Los relatos de Lorrie Moore en su libro «Gracias por la Compañía» ponen un espejo delante de las (imposibles) relaciones afectivas del mundo moderno.
Cada vez me dan más envidia esas personas que, de pronto, en una conversación, sacan a colación alguna cita de un libro que han leído recientemente… Y la verdad es que esta envidia no viene propulsada por el hecho de que a mi no me ocurra lo mismo, sino por la sutil variante de que a mi ya no me ocurre casi nunca. No sé si será porque acumulo demasiadas lecturas a mis espaldas, si es que ya nada me sorprende, si he puesto el listón muy alto o si resulta que la era del déficit de atención también ha llegado hasta mi y no me sumerjo en lo que leo con la misma profundidad con la que lo hacía antes.
Y si digo todo esto es porque, durante la lectura de «Gracias por la Compañía«, el nuevo libro de relatos de Lorrie Moore (publicado en nuestro país por Seix Barral), no podía parar de volver sobre las mismas líneas una y otra vez, releerlas, saborearlas, repensarlas, aprehenderlas y, al fin y al cabo, dejarme llevar por la prosa de una autora que parece mimar cada oración como si fuera un hijo con necesidades especiales. Será por eso por lo que el formato de relato corto es el ideal para Moore: puede que, en novela, perdiera esa capacidad que tiene la literatura de Lorrie de ser una especie de puñetazo en la boca del estómago. Algo rápido, conciso, certero… y doloroso.
Al fin y al cabo, los relatos de Moore siempre están teñidos de dolor. Pero no del dolor exhibicionista de otros autores: el suyo es el dolor silencioso, casi sordo, de la vida contemporánea. Las historia de «Gracias por la Compañía» están repleta de seres que sufren básicamente por y para un mundo moderno en el que las relaciones entre personas (hombres y mujeres, madres e hijas) son posibles, están al alcance de la mano, pero al final nunca ocurren. No de la forma dulcemente óptima con la que nos han aleccionado gran parte de ficciones de los últimos siglos a partir de aquella invención trovadoresca de la palabra «amor».
Esto es literatura de la depuración. ¿No sabías que las bebidas alcohólicas, cuanto más puras, antes llegan a la sangre y te desbaratan el resto de sistemas del cuerpo?
Los personajes de Lorrie Moore, por el contrario, son divorciados incapaces de quitarse el anillo de casados, amargadas que se creían eternamente ligadas a la infelicidad de su matrimonio hasta que su marido las deja por otra y entonces el resentimiento se dispara más todavía, buscavidas que se aprovechan de la soledad de los extraños… Son gente que viven en un líquido amniótico estático en el que la felicidad, como la dulzura, aparece a modo de luces en la lejanía, borrosas. Señales en la niebla. Son escasos los relatos como el de la madre y la hija en una boda o el de la pareja de ancianos en una cena institucional, en los que las relaciones tradicionales operan dentro de una normalidad mínima (aunque nunca plenamente funcional).
Y, de hecho, si hay un relato en «Gracias por la Compañía» que funcione como síntesis de lo que significa Lorrie Moore, ese es precisamente «Sujeto a Registro«, donde dos espías se encuentran fugazmente para revivir un amor que no pudo ser… pero que tampoco podrá ser nunca, cambien las circunstancias que cambien. En este caso, hay un leit motif casi de thriller que actúa de impedimento, de «ruido» en el mensaje entre las dos partes de una relación. Es fácil entender este caso por sus características concretas, pero es que, al fin y al cabo, si quitas la coartada de thriller, encontrarás que el resto de relaciones retratadas por la autora funcionan exactamente igual. Solo que encuadradas en un marco mucho más realista.
La voz de Moore es fascinante: suele arrancar in media res y, en ocasiones, el lector necesita bastantes páginas para obtener un panorama real de lo que está ocurriendo (eso si al final llega a obtener tal panorama). Y ahí está la génesis de la fascinación que provocan los relatos de «Gracias por la Compañía«: en que no te dan nada mascado, en que no son narrativos sino mentales y emocionales. La pureza de la pluma de Lorrie Moore es salvaje pero sosegada: sus pinceladas son milimétricas y puede que no te dé todos los detalles que querrías, pero sí que te ofrece todos los detalles que necesitas. Literatura de la depuración. ¿No sabías que las bebidas alcohólicas, cuanto más puras, antes llegan a la sangre y te desbaratan el resto de sistemas del cuerpo?