¿Debe un determinado grupo renegar hasta la náusea de alguna de sus obras? Si hay un motivo justificado, sí, y será perfectamente comprensible; pero, si no existe ninguno… A Cathal Cully, líder, cantante y guitarrista de Girls Names, habrá que preguntarle por qué llegó a ese extremo de rechazo absoluto con respecto a “Dead To Me” (Slumberland / Tough Love, 2011), el primer disco de su banda. El propio Cully se encargó de confesarlo sin tapujos en una nota de prensa publicada en los estertores del 2012, justo antes del anuncio de la inminente salida de su segundo trabajo, aunque no aportaba ninguna razón de peso que explicara sus palabras: el norirlandés venía a decir, literalmente, que su debut en largo ya había muerto en cuanto se había prensado en disco y que él y sus compañeros (Claire Miskimmin, bajo y coros; Neil Brogan, batería; y el último en incorporarse, Phil Quinn, guitarra) habían aprendido la lección para proseguir sus carreras como artistas. Hasta tal punto llegó su inquina contra “Dead To Me” que, ni siquiera a día de hoy, rescatan algunas de sus canciones en sus conciertos (como sucedió en el cierre del festival Make Noise). Por todo ello, a su repudiado LP debieron haberlo denominado “Dead To Us”, directamente.
Lo más extraño del caso es que “Dead To Me” era (y sigue siendo) un álbum sobresaliente, que condensaba en un frenético y punzante repertorio un abanico de sonidos que iban del post-punk ágil y esplendoroso al pop entre surfero y garagero para acabar conformando un logrado homenaje a la siempre reivindicable corriente C81: sirvan como perfectos ejemplos los temas “Lawrence”, “I Could Die”, “When You Cry” y “I Lose”… Curiosamente, en el último de los cortes citados (quizá el mejor y más representativo de la etapa inicial de Girls Names) se escuchaba lo siguiente en su afilado estribillo: “I don’t miss my old life”. Visto en perspectiva, esa frase casi actuaba como un presagio del radical cambio de opinión (y de rumbo) del ahora cuarteto de Belfast: a juzgar por el elocuente título de su segundo disco, “The New Life” (Slumberland, 2013), Cully no echa para nada de menos su pasado musical. Esa ‘nueva vida’ que destaca en el encabezamiento del álbum se simboliza, primero, en la fotografía de su portada, en blanco, negro y gris y muy aséptica (¿lo que se ve es una tela doblada o una roca de caprichosos pliegues?), que contrasta con la evocadora flor difuminada por un haz de luz blanca sobre fondo azul de “Dead To Me”; y, segundo, en su contenido, derivado otra vez del post-punk primigenio y de la ola C81 pero en sus respectivas versiones espartanas, austeras y más bajas en revoluciones.
“Pittura Infamante” (introducida por “Portrait”, en la línea de lo que ocurría en el arranque de “Dead To Me” -como si fuese lo único que Girls Names quisiesen conservar de él como recuerdo-) ofrece una idea de los ingredientes principales del LP: bajo protagónico, percusión seca y milimétrica, guitarras punteadas con púas de cristal y la voz de Cully igual de grave que siempre pero menos afectada, corrosiva y sin las inflexiones de resignación y derrota que la caracterizaban antaño. Es decir, que en “The New Life” no vamos a encontrar ni rastro del pop acelerado cuyos textos, sencillos y empáticos, conectaban con el receptor al instante. “Drawing Lines” asienta tal mutación y dibuja un esquema rítmico trotón e hipnótico que culmina en “Hypnotic Regression”, “Occultation” y “A Second Skin”, en las que parece que Cully y amigos realizaron una sesión de ouija para traer del más allá los espíritus de Josef K, Orange Juice y Joy Division y jugar con ellos a su antojo.
Por otra parte, la renovada receta de Girls Names huye de la brevedad, la urgencia y el melodramatismo de andar por casa (excepto en “Notion”, que podría pasar por descarte de “Dead To Me”) para decantarse por temas de larga duración y digestión lenta, en los que se van asimilando progresivamente los efectos de la capa psicodélica que cubre sus letras, como en “The Olympia”, “Projektion” y “The New Life”, corte que se lanzó como sorprendente adelanto de este álbum (debió de ser la chispa que encendió la mecha del cambio en la cabeza de Cathal Cully…) y que gira en una espiral infinita hasta hechizar por completo al oyente. Pero, a pesar de que esta fórmula funciona, sobre todo por la hábil ejecución y la impecable coordinación instrumental de la banda, las calculadas composiciones se centran demasiado en buscar originar diferentes sensaciones a través de la estimulación auditivo-neuronal y abandonan la emotividad y la intensidad que hacían de “Dead To Me” un trabajo que dejaba huella. En él, Girls Names se proclamaban defensores del loser de la clase y del frustrado por su mala suerte emocional que sufre en silencio. Ahora, se quedan en grupo anémico y aquejado de alexitimia… Este mensaje va dirigido al señor Cully: una nueva vida no tiene por qué resultar mejor que la anterior.
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