. Te lo prometo. Son cosa muy seria. Y cosa muy seria son también los tacos (mucho ojito con los de pescado, aunque las especialidades son, inevitablemente, los de cerdo a baja temperatura o los criollos) y, por encima de toda las cosas, todo aquello que llegue desde la cocina «on the bun«. Aquí vuelvo a ponerme íntimo y personal: su Fried Chicken Bun es, muy probablemente, mi plato preferido de este año 2018. Y ya. No pienso explicar nada más para preservar la sorpresa de los que todavía no lo conozcan (o que todavía no lo hayan visto en Instagram, lo que sería un verdadero milagro a estas alturas del cuento).
Sea como sea, toda visita a Gringa ha de pasar por otros dos peajes: unos postres de escándalo (yo me quedo con el Pizzookie: una tarta de gallega de chips de chocolate con una bola de helado de cacahuete) y una selección de bebidas con un punto exótico en la que destaca la mencionada horchata mexicana y una michelada que se sirve en jarra con la botella de cerveza dentro y del revés. Así que, oye, si todo lo que he dicho no es capaz de hacer que visites Gringa por primera vez, tenemos un problema… Porque, por otra parte, lo que me deja tranquilo es que, si consigo que vayas por vez primera, capaz eres de pedir también la cena al mismo lugar. Bienvenido al club de los gordis fans de Gringa. [Más información en el Facebook de Gringa]